Una Babel de andar por casa





La Torre de Babel, según la interpretación de Bruegel el Viejo



Cuando lo absurdo se convierte en cotidiano y son muchos los que lo ven normal, es una señal infalible de que algo no marcha bien en la sociedad, aunque como dijo Einstein, sólo conocía dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y ni siquiera estaba seguro de la primera.

Por desgracia, son muchos los ejemplos de estupideces con los que nos encontramos todos los días, aunque algunos de ellos resultan ser de antología. Éste fue el caso de la convocatoria de un concurso literario -por vergüenza ajena voy a omitir los detalles- con la que me encontré por casualidad. Y, aunque hace ya tiempo que decidí ignorarlos por razones que no vienen al caso, me picó la curiosidad y me leí las bases de la convocatoria.

O al menos intenté hacerlo, porque resultaron ser farragosas de narices. Y no exagero, tras copiarlas y pasarlas a un documento de texto comprobé que ocupaban ocho páginas y pasaban de las 2.800 palabras. Lo cual, teniendo en cuenta que este tipo de información debe ser clara y concisa, era la primera señal de que algo no iba demasiado bien.

Como cabe suponer buena parte de las cláusulas, que recordaban a los plúmbeos documentos legales incapaces de resumir en una sola línea si la resolución es positiva o negativa, venían a ser una pesadísima declaración de intenciones de los convocantes, muy en plan buenrrollista o, en sus propias palabras, el espíritu que animaba la convocatoria, “cooperativa y no competitiva”. Lo cual, teniendo en cuenta que se trataba de un concurso en el que se proclamaría un ganador, me hubiera gustado que me lo explicaran, a ser posible sin retórica.

Prejuicios aparte, y dado que yo ya soy perro viejo aunque sólo sea por la edad y no por méritos extraordinarios, empecé a encontrarle un tufillo asambleario que no me gustaba nada. Pero bueno, quien convoca un concurso es muy libre de poner las condiciones que se le antojen y cada cual es muy libre de no presentarse a él si no le convencen éstas, así que no voy a insistir en este detalle. Y, si todo se hubiera quedado en eso, no estaría ahora escribiendo este artículo.

Pero lo que me dejó perplejo, y mira que a estas alturas no resulta tan fácil sorprenderme, fue el siguiente punto que transcribo literalmente:


“Cada autor podrá presentar al concurso cuantas obras desee sin limitación numérica. Los relatos deberán estar escritas en castellano o en cualquiera de las 17 lenguas que se hablan en el territorio español (altoaragonés, aragonés oriental o chapurriau, aranés, asturiano o bable, balear, caló, cántabro, catalán, eonaviego, extremeño o castúo, fala galaico-extremeña, gallego, leonés, murciano, silbo gomero, valenciano o vasco).”


Sinceramente no sé de donde pudieron sacar esta lista de “las 17 lenguas que se hablan en el territorio español”, de algunas de las cuales no había oído hablar en mi vida, y que sinceramente para mí, salvo el gallego, el catalán y el vasco, no pasan de ser dialectos o incluso dialectos de dialectos, y como cabe suponer con una presencia meramente testimonial de interés tan sólo para los filólogos. Aunque, claro está, mucho me temo que el concepto de dialecto (variedad de un idioma que no alcanza la categoría social de lengua, según el DRAE) debe de estar proscrito por la neoinquisición impuesta por los profetas de la corrección política que con tan fervorosa fe han adoptado los progres de salón dispuestos a defender hasta los presuntos derechos de la Escherichia coli.

Intrigado acerca de quién había podido tener tan genial idea, investigué en las plúmbeas cláusulas, encontrándome con la siguiente perla:


“Igualmente el ***** finalizó la consulta sobre la posibilidad de poder enviar los relatos a los concursos literarios de ****** además de en castellano, en cualquiera de las 17 lenguas restantes que se hablan en el estado español, saliendo un resultado positivo a abrir esta posibilidad. Por lo tanto el escritor participante, podrá enviar su obra en castellano y además escrita en cualquiera de las demás lenguas del estado, se publicarán en la web en los dos idiomas.”


