Animalicos





¿No nos estaremos pasando de rosca?



Ya lo dijo Einstein, que entendía algo de esto: “Sólo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy tan seguro de la primera”. Y tenía toda la razón, aunque la espiral de majaderías en la que está sumida esta cada vez más patética sociedad nuestra, capaces de dejar perplejo con sus originalidades al más curtido, deja reducida a mera anécdota la estupidez que el genial físico echaba en cara a sus contemporáneos.

Por si eso fuera poco cada vez vamos a peor, con el agravante de que este derroche de pólvora en inútiles salvas camufla, o al menos lo intenta, una la palpable incapacidad de estos individuos para afrontar los verdaderos problemas que nos afligen, que no son pocos y muchos de ellos francamente preocupantes. Pero no, en realidad lo único que les interesa -o lo único que su capacidad mental les permite hacer- es una pose que no les exige demasiados esfuerzos, y cuando alguno de estos memos consigue alcanzar un puesto político o capaz de ejercer influencia de cierta responsabilidad, como cabe suponer el desastre está más que garantizado.

Sin llegar por fortuna a tanto, que nada hay más peligroso que un tonto con poder, el común de estos individuos se conforma con molestar a la manera que lo hacen los piojos, con el agravante de que cuando en mala hora se les ocurre abrazar alguna causa objetivamente sensata, lo único que consiguen es arruinarla de la manera más absoluta, al tiempo que dan alas a aquéllos interesados en anular unas medidas necesarias para la sociedad pero lesivas para su beneficio personal, con lo cual acaban haciendo de tontos útiles, algo que por cierto se les suele dar bastante bien.

Viene a cuento este exordio para explicar la sorpresa que me causó la última genialidad de los autodenominados animalistas, y eso que yo ya estaba curado de espantos gracias a anteriores bufonadas suyas tales como su talibanesca oposición a las corridas de toros -aunque nunca he sentido el menor interés por la tauromaquia, casi me están obligando a hacer causa común con los aficionados taurinos ante su supino cerrilismo-; su empecinamiento en convencernos de la conveniencia de que nos volvamos veganos -ni siquiera se conforman con dejarlo en vegetarianos-; la jaimitada que montaron en Alcalá de Henares, con manifestación-funeral incluida, a raíz de la muerte accidental por causas naturales de uno de los camellos que participaban en la Semana Cervantina de 2018, con independencia de que su propietario fuera evidentemente el primer interesado en su bienestar ya que vive de ello y de que hiciera todo lo posible por salvarle la vida...

O la última ocurrencia suya que acabo de leer, que parece salida de una película de los Hermanos Marx: unas vigilias veganas -curiosas concomitancias religiosas- cuyos integrantes detienen a los camiones cargados con cerdos a la entrada de los mataderos para -copio textualmente- “darles el último adiós antes de morir. Les ofrecemos agua, los acariciamos y les damos cariño y amor en sus últimos momentos de vida”. Continúa la noticia describiendo el desconsuelo de los animalistas, a los que “presenciar el último tiempo de vida de los cerdos les destroza el alma” dado que “los cerdos son animales inocentes que deben ser salvados de las fauces humanas”, razón por la cual “se sienten impotentes cuando ven que entran al matadero”. Todo un drama.

Y no es que no me preocupe el maltrato animal, al contrario; estoy totalmente en contra de la violencia gratuita e innecesaria contra unos seres vivos que no pueden defenderse, el toreo no me gusta e incluso soy bastante crítico con la caza como mero deporte, sin contar con salvajadas como las peleas de perros o de gallos. Pero al mismo tiempo entiendo que los animales son animales y no personas, por lo que pretender humanizarlos podrá quedar muy bien en las películas de Disney, pero suele chirriar bastante en la vida real.

Vamos, que resulta patético ver a gente paseando perros en cochecitos similares a los de los niños, que entierran a sus mascotas en cementerios para animales, que las llevan al veterinario con mayor frecuencia de la que ellos mismos van al médico o que, en general, las tratan como si fueran personas. Y si no me creen, dense una vuelta por alguna de las tiendas para animales que han florecido como setas o husmeen por internet, y podrán comprobar como la mercadotecnia ha sabido sacar provecho a todo esta ristra de memeces.

