La ley antitabaco o el engaño de las estadísticas





Fumar adelgaza


Como cualquiera que haya estudiado matemáticas sabe, la estadística es la ciencia de las grandes mentiras. O si se prefiere decirlo más finamente, las herramientas estadísticas permiten manipular los datos objetivos de tal manera que siempre se pueden conseguir, dentro de ciertos límites, los resultados más convenientes para el preboste de turno. Y si no que se lo digan a los políticos, que de esto saben un rato hasta el punto de darse el “milagro” de que absolutamente todos, sin la menor excepción, suelen salir ganando en las elecciones...

Gracias a la estadística, si tu vecino se come dos pollos y tú no te comes ninguno, os habréis comido un pollo per capita. Gracias a la estadística, la inflación se mantiene año tras año en unos límites insultantemente bajos pese a que desde la implantación del euro muchísimas cosas, desde el café mañanero en el bar de la esquina hasta el kilo de tomates del supermercado incrementaron sus precio de forma exagerada. Gracias a la estadística, durante estos últimos años la inflación oficial no se incrementa gran cosa pese a que los pisos están literalmente por la estratosfera y la gente se tiene que entrampar hasta las pestañas. Y como a los políticos no les suele interesar resolver de verdad los problemas, sino solamente fingir que los han solucionado, pues ancha es Castilla y para las próximas elecciones ya buscarán la manera de volvernos a engañar de nuevo.

Veamos un caso escandaloso en el que las estadísticas oficiales han chocado de plano contra la prosaica y tozuda realidad. Según éstas, alrededor de un 30% de la población adulta de nuestro país es fumadora, lo que quiere decir que el 70% restante no fumamos. Pese a esta mayoría de más del doble, y a diferencia de otros países como Irlanda o Italia, la ley antitabaco recientemente implantada no prohíbe fumar en bares y cafeterías de menos de 100 m2 -la inmensa mayoría-, dejando al libre criterio de sus propietarios la posibilidad de permitirlo o no. En principio esta medida parecía razonable, pensando que sería la propia sociedad quien se encargara de repartir los bares entre ambas categorías de fumadores y no fumadores, de forma que cada cual pudiera disponer de los sitios que más le apetecieran.

Pues no. Para empezar, la gran mayoría de los hosteleros afectados -no hablo de los locales de más de 100 m2, donde la ley sí exige la implantación de áreas sin humo- optaron por dejar fumar. Esto, en principio, era de esperar, ya que estos empresarios, ante la duda, optaron por seguir, al menos por el momento, tal como estaban antes; puesto que la ley permite cambiar de decisión en uno u otro sentido, era lógico que obraran de esta manera por prudencia. Esto no me preocupaba, suponía que con el tiempo la cosa se reorganizaría de forma que la proporción entre bares de no fumadores y de fumadores se acabara aproximando de una forma razonable a la proporción 70:30 que daban las estadísticas, y así todos contentos... ¡Qué equivocado estaba!

En mi ingenuidad, lo que ni siquiera me había pasado por la imaginación era que, lejos de irse incrementando poco a poco los locales de no fumadores merced a la migración de éstos, lo que iba a pasar era justo lo contrario, que los pocos valientes que se habían atrevido a prohibir fumar en sus establecimientos iban a tener que acabar pasando por el aro revocando esa prohibición, hasta el extremo de que los pocos sitios que tenía fichados donde poder tomarme un café o una cerveza sin tragar humo ajeno desaparecieron como por ensalmo apenas un par de semanas después de la entrada en vigor de la ley, sin que al día de hoy cuente con una sola alternativa...

Según estos hosteleros, y no tengo el menor motivo para dudar de su sinceridad, la pérdida de clientes había sido tan brutal que no habían tenido más remedio que revocar su decisión... ¡y eso que los fumadores, pese a ser sólo un 30% según las estadísticas, tenían montones de sitios donde dar rienda suelta a su afición! Sin contar, además, con los no fumadores que teóricamente deberían haberse mudado de los bares con humos a los bares sin humos, los cuales conforme a las estadísticas tendrían que haber compensado con creces las deserciones de los fumadores.

