Más de lo mismo





Estructura de la molécula de metano, con un átomo
central de carbono rodeado por cuatro de hidrógeno



Está visto que no tiene remedio y que aun los periódicos en teoría más serios -no quiero pensar en los otros- no renuncian ni un despellejándoles a los titulares descaradamente sensacionalistas, aunque sean más falsos que un duro de chocolate. Pero ya se sabe, y por enésima vez me veo obligado a citar la cínica frase “No permitas que la realidad te estropee un buen titular” atribuida a ese virtuoso de la manipulación que fue Raldolph Hearts, todo vale si el titular de una noticia resulta lo suficientemente sensacionalista para llamar la atención de los lectores, por más que arrastre errores -por no decir falsedades- de bulto. ¿Qué más da, si queda bonito?

Eso fue lo que debió de pensar el redactor del titular “La humanidad es la principal responsable del metano que envenena el aire” que encabezaba el artículo que publicó la edición digital de EL PAÍS con fecha del 20 de febrero de 2020. Llamativo, ¿verdad? Pero completamente falso.

Aunque el sustantivo veneno y el verbo envenenar son suficientemente conocidos como para no necesitar explicación, veamos como los describe el DRAE:


“Veneno: 1. Sustancia que, introducida en un ser vivo, es capaz de producir graves alteraciones funcionales e incluso la muerte. 2. Cosa nociva a la salud.”

“Envenenar: 1. Administrar un veneno a una persona o un animal. 2. Poner veneno a algo.”


Hay más acepciones de ambos, pero se refieren por lo general a interpretaciones en sentido figurado, no literal, por lo que podemos prescindir de ellas quedándonos con la idea intuitiva de que un veneno es una sustancia, por lo general de naturaleza química, biológica o radiactiva, cuyo contacto por algún medio -ingestión, inhalación, exposición de la piel, irradiación... es potencialmente dañino, como ocurre por ejemplo con el cianuro, las setas venenosas o la mordedura de una serpiente.

Un caso particular son los gases que por inhalación pasan a nuestro organismo a través del aparato respiratorio. Algunos, en suficientes dosis, pueden llegar a provocar la muerte, como ocurre con el cloro, el flúor, el fosgeno, la iperita -más conocida como gas mostaza- o el más discreto pero no menos peligroso monóxido de carbono, al que no hay que confundir con el dióxido de carbono, anhídrido carbónico o CO2. Otros gases, sin llegar a ser mortales, pueden causar trastornos de diversa índole, algunos tan frecuentes como los presentes en la contaminación generada en las ciudades por el tráfico, la industria o las calefacciones; principalmente óxidos de nitrógeno, de azufre, el ya citado monóxido de carbono o el ozono, a los que se suman, aunque en sentido estricto no se trata de un gas, las partículas microscópicas que forman el humo.

Por el contrario el denostado CO2, con independencia del papel de villano que le ha sido asignado por los profetas del cambio climático presuntamente provocado por las actividades humanas, de venenoso no tiene nada; de hecho lo exhalamos con la respiración y lo tomamos con las bebidas gaseosas, sin que nos afecte demasiado su ingestión salvo que padezcamos trastornos gástricos o intestinales. Lo que sí es cierto es que se trata de un gas asfixiante en el sentido de que si desplaza al oxígeno en un recinto cerrado podemos morir asfixiados, pero no por una acción directa suya sino por carencia de oxígeno para respirar. Algo que ocurre también con otros gases tan inocuos como el nitrógeno, que constituye las tres cuartas partes del aire.

Pasemos ahora a considerar el metano, cuya molécula se describe químicamente como CH4 al estar constituida por un átomo de carbono y cuatro de hidrógeno. El metano es el más sencillo de los hidrocarburos y está presente de forma natural en la atmósfera, de la que es un componente minoritario. Asimismo es un residuo de la digestión no sólo de los rumiantes sino también de cualquiera de nosotros, por lo que una emisión incontrolada puede acarrearnos una bien merecida fama de maleducados. Eso sí no huele, y si lo hace se debe a que vaya acompañado por otros gases malolientes por lo general derivados del azufre.

