¿Traición o lealtad?





Portillo de la Traición -o de la Lealtad- de Zamora
Fotografía tomada de laWikipedia



Pese a todos mis años, y a que a estas alturas estoy ya bastante curado de espantos, he de reconocer que los políticos mediocres, algo que por desgracia abunda en nuestro país más que las setas en otroño, siguen sometiendo a prueba mi capacidad de asombro... con notables resultados por su parte, todo hay que reconocerlo.

Y aunque son infinitas las cosas que se podría decir de ellos, algunas tan graves -o tan chuscas, según se mire- como las bufonadas continuas de los secesionistas catalanes, suelo tener una especial sensibilidad por las iniciativas que demuestran, por parte de nuestros cargos públicos, una supina ignorancia de la historia, lo que no por resultar potencialmente más inofensivo deja de ser fastidioso.

Así, y a vuelapluma, puedo recordar cuando tras las elecciones municipales de 1979 unos concejales alcalaínos, en pleno frenesí de supresión de nombres de calles con pedigrí franquista, intentaron meter en el saco a la calle y a la plaza de la Victoria, que debían su nombre al antiguo colegio convento de Mínimos de Nuestra Señora de la Victoria... de Lepanto, batalla a la cual, por haber tenido lugar en 1571, poco se le podía tildar de franquista. Asimismo hicieron lo propio con la calle del Teniente Ruiz, ya que al parecer se les había debido olvidar la lección de historia sobre el dos de mayo de 1808 que seguramente les debieron dar en el colegio. En estos dos casos sus propuestas no cuajaron ya que alguien debió advertirles a tiempo de su metedura de pata, pero sí lo consiguieron, aunque fuera de forma temporal, con la plaza del Padre Lecanda que, aunque les sonara a franquista, fue en realidad un sacerdote filipense que hizo mucho por la ciudad a finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del siglo XX, fallecido en su localidad natal de Azpeitia -zona republicana, por cierto- en mayo de 1939, donde se había refugiado al estallar la Guerra Civil , y del cual no consta que jamás se hubiera metido en política salvo, quizá, cuando gracias a que puso a caer de un burro a un alcalde complutense logró evitar que éste demoliera la Puerta de Madrid, un monumento del siglo XVIII gracias a él -al sacerdote, no al alcalde- preservado.

Todavía más chusco fue cuando en el año 2010, en aras de la Ley de Memoria Histórica promovida por José Luis Rodríguez Zapatero, el ayuntamiento de Cáceres retiró sin contemplaciones un escudo de los Reyes Católicos creyendo que se trataba de un símbolo franquista, cuando en realidad conmemoraba el descubrimiento de América. Aunque el escudo fue repuesto varios meses después, un tanto a regañadientes, tras recabarse la asesoría del Ministerio de Cultura, la pifia se podría haber evitado no ya si las autoridades municipales hubieran tenido un poco de cultura histórica -el escudo de los Reyes Católicos y el franquista son parecidos, aunque no iguales-, sino si simplemente se hubieran preocupado en consultar a algún experto antes de meter tan clamorosamente la pata.

Pero al parecer no escarmientan, puesto que de vez en cuando, incluso en fechas bien recientes, políticos de diferentes pelajes siguen confundiendo ambos escudos o tidan de franquista a la Cruz de San Andrés, un emblema utilizado por la aviación militar española, pese a su origen medieval y su uso como bandera de combate por los Tercios ya en el siglo XVI, la cual incluso fue utilizada como bandera nacional hasta mediados del siglo XIX antes de ser sustituida por la rojigualda, que hasta entonces sólo había sido la enseña naval.

Ya a nivel municipal nos encontramos también con empeños ridículos en cambiar apellidos de poblaciones por otros más del gusto de los munícipes de turno, tal como ocurrió a mediados del siglo XX con la pequeña localidad de la Olmeda de la Cebolla, enclavada en la Alcarria complutense; ignorando toda razón etimológica -ese Cebolla no tiene nada que ver con la popular hortaliza sino con el término árabe gubaila, que significa monte pequeño-, decidieron trocarlo por el más eufónico -así lo argumentaron, sin más razones- de las Fuentes. O cuando hace unos años, y movidos en esta ocasión por pruritos localistas, los munícipes de San Agustín de Guadalix, una antigua aldea de Guadalix de la Sierra, decidieron emanciparse por su cuenta cambiando la preposición de por la contracción del en un intento de trocar el nombre de esta villa por el homónimo del vecino río, pese a que en español es incorrecto utilizar el artículo para nombres derivados de un hidrónomo. Qué más da... Más lejos llegó, también por esas fechas, el ayuntamiento de El Casar de Talamanca que, aprovechando que ambas poblaciones, pese a su cercanía, pertenecían a provincias e incluso a autonomías distintas, ejercieron su derecho a decidir independizándose unilateralmente de Talamanca, a la que borraron oficialmente del topónimo local.

Claro está que no siempre se trata de simple ignorancia, sino de empeños ridículos en modificar tradiciones seculares bien conocidas por los perpetradores de estos cambios. Éste es el caso, por ejemplo, del conocido Portillo de la Traición, una pequeña puerta abierta en la antigua muralla de Zamora a la cual una tradición secular atribuía haber sido el lugar por el que Bellido Dolfos, un personaje considerado legendario por los historiadores actuales, se habría refugiado en esta plaza fuerte tras cometer el asesinato a traición -de ahí el nombre- del rey Sancho II de Castilla, que la tenía cercada tras haberse refugiado en ella su hermana Urraca.

Pues bien, de nada sirvieron diez siglos, si no de historia sí de tradición, para que con fecha de 22 de diciembre de 2010 el ayuntamiento zamorano procediera a cambiarle el nombre por el de Portillo de la Lealtad -ya se sabe que las traiciones dependen siempre del lado desde el que se miren- al tiempo que se leía un texto de desagravio a Bellido Dolfos -¿cómo se puede desagraviar a un personaje que casi con total seguridad no existió?- y se descubría una placa oficializando el cambio. Sin comentarios.


Publicado el 20-3-2018