Evidentemente no ha sido así, y las razones deben de ser otras. ¿Cuáles? Se me ocurren varias hipótesis, no sé si reales o disparatadas, así que mejor las enumero todas y que cada se quede con la que mejor le parezca.

1.- El porcentaje estadístico de un 30% de fumadores es más falso que un billete de siete euros y medio, y en realidad los adictos al humo son muchos más.

2.- Los fumadores, pese a ser una minoría, son mucho más aficionados a empinar el codo que los no fumadores, con lo cual la pérdida de un fumador no se compensa con la llegada de un mucho más sobrio no fumador.

3.- Los no fumadores tragamos -y no me estoy refiriendo al humo- mucho más que los fumadores, de modo que no nos importa, aceptamos o nos resignamos a estar en un local con humo, mientras los fumadores no se resignan a estar, siquiera un rato, sin fumar en su interior. La consecuencia inmediata de ello es que, mientras los fumadores dejan de ir automáticamente a un bar donde no les dejan fumar, los no fumadores seguimos yendo aunque tengamos que tragar humo. Corolario: En el caso de que se junten un fumador y un no fumador para tomar unas cervezas juntos, siempre será inevitable que el fumador arrastre al amigo a un bar con malos humos, mientras el no fumador no conseguirá en ningún caso que el otro renuncie a la nicotina mientras estén juntos.

4.- Los bares de fumadores son los que mejores tapas ponen, mientras que los de no fumadores son todos unos esaboríos que sólo te dan panchitos rancios y patatas fritas revenidas, y encima a poco que te descuides se quedarán con el cambio.

5.- Existe un contubernio clandestino de fumadores viciosos para boicotear los locales libres de humo, organizado a través de mensajes SMS del tipo “No entres en el bar Baridad, porque no dejan fumar. Pásalo” Es cierto, me ha dicho mi cuñado que se lo ha contado un compañero de trabajo, que a su vez lo sabe de muy buena tinta porque su primo trabaja de conserje en una comisaría de policía. Huelga decir que los no fumadores tenemos que montar ya mismo una alianza similar en defensa de nuestros legítimos intereses.

En cualquier caso, y bromas aparte, lo cierto es que apenas implantada la ley ha demostrado tener un agujero considerablemente grande, lo cual es más importante de lo que pudiera parecer a primera vista teniendo en cuenta que los españoles hacemos buena parte de nuestra vida social en bares y cafeterías. Nada más lejos de mi intención que proponer la prohibición de fumar en la totalidad de estos locales, ya que de hecho mi postura personal e intransferible es la de que cada cual es muy dueño de sus propios pulmones pero no de los ajenos, pero esto no impide que me resulte preocupante -al fin y al cabo no soy fumador, y no puedo evitar que me moleste mucho el humo- que no haya habido un reparto razonable entre bares de fumadores y de no fumadores, de forma que cada cual pudiera buscar uno a su gusto. Por fortuna no suelo frecuentar demasiado estos establecimientos, tan sólo cuando quedo con algún amigo, y en el peor de los casos durante un rato soy capaz de sobrevivir al humo tal como lo he venido haciendo hasta ahora... pero siguen sin salirme las cuentas, no ya las estadísticas de la señora ministra, sino las derivadas de mis propias conclusiones a raíz de lo que veo todos los días.

Claro está que todo pudiera ser, tal como vengo diciendo desde hace mucho, que el problema de la convivencia entre fumadores y no fumadores no sea tanto una cuestión de humos sino de educación o, mejor dicho, de falta de ella, algo que por desgracia abunda cada vez más en nuestro país y no sólo, por supuesto, entre el colectivo de los fumadores. Pero ésta es ya otra historia.


Publicado el 31-1-2006