La crisis y el soma





¿Novela, o profecía?


Fue en la época de mi adolescencia, allá por los ya lejanos años setenta, cuando leí por vez primera las dos distopías, o antiutopías, más famosas de la literatura, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell. Las dos novelas eran bastante anteriores a la época en la que yo las leí, ya que fueron publicadas en 1932 y 1949 respectivamente, en unos entornos políticos y sociales muy difíciles en ambos casos: el auge de los totalitarismos europeos que precedió a la II Guerra Mundial en el primero, y la consolidación del absolutismo estalinista y el apogeo de la Guerra Fría en el segundo.

Por el contrario, la situación de España y del resto del mundo en los años setenta era muy diferente. En nuestro país acababa de morir Franco y a los españoles se nos abría, por vez primera en muchos años, una ventana de esperanza en el progreso. En el mundo la Guerra Fría daba sus últimos coletazos -Guerra de Vietnam incluida-, aunque la caída del Muro de Berlín como símbolo de los regímenes comunistas todavía tendría que esperar hasta finales de la década siguiente. Mientras tanto, el gigante chino comenzaba a despertar de la larga pesadilla de la Revolución Cultural una vez fallecido Mao en 1976, aunque entonces todavía nadie podría haber previsto su sorprendente evolución futura.

Durante muchos años ninguna de las dos novelas alcanzó a reflejar, al menos en los países occidentales, no ya su realidad política y social, sino ni tan siquiera una hipotética extrapolación de ellas, quedándose pues como meros ejemplos de utopías felizmente fallidas. Sin embargo, yo no dejaba de preguntarme, a modo de curiosidad, cual de los dos escritores podía haber estado más acertado; era evidente que Orwell denunciaba las brutalidades del estalinismo y, en general, de cualquier dictadura suficientemente sanguinaria, pero en el caso de Huxley la cosa ya no estaba tan clara, aunque se podría considerar que los tiros iban dirigidos fundamentalmente hacia la entonces todavía incipiente sociedad de consumo, siendo harto significativo que su santo patrón fuera Henry Ford... aunque, de haberla escrito ahora, Huxley probablemente habría adoptado como emblema a alguna multinacional.

En cualquier caso, en lo que ambos coinciden es en una denuncia sin paliativos de una hipotética manipulación futura de la humanidad por parte de sus dirigentes, tanto da que ésta sea solapada (Huxley) o tiránica (Orwell).

Ante esto, ¿cuál era mi opinión? Insisto en que estoy hablando de los años previos a la caída del comunismo, a la globalización y a la crisis económica -y en muchos casos también política-, cuando nada hacía sospechar que pudiéramos acabar como hemos acabado sino, en todo caso, justo lo contrario.

Pues bien, desde un principio descarté la interpretación de Orwell, con considerarla disparatada... y no porque no hubiera ejemplos sobrados de salvajadas de este calibre -fueron los años de la locura asesina de los jemeres rojos y de las dictaduras sudamericanas-, sino porque me parecía que tamaños dislates serían imposibles de mantener a medio o largo plazo, al menos en sociedades desarrolladas como la nuestra. Bajo este punto de vista, y si lo analizamos desde la perspectiva de 2012, creo no haberme equivocado demasiado.

Las circunstancias cambian, sin embargo, si nos fijamos en Un mundo feliz, donde ya el propio título nos indica meridianamente por donde van los tiros, pese a la inexistencia en español de un signo de puntuación que pudiera remarcar el evidente sarcasmo del adjetivo, quizá más patente en su título original inglés Brave New World. Aquí aparentemente -sólo aparentemente- no hay tiranía alguna, los ciudadanos son “felices” y disfrutan de una vida muelle y sin preocupaciones auxiliados por una droga perfecta, el soma. La sociedad está dividida en castas y las castas inferiores, sin ninguna inquietud intelectual ni social, viven tranquilas en su ignorancia, alegrándose incluso de no pertenecer a las castas más elevadas, cuyas responsabilidades eluden. Todo es aparentemente perfecto... aunque al final de la novela comiencen a aparecer las fisuras.

¿Se puede comparar de alguna manera la sociedad imaginaria de Un mundo feliz con la sociedad real que estamos viviendo ahora? Pienso que hasta cierto punto sí, sobre todo si la combinamos con la asimismo corrosiva Mercaderes del espacio, publicada en 1953 por Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth. A mí personalmente me da mucho miedo el auge que han tomado las grandes multinacionales en el control del planeta, y no hace falta mirar muy lejos, tan sólo al gobierno -o desgobierno- actual que padecemos en España, para descubrir hasta qué punto los intereses de los ciudadanos están siendo supeditados, cuando no directamente dinamitados, a los del gran capital, que por cierto acostumbra a poner en nómina a los ex ministros y altos cargos a poco que ceean éstos en sus actividades políticas. ¿Casualidad?

Sigamos con las similitudes. ¿Les parece poco soma la amplia oferta de telebasura, de fútbol hasta en la sopa, de cine y literatura para retrasados mentales, de redes sociales imbéciles, de autismos videolúdicos, de juergas continuas con borrachera fácil incluida? Mientras tanto, el nivel educativo medio de la población española ha caído en picado, y su capacidad crítica y reflexiva todavía más.

Ya en su día hablé de la infantilización de la sociedad actual, y por desgracia el paso del tiempo no ha hecho sino reafirmarme en esta opinión que, al fin y al cabo, no es sino una versión sofisticada y actualizada del antiguo Pan y circo de los romanos, es decir, estómagos llenos y mentes vacías. Borregos, vamos, exactamente igual que las castas inferiores de la sociedad imaginada por Huxley o los animales de Rebelión en la granja, también de Orwell, pero borregos felices que, para mayor ironía, están plenamente satisfechos de serlo. Si los grandes luchadores por la libertad y el progreso que, desde los enciclopedistas franceses para acá, consiguieron gracias a sus esfuerzos, y en ocasiones a sus propias vidas, que esta sociedad fuera mejor levantaran la cabeza, seguro que volverían espantados a sus tumbas.

Por último, tengo la sospecha, o por decir mejor el profundo temor, de que todo esto no debe de ser en modo alguno ni accidental ni espontáneo. Porque, aunque disto mucho de ser conspiranoico, veo con claridad que en este río revuelto hay muchos pescadores sacando tajada. Las estadísticas demuestran sin lugar a dudas que gracias a la crisis los ricos se están haciendo más ricos y los pobres más pobres, al tiempo que asistimos indefensos a la voladura controlada de todas las conquistas sociales de las últimas décadas -sanidad, educación, infraestructuras, transportes, investigación y cultura- que hacían de nuestro país una sociedad desarrollada y solidaria, mientras la clase media, que siempre ha sido el mejor rompeolas para garantizar a la estabilidad y la prosperidad social, corre el riesgo de proletarizarse y desaparecer. ¿El objetivo? Pues probablemente volver a los tiempos del caciquismo decimonónico o el franquismo rancio, con unos salarios de subsistencia para la mayoría y la educación y la sanidad de calidad tan sólo al alcance de quienes puedan pagárselo... que serán los pocos de siempre, los mismos que monopolizarán los buenos trabajos y los buenos sueldos para sus cachorros con independencia de su valía personal.

Y si me apuran, me atrevería a decir que todo esto puede que sea incluso provocado, o al menos dirigido por eso que eufemísticamente se denomina los “poderes fácticos” y que, al igual que ocurre con las meigas gallegas, existir existen, aunque nadie pueda asegurar haberlos visto.


Publicado el 23-12-2012