Ejemplo patente y estrambótico del relativismo cultural que se ha impuesto últimamente: resulta que toda esta ristra de “lenguas habladas en el estado español” -como cabía suponer hay que contar con la alergia a la palabra España que suele afectar a estos sectores- eran además “idiomas”, algo que supongo escandalizaría a cualquier filólogo mínimamente serio.

Eso sin contar, claro está, con el detalle del “referéndum lingüístico” que imagino calcado, salvando las diferencias de contexto, de La vida de Bryan y que, esperemos, no llegue a cuajar; ya que de ser así, pongo por caso, podrían acabar siendo premiados los programas más significados -y populares, por mucho que nos pese- de la telebasura.

Vayamos al grano. En primer lugar, se me ocurre que, como poco, debe de resultar extremadamente complicado que a un jurado le den a leer originales en idiomas, dialectos o jergas que no entienda o que tan sólo medio entienda, razón por la que sibilinamente se pide que las obras se manden en castellano y, si se quiere, también en la lengua vernácula de preferencia, un reconocimiento tácito de la necesidad de utilizar una lingua franca so pena de convertir el concurso en una Torre de Babel.

Por si fuera poco, basta con extrapolar un poco para llegar a unas conclusiones francamente curiosas.

Para empezar, dado que en España reside una nutrida colonia extranjera -cinco millones de un total de cuarenta y siete millones de habitantes-, ¿por qué no abrir las puertas a los idiomas de los principales colectivos de inmigrantes como el dariya (árabe dialectal marroquí), el rumano, el búlgaro, el chino o, por no ser menos, el quechua, el aymará o el lunfardo? Lo cual estaría plenamente justificado ya que, con toda probabilidad, debe de haber más hablantes de lenguas extranjeras residiendo en España que los de la mayor parte de la lista vernácula.

Y ya puestos, habría que considerar también otras “lenguas habladas en el estado español” tales como el andaluz, el gadita, el cheli, el pijo, las jergas adolescentes, la jerga carcelaria, la terminología médica, el críptico argot jurídico -posiblemente una de las lenguas más difíciles de entender de todas las existentes- e incluso, ¿por qué no? el braille, el lenguaje de signos de los sordos -perdón, discapacitados auditivos-, el morse o la taquigrafía.

Sin embargo, lo más llamativo es la inclusión en la lista del silbo gomero, lo que demuestra que quienes lo propusieron y quienes lo aceptaron no tenían ni la menor idea de su naturaleza, y eso que les habría bastado con consultar en la Wikipedia. El silbo no es un idioma, sino una transcripción del español -aunque podría serlo de cualquier otra lengua- a unos silbidos modulados cuyo objeto es poder comunicarse a mayor distancia que hablando o gritando, por lo que entra en el mismo apartado que el braille o el lenguaje de signos de los sordos, que tampoco son idiomas propios -aparte de la broma del párrafo anterior- sino soportes especializados que permiten comunicarse en un idioma determinado cuando por una u otra razón no es posible hacerlo por los métodos habituales verbales o escritos.

Así pues el silbo gomero se silba, valga la redundancia, en español ya que el antiguo idioma guanche está extinto y, por razones obvias, carece de un equivalente escrito que como cabe suponer tampoco necesita. Por esta razón, me gustaría saber cómo se podría “escribir” un relato en silbo gomero para enviarlo al concurso, dado que las bases especifican claramente las condiciones en que deben ser entregados los originales:


“Los relatos serán presentados mediante archivo informático. El formato de fichero informático será RTF, ODT, ODF, DOC o DOCX, rechazándose los que se reciban en otros formatos.”


Por lo que hacerlo mediante un archivo de audio mucho me temo que no colaría ni aun cuando fuera acompañado de su equivalente escrito.

En resumen, y como dice el refrán, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Y a veces, ni tan siquiera eso..


Publicado el 22-4-2020