Uso incorrecto del idioma



Desde hace bastante tiempo, vengo observando con preocupación cómo los periodistas en general maltratan una y otra vez el idioma español siempre, y esto es lo más grave, sin que exista la menor necesidad de ello; y, aunque el diario EL PAIS es sin duda uno de los más cuidadosos en este campo, lo cierto es que en él también se suelen colar de vez en cuando patinazos que en modo alguno se pueden achacar ni a erratas ni a las prisas sino, mucho me temo, al deseo de ser más papista que el Papa. En todo caso, opino que esto trae como consecuencia un demérito para el periódico que estimo sería conveniente subsanar.

Voy a ponerle dos ejemplos de lo anteriormente dicho. En primer lugar, el eterno problema de los femeninos. Bien está que se feminicen todas aquellas palabras que lo requieran y lo permitan siempre que esto sea necesario... Pero, por favor, sin pasarse. Hay bastantes palabras españolas a las que no se les puede considerar masculinas, sino neutras, por mucho que tradicionalmente hayan sido aplicadas al género masculino. Feminizarlas, pues, resulta no sólo forzado sino también malsonante a la par que innecesario, puesto que basta en estos casos con recurrir al artículo (si se trata de un sustantivo) o al contexto si no lo es. Éste es el caso del sustantivo “juez”; ¿qué tiene de malo decir “la juez” en vez de “la jueza”?

Más evidente aún es si se trata de palabras que no son sustantivos. Hace unos días, hablaban ustedes de la “presidenta” electa de Nicaragua. Ocurre que “presidente”, aunque se utilice como sustantivo, es en realidad un participio activo que no tiene género. Lo correcto, pues, sería decir “la presidente”. Esto ocurre también con ciertos adjetivos; el femenino de “primero” es “primera”, pero el apócope “primer” se puede considerar común para ambos. ¿Por qué no decir, pues, “la primer ministra” o, mejor aún, “la primer ministro”? El femenino queda garantizado por el artículo, por lo que para mí sería suficiente. Tenga en cuenta que, de llevar esta regla hasta el final, podríamos encontrarnos con palabras tan absurdas y risibles como “cantanta”, “comedianta” o, yendo al otro lado, “futbolisto”, “periodisto” o “transportisto”. Ridículo, ¿verdad?

Otro problema no menos escandaloso es el de las palabras (generalmente verbos) inventadas así por las buenas y que, normalmente, no suelen ser necesarias por existir otras equivalentes y perfectamente ortodoxas. Yo ya estaba más o menos resignado a leer de vez en cuando cosas tales como “recepcionar”, “posicionar”, “ofertar” o “peticionar”, pero le confieso que hace unos días de quedé de piedra al leer en un artículo varios tiempos del nuevo verbo “mandatar”. ¿Tan difícil resulta decir “recibir”, “colocar” o “tomar posición”, “ofrecer”, “pedir” o “solicitar” o, por último, “dar mandato”? Caso aparte es el del verbo “conllevar” no porque no exista, que sí existe, sino porque se le ha cambiado por completo el significado que, de ser el de “soportar” o “ayudar a llevar”, ha pasado a ser el de “conducir a”, algo completamente distinto y, por lo tanto, incorrecto.

No es tan difícil respetar no ya la ortodoxia del lenguaje, sino simplemente el lenguaje normal de la calle; inventarse extrañas e innecesarias palabras forzando las ya existentes o haciendo traducciones macarrónicas de otros idiomas, tan solo puede conducir a exageraciones dignas de Fray Gerundio de Campazas. Y un periódico del prestigio de EL PAIS, creo, debería tener esto muy en cuenta.


Comentada por el Defensor del Lector el 18-3-1990 en EL PAIS