Cocinas antimachistas





Aquí no bastaría con una cocina de siete metros cuadrados
Fotograma de La gran familia



Que las administraciones públicas luchen contra el machismo no sólo es normal, sino también una obligación. Cosa muy diferente es que, muy en el estilo de los políticos que tenemos la desgracia de padecer, éstas se limiten a adoptar medidas folklóricas de cara a la galería con poca o ninguna trascendencia práctica salvo, claro está, para ellos mismos, que bien se lo tienen montado.

Viene al caso esta reflexión a raíz de la surrealista noticia que leí a finales de septiembre de 2019, según la cual el gobierno vasco había anunciado la promulgación de una nueva normativa urbanística mediante la cual se establece la superficie mínima obligatoria para las cocinas de las viviendas de nueva construcción en siete metros cuadrados para las más pequeñas, y de diez en las de cuatro habitaciones, y asimismo “ se diseñará colindante al comedor de forma que pueda unirse de forma directa o tener una conexión visual directa ” para “no confinar a la persona que asume las tareas”, todo ello, agárrense fuerte, ¡para favorecer el reparto de tareas domésticas y que los hombres también cocinen!

Ojiplático me quedé. Y desde luego, me río yo de los sofistas griegos pese a que éstos llegaron a ser unos verdaderos virtuosos de las artimañas dialécticas, ya que la idea de bombero del gobierno vasco no les va a la zaga.

Vamos a ver. Por un lado, es completamente cierto que la ferocidad de la especulación urbanística, unida a la rapacidad de los constructores -cuanto más pequeña es una vivienda más cara sale por metro cuadrado- y a la dañina moda de lo que yo llamo pisos-gamba, con un gran salón y el resto de las habitaciones diminutas, ha redundado en una pérdida de la calidad de vida al apiñar a la gente en unos pisos cada vez más pequeños, un problema que afecta no sólo a la cocina sino también, lógicamente, al resto de la vivienda... y hasta a las plazas de garaje, con un tamaño legal mínimo -en la práctica máximo- invariable desde hace un montón de años pese a que mientras tanto la envergadura de los coches no han parado de crecer.

Así pues, toda medida tendente a incrementar por ley el tamaño mínimo de las viviendas nuevas siempre será beneficiosa para quienes vayan a habitarlas, por razones tan obvias que no necesitan ser comentadas. Adviértase que hablo de tamaño mínimo de la vivienda y no del de ninguna de las habitaciones por separado, puesto que si aumenta éste cabe suponer que también aumentarán proporcionalmente los de todas las habitaciones. Porque, digo yo, tan cómodo será disfrutar de una cocina aceptablemente grande -ésta suele ser una de las piezas en las que las constructoras suelen ensañarse más a la hora de racanear espacio- como de cualquier otra pieza de la casa.

Pero no, la futura normativa se limita a establecer el tamaño mínimo de las nuevas viviendas en unos claustrofóbicos 35 metros cuadrados, con lo cual cabe suponer que sus futuros inquilinos podrán disfrutar de una cocina relativamente -sólo relativamente- desahogada mientras se hacinan en el resto de lavivienda.

En cuanto a la ocurrencia de poner la cocina al lado del comedor pues más de lo mismo, siempre será una comodidad con independencia de quien cocine; aunque resulta difícil imaginar cómo en unos pisos diminutos o, en el mejor de los casos, simplemente apañados se la podría arreglar un arquitecto sádico para colocar la cocina separada del comedor, eso sin contar con que en muchos casos suele ser habitual que se coma en la cocina. Parece, en definitiva, como si el legislador hubiera tenido en la mente esos enormes palacios en los que, cuando los visitamos, el guía nos explica que al ser tan grandes y estar las cocinas tan alejadas -normalmente en los sótanos- del comedor, la comida llegaba a los comensales fría.

Esto por un lado. Por el otro, está el ya comentado y deseable reparto de las tareas domésticas entre los dos cónyuges, algo que por idénticas razones huelga asimismo comentar.

Tenemos, pues, dos iniciativas que por separado son igualmente loables por más que la primera, a mi modo de ver, se quede corta; pero, ¿qué pasa cuando las mezclamos? Pues que merced al efecto sofisma el resultado se convierte en un auténtico disparate.

Para empezar, y salvo en ocasiones especiales, lo normal para el común de las familias es que sea uno solo, con independencia del sexo, quien se encargue de cocinar, entre otras razones porque estando los dos trasteando de forma simultánea en la cocina lo más probable es que se entorpezcan mutuamente. Así pues en una cocina grande el cocinero de turno, sea él o sea ella, se podrá manejar con mayor comodidad, lo que no es poco, pero dudo mucho que necesite ayuda salvo en casos especiales.

Por otro lado, ¿alguien en su sano juicio puede creer que porque la cocina sea más grande quien no esté por la labor de meterse en ella -léase un marido machista- va a verse impelido a colaborar voluntariamente en las tareas culinarias? Porque a mí me parece de chiste.

Se da además la paradoja de que en el País Vasco la afición masculina a cocinar está extensamente arraigada... con el pequeño pero de que los varones vascos la han venido practicando desde siempre pero no en casa, sino en las sociedades gastronómicas que tradicionalmente han estado vetadas a las mujeres e incluso hoy, según una noticia de 2018, de las alrededor de trescientas que existen en la región tan sólo se les permite el acceso en el cuarenta por ciento de ellas, eso sí siempre que vayan acompañadas por un varón.

¿Lo entienden ustedes? Yo, no. Pero, ¿a que queda bonito?


Publicado el 30-9-2019