San Nicolás ¿racista?





San Nicolás acompañado por un Zwarte Piet
Fotografía tomada de la Wikipedia


Pese a que por desgracia cada vez me tienen más acostumbrado, a estas alturas todavía sigo sorprendiéndome de la estupidez rampante que nos acosa, últimamente en aras de una ridícula corrección política -si no de algo todavía más imbécil- cuando no se puede decir que nos falten precisamente problemas reales, mucho más graves, por resolver; pero, claro está, adoptar la pose de defensor de cualquier majadería que se te ocurra cuesta mucho menos trabajo -en realidad no cuesta nada- que remangarte los brazos y ponerte a trabajar para resolver un problema de verdad. En esto ha quedado ese absurdo e insensato progresismo que nada tiene que ver, evidentemente, con el progreso de verdad, un noble concepto tan prostituido en nuestros días como otros no menos nobles, y no menos prostituidos, tales como la libertad y su hermano el liberalismo, la democracia y otros cuantos más, víctimas todos ellos de la charlatanería barata que nos asola; pero ésta es ya otra historia.

En esta ocasión me voy a centrar en algo que puede parecer anecdótico si no directamente absurdo, pero que está ahí y resulta un buen ejemplo de la papanatería que parece haberse adueñado de nuestra decadente sociedad. Como es sabido, en Holanda y en la parte flamenca de Bélgica el equivalente -aunque la fiesta no se celebra en navidad, sino a primeros de diciembre- a nuestros Reyes Magos o al cada vez más omnipresente Santa Claus es San Nicolás, cuya figura está inspirada en san Nicolás de Bari, un obispo de esta ciudad italiana en el siglo IV al que se le atribuyen numerosos milagros, varios de los cuales están relacionados con niños.

En realidad la tradición anglosajona de Santa Claus, pese a que poco tiene que ver éste actualmente con el obispo italiano, tiene su origen en la tradición holandesa, probablemente llevada a los actuales Estados Unidos por los colonos de este país que fundaron Nueva Ámsterdam, la actual Nueva York, a principios del siglo XVII. Pero como este artículo no está dedicado a Santa Claus sino a San Nicolás, nos olvidaremos del primero.

La fiesta de San Nicolás, llamado en holandés Sinterklaas, es enormemente popular y equivalente en todo a la nuestra de los Reyes Magos. De hecho, está tan arraigada en el acervo popular de este país que ni siquiera los calvinistas, que la consideraban pagana, consiguieron erradicarla pese a todos sus esfuerzos, no dejando de ser curioso que en un país profundamente protestante -mirémoslo no con nuestra mentalidad actual, sino bajo la perspectiva de las guerras de religión que asolaron Europa en los siglos XVI y XVII-, que mantuvo además una larga y cruenta guerra con España hasta que logró independizarse de la corona española, se siguiera manteniendo la visita anual de un obispo católico proveniente además de la propia España... lo cual da cumplida muestra de la solidez de esta tradición secular, que hoy en día sigue manteniéndose en todo su esplendor.

Al igual que los Reyes Magos cuentan con pajes, Sinterklaas dispone también de unos ayudantes conocidos popularmente como los Zwarte Pieten, traducible en español como Pedritos Negros. Éstos van ataviados con unos llamativos ropajes que recuerdan a los moros de opereta y, como indica su nombre, son de raza negra -léase con la cara y las manos pintadas y con peluca rizada-, encargándose de ayudar a San Nicolás a repartir los regalos a los niños. Y como cabe suponer, son tremendamente populares entre los pequeños. Aunque existen varias versiones diferentes acerca del origen de estos ayudantes, de lo que no existe duda es acerca de la presunta raza a la que pertenecen, quizá un antiguo recuerdo de los esclavos negros que antaño acompañaban como criados a los europeos ricos.

Y aquí es donde surgió el problema. Como dijo Einstein tan sólo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y ni siquiera podemos estar seguros de la primera, por lo que siempre resulta inevitable que, tarde o temprano, aparezca el cretino de guardia, puesto para el que por desgracia no escasean los candidatos, a intentar imponernos su estupidez particular en un peculiar ejercicio de lo que ellos entienden por libertad de expresión... la suya, claro.

Pese a lo inofensivo, se mire como se mire, de esta simpática tradición, los progres aburridos de Holanda y de fuera de Holanda decidieron que los Zwarte Pieten eran potencialmente ofensivos para la raza negra -o como quiera que se tenga que denominar ahora, siguiendo los cánones de la corrección política, a los humanos de color de piel más bien tirando a oscuro- porque “podrían alentar prejuicios racistas”... y por supuesto, haciendo gala de su tradicional tolerancia hacia todo aquello que no les gusta, exigieron su supresión inmediata, no dejando de ser irónico, en el caso de que acabaran saliéndose con la suya, que lo que no consiguieron hace siglos los fanáticos calvinistas lo lograran ahora, espoleados por motivaciones mucho más chuscas, estos defensores de causas perdidas y tonterías varias.

Al parecer en un principio la polémica surgió en la propia Holanda, que ya se sabe que la epidemia de progresía tiene allí uno de sus focos más virulentos, y tanto llegaron a incordiar estos individuos que un juzgado de Ámsterdam acabó instando al ayuntamiento de esta ciudad a revisar la manera de presentar en lo sucesivo a estos populares personajes.

Alucinante, ¿verdad? Pues no queda ahí la cosa. La oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, a la que aparentemente le faltaban problemas por los que preocuparse a lo largo y ancho del planeta, envió una misión de inspección a Holanda para investigar el tema, la cual llegó a pedir a los holandeses la supresión de estos pajes dado que su “subordinación respecto a San Nicolás ofende a determinados grupos de población” y que, al ser éstos “alegres y revoltosos, responden a una imagen estereotipada de la esclavitud durante la antigua época colonial, perpetuándose los estereotipos de que la población de origen africano aparezca como ciudadanos de segunda clase”.

Y se quedaron tan anchos, sancionando a modo de colofón que “la ignorancia alimenta el odio y la intolerancia”, por más que para ignorancia, palmaria además, la suya, ya que al parecer son incapaces de distinguir entre una inocente tradición infantil y las salvajadas que todos los días se cometen por doquier. Pero por lo que se ve, para estos señores degollar “infieles”, masacrar pueblos enteros o alentar dictaduras sanguinarias no debe de “alimentar el odio y la intolerancia”, a juzgar por su desinterés hacia estos temas.

A mí lo que me indigna es que los ignorantes de verdad, sobre todo teniendo en cuenta que nada hay más peligroso que un imbécil con demasiado poder, puedan llegar a causar verdadero daño bien por acción, bien por inacción, ya que mientras papan moscas con sus payasadas no sólo no resuelven los problemas reales, sino que además impiden que otros más capacitados que ellos lo hagan.

Y como dice el refrán, cuando las barbas de tu vecino veas rapar... ¿llegará el día en el que pretendan suprimir a Otelo, que era negro y moro, o a Fu Manchú que era chino y pérfido? ¿Prohibirán las películas de Tarzán, porque en ellas los negros siempre son malos o tontos? ¿O Lo que el viento se llevó, dado que en esta película aparecen esclavos negros aparentemente felices? No desesperen, que cuando la estupidez humana alcanza estos niveles todo puede llegar a ser posible.


Publicado el 5-11-2014