Desde el punto de vista de la toxicidad el metano es un gas inocuo aunque también asfixiante, pero su principal peligro consiste en su condición inflamable -es el componente principal del gas natural- que hace que cuando se encuentra en concentraciones suficientemente elevadas puede llegar a estallar al arder violentamente con el oxígeno del aire. Pero de envenenar el aire, tal como insidiosamente se afirma en el titular de marras, absolutamente nada.

En realidad el artículo a lo que se refiere es al posible efecto del metano en el efecto invernadero global, lo que al igual que al CO2 le ha granjeado fama de supervillano merced a los apóstoles del nuevo dogma de fe del cambio climático. Y puesto que tengo dedicado un extenso artículo a esta cuestión, a él les remito si están interesados en conocer mi opinión al respecto.

Con independencia de lo que pueda afectar el metano en el efecto invernadero, está claro que nunca lo hará como producto tóxico o venenoso, por lo que el titular estaba claramente de más... aunque quedaba bonito. Pero si bien esta tergiversación, más que gazapo, es probable que no sea atribuible al redactor del artículo, éste tampoco escapa incólume no ya por el claro sesgo calentólogo del mismo, y a mi artículo me remito, sino porque también mete la pata de modo que si hubierasido alumno mío -y yo profesor de química- le habría suspendido sin contemplaciones por semejante perla capaz de hacer revolverse en su tumba al mismísimo Joseph John Thomson, premio Nobel de física en 1906 y descubridor de los isótopos:


“Este metano geológico o fósil y el orgánico se distinguen porque el carbono que contienen tiene una composición atómica diferente.”


Puesto que no creo que se refiriera a metano con una mayor o menor proporción de átomos de hidrógeno, ya que entonces no sería metano sino otro hidrocarburo distinto, lo único que se me ocurre, siendo tolerante con sus presumiblemente insuficientes conocimientos de química, es que el redactor quisiera decir “composición isotópica diferente”, algo que cambia el sentido de la frase por completo. Puesto que no es cuestión de dar aquí una clase de química, me limitaré a recordar que los isótopos son variantes de un mismo átomo que se diferencian en el número de neutrones y, por lo tanto, en la masa atómica, y que según los casos -cada elemento químico sigue sus propias reglas- la proporción isotópica de los átomos de un compuesto determinado puede rendir una información muy útil sobre el origen de ese compuesto.

En el caso del carbono la proporción existente entre el isótopo mayoritario, el carbono-12, y el isótopo radiactivo carbono-14 se utiliza, tal como es sabido, para datar la antigüedad de un objeto o unos restos biológicos, ya que por razones que sería demasiado largas de explicar la proporción de carbono-14 se mantiene constante en los seres vivos mientras va decayendo con el tiempo una vez han muerto éstos. Así pues, también es factible determinar si una muestra concreta de metano es reciente, puesto que su proporción será similar a la de los seres vivos, o si por el contrario procede de una fuente antigua, geológica o fósil, en las que será menor, pudiéndose estudiar la variación de la concentración de metano en la atmósfera con el tiempo, una metodología que sí es explicada correctamente en el artículo.

Pero miren lo que puede llegar a cambiar el sentido por una simple palabra mal escrita.

Ah, se me olvidaba. Aunque los responsables del periódico dieron la callada por respuesta aunque, eso sí, no se molestaron en corregir ni el título ni el gazapo, saltó el necio de guardia diciendo majaderías sin venir a cuento, por supuesto con ánimo provocador y rozando el insulto, lo que le costó llevarse un buen revolcón con mis contestaciones, que tuvieron que ser dos porque el individuo encima porfiaba...


Publicado el 22-2-2020