Tabaco y educación



No se puede negar que la normativa recientemente aprobada sobre el uso del tabaco ha rendido ya una amplia polémica que, si no desborda los limites del civismo, no tiene por menos que resultar fructífera, aun cuando haya ocasionado también berrinches tan monumentales como el de su colaborador Xabier Domingo, fumador militante empeñado, al parecer, en una santa cruzada en defensa de las libertades fundamentales de los adictos al tabaco frente a la actitud tiránica e inquisitorial de todos aquellos ciudadanos deseosos de no tragar humo en contra de su voluntad.

Pero ocurre que el problema, como tantos en este país, no es estrictamente sanitario sino que, por el contrario, está afectado profundamente por la. crónica falta de civismo y de respeto hacia los demás de esta nuestra sociedad española. Dicho con otras palabras: Me molesta ciertamente el humo, pero me molesta aún más la mala educación de aquellos fumadores a los que no les preocupa en absoluto el efecto que pueda tener su acción en las personas que les rodean.

Porque, y he aquí la verdadera raíz de la cuestión, lo que resulta evidente es que fumar puede llegar a ser, en determinadas circunstancias, una actividad notoriamente molesta. No es ciertamente la única ni siquiera la más grave, pero resulta curioso comprobar cómo mientras toda persona mínimamente civilizada admite sin reparos la inconveniencia de acciones tales como poner el tocadiscos a todo volumen a las tres de la madrugada o tirar la basura alegremente a la calle, por poner dos ejemplos, estamos aún muy lejos de alcanzar un mínimo consenso en el caso del uso del tabaco.

Conozco multitud de fumadores responsables que no se sienten en modo alguno condicionados por fumar sólo cuando y donde no molestan; son, en definitiva, aquellas mismas personas que respetan a los demás en todas y cada una de sus actividades sociales. Pero conozco, además, fumadores despreocupados acostumbrados a fumar siempre y cuando les viene en gana, y que curiosamente suelen coincidir a menudo con aquéllos que ponen los pies encima de la mesa o nos regalan con emanaciones mefíticas procedentes de sus poco o nada limpios cuerpos.

Porque, en definitiva, el problema fundamental no es ni el humo ni e1 cáncer de pulmón; es, sencillamente, la falta de educación.


Enviada el 27-3-1988 a EL PAÍS