Pero lo de los autodenominados animalistas -el nombre lo dice todo- se pasa de castaño oscuro porque, lejos de limitarse a tratar de forma exagerada aunque privada a sus mascotas, imbuidos en el estilo neoinquisitorial tan frecuente por desgracia en estos últimos tiempos también pretenden imponer sus muy discutibles criterios al común de la sociedad, con lo cual llueve sobre mojado. De hecho hasta se han inventado el término especismo colándoselo sorprendentemente a la RAE pese a no tratarse ni de lejos de una palabra de uso común, con las dos acepciones de “Discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores” y “Creencia según la cual el ser humano es superior al resto de los animales, y por ello puede utilizarlos en beneficio propio”... siendo de traca que se pretenda equiparar a los animales con nosotros, aunque bien es cierto que más de un Homo sapiens con los que me cruzo a diario me hace dudar, si no de su condición de Homo, sí bastante de la de sapiens.

Veamos la perla de la corona de estos señores, en concreto de una asociación denominada PETA, acrónimo de People for the Ethical Treatment of Animals, famosa por sus desbarres y salidas de pata de banco. Como cabe suponer, dado que todas estas estupideces suelen venir de allí, es norteamericana, lo que no ha impedido que se extendiera por otros países, entre ellos los europeos, que ya se sabe que todo se pega menos la hermosura.

Siguiendo la estela de quienes, sin nada mejor que hacer, se empeñan en retorcer y censurar el idioma a base de suprimir todo cuanto pueda presentar para sus sensibles espíritus la menor sospecha de desdoro para cualquier colectivo o colectivillo que se precie, haya o no manifestado éste previamente su disgusto, estos animalistas todavía más pasados de rosca, si es que esto es posible, han exigido -por supuesto no proponen, ruegan, solicitan o piden, sino exigen- idéntico trato hacia los animales, que también tienen su corazoncito y pudiera ser que estuvieran sufriendo por culpa de nuestro desconsiderado lenguaje.




Sin comentarios


Dicho en román paladino, lo que pretenden es censurar todos aquellos refranes, dichos o frases hechas que pudieran resultar insultantes o vejatorias -las cursivas son exclusivamente responsabilidad mía- hacia los pobrecitos bichos, un maltrato verbal que no tienen empacho en equiparar a los lenguajes presuntamente racistas, xenófobos, homófobos, machistas, aporofóbicos y otras hierbas y, en general, a todo aquello que pudiera resultar potencialmente discriminatorio hacia colectivos más o menos discapacitados -bueno, creo que ahora lo políticamente correcto sería decir con diferentes capacidades- que, conforme a las proclamas de estos salvadores de la humanidad, sería preciso erradicar.

Así pues, los animalistas proponen hacer lo propio con los términos presuntamente especistas ya que, según ellos, incitan a la crueldad con los animales. Leamos sus propias palabras, tal como las publicaron en las redes sociales:


“Al igual que se volvió inaceptable utilizar un lenguaje racista, homofóbico o discriminatorio con las personas con distintas capacidades, las frases que trivializan la crueldad hacia los animales se desvanecerán a medida que más personas empiecen a apreciar a los animales por lo que son.”


Ahí es nada. Así pues, siguiendo las pintorescas directrices de estos señores deberíamos cambiar “matar dos pájaros de un tiro” por “alimentar dos pájaros con un panecillo”; “agarrar el toro por los cuernos” por “agarrar la flor por las espinas”; “ser un conejillo de indias” por “ser un tubo de ensayo”; “la curiosidad mató al gato” por “la curiosidad emocionó al gato”; “azotar a un caballo muerto” por “alimentar a un caballo saciado”; “no seas gallina” por “no seas cobarde”; “poner toda la carne en el asador” por “echarle todas las ganas”; “llevarse como el perro y el gato” por “no llevarse bien”, y alguna que otra genialidad más que pierde su sentido antianimalista -de nuevo las cursivas son mías- al cambiarla por su equivalente en español.

Eso sí, en la lista negra de PETA de la que se han hecho eco en varios periódicos he echado en falta algunas frases muy comunes en nuestro idioma, bien porque no existan -al menos con similares connotaciones animalófobas- en inglés, bien porque se les haya pasado por alto... porque, ¿qué me dicen ustedes de “a burro muerto, la cebada al rabo”, “matar mosquitos a cañonazos”, “entrar como elefante en una cacharrería”, “comer como un cerdo”, “matar a la gallina de los huevos de oro”, “echar margaritas a los cerdos”, “partir el bacalao”, “no se hizo la miel para la boca del burro”, “ver las orejas al lobo”, “no ver dos en un burro”, “ser una mosquita muerta”, “tener la cabeza a pájaros”, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, “gallina vieja hace buen caldo” o “llevarse el gato al agua”?

Pero mejor será que me calle, no sea que les vaya a dar más ideas.


Publicado el 13-12-2018
Actualizado el 17-1-2019