Errores gramaticales



Tengo el placer de dirigirme a usted para comentarle algunos aspectos gramaticales, a mi entender erróneos, que suelen aparecer con más frecuencia de la deseable en el diario EL PAIS y que estimo que menoscaban la calidad literaria del mismo. Ni voy a hablar de casos concretos ni se trata de cuestiones exclusivas de su diario, sino que antes bien están sumamente extendidas por desgracia dentro de amplios ámbitos de nuestra sociedad que, como se ha dicho ya en multitud de ocasiones, no pone el menor interés en respetar nuestro idioma.

Pero pasemos ya a algunos hechos concretos: Las reglas del idioma castellano dicen claramente que resulta incorrecto utilizar la versión vernácula de un topónimo siempre que exista una versión castellanizada del mismo; es por esto por lo que decimos Londres y no London o Alemania y no Deutschland. Sin embargo, EL PAIS utiliza sistemáticamente los topónimos catalanes, gallegos y vascos siempre que se refiere a poblaciones o lugares de las regiones españolas en las que se habla alguno de estos idiomas además del castellano. Entiéndase mi planteamiento: Encuentro totalmente lógica y razonable la normalización lingüística de estas regiones bilingües, como veo lógico también que sean utilizados estos nombres en los medios de comunicación de las mismas. Pero EL PAIS es un periódico escrito exclusivamente en castellano y tiene un ámbito nacional, por lo que a mi entender lo lógico de acuerdo con las normas gramaticales sería que utilizara la versión castellana de estos nombres. Lleida, por poner un ejemplo, es correcto en catalán pero incorrecto en castellano.

Pasando ahora al ámbito internacional, encuentro un problema hasta cierto punto similar con los nombres de las palabras procedentes de idiomas con alfabetos distintos del latino tales como el ruso, el griego, el árabe, el chino o el japonés. En estos casos no cabe sino la transcripción fonética que, como cabe suponer, variará de un idioma a otro al ser distintas las pronunciaciones de una misma letra en las diferentes lenguas que utilizan el alfabeto latino. Como suele ocurrir que muchas de estas transcripciones son hechas inicialmente al inglés, sucede con frecuencia que se copia al español la palabra tal como se escribe en inglés y no tal como se pronuncia en su lengua original, con lo cual se altera a veces drásticamente su sentido fonético. Un conocido ejemplo es el del nombre de Gengis Khan, el famoso conquistador mongol, que debiera de ser escrito en nuestro idioma algo así como Yenyis Jan para que sonara en forma similar a la del idioma mongol. Y, si este caso es ya muy antiguo y por lo tanto está virtualmente perdido, me preocupa que haya multitud de palabras de introducción reciente que han incurrido también en este error: taekwondo por teicuondo, soja por soya, etc.

Mucho más grave todavía es la utilización de barbarismos innecesarios tales como (y aquí podría dar una larga lista) input-output (por entrada-salida), by-pass (por derivación), software (por programación), light (por ligero), etc. En otros casos, la palabra original ha sido sustituída por otra española similar gramaticalmente pero de distinto significado, con lo cual se crea una confusión tan innecesaria como perniciosa: esto ocurre con doméstico, convirtiendo así en nacional lo que en principio sólo se refería al hogar, o con restauración, que ha transformado a los profesionales de bares y restaurantes en unos presuntos reparadores de obras de arte.

En ocasiones no se trata de palabras extranjeras sino de verbos inventados a partir de sustantivos o adjetivos; es el caso, entre otros, de los verbos ofertar, publicitar, vehicular, posicionar, priorizar o explicitar, ninguno de los cuales ha existido nunca en castellano correcto. Distinto es el caso de conllevar, muy en boga actualmente pero no con su significado correcto de llevar consigo o soportar sino con el incorrecto de conducir a.

Por último, desearía manifestar mi desacuerdo con la reciente costumbre de feminizar (o masculinizar) palabras que siempre habían sido iguales para ambos sexos, llegándose a extremos tan forzados (algunos inexplicablemente admitidos por la Real Academia) como modisto, jueza o autodidacto. Llevando hasta el final esta moda, podríamos llegar a extremos tan absurdos como futbolisto, astronauto, terroristo, policío, artisto, periodisto, dentisto o machisto. O, ya puestos, ¿por qué no senatriz (con permiso de C.J. Cela), doctriz, gobernatriz, pintriz, testiga, militara, pilota o soldada?

Los idiomas nunca han sido algo estático sino que han evolucionado con el tiempo influyéndose además unos a los otros; absurdo sería negar esta evidencia. Pero los idiomas también han de ser cuidados para evitar corrupciones innecesarias y empobrecedoras de lo mismo. Y aquí, mucho me lo temo, los españoles tenemos aún mucho por hacer.


Enviada el 29-12-1988 a EL PAIS