Delito y nacionalidad



Tengo el placer de dirigirme de nuevo a usted para puntualizar dos de sus comentarios correspondientes a la columna del día de hoy, uno por cada uno de los temas abordados en la misma.

Así, en Delito y nacionalidad, apoyaba la petición de un lector acerca de la conveniencia de no resaltar innecesariamente la nacionalidad de los delincuentes extranjeros, con objeto de evitar en los lectores una posible asociación subconsciente -pero no por ello menos dañina- entre inmigración y delincuencia. Este criterio, añado yo, es también extensivo a ciertas minorías sociales españolas, como por ejemplo los gitanos. Por supuesto que estoy plenamente de acuerdo con el espíritu del mismo, pero encuentro la posibilidad de que exista el peligro de que, con toda la buena intención del mundo, se acabe incurriendo en el extremo opuesto, es decir, una posible censura sobre la información menoscabando todo aquello que pudiera ser calificado de “políticamente incorrecto”, lo cual no sería menos reprobable que lo que se intenta evitar. Así, he notado que en ciertos casos el hecho objeto de la noticia es difícilmente entendible si se suprime la nacionalidad o la condición social del protagonista de la misma, con lo cual la información queda mutilada cuando no falseada al suprimir estos datos. Bien está, por supuesto, no dar una relevancia innecesaria a los mismos, pero conviene no incurrir en el extremo opuesto ya que cualquier tipo de censura es, por definición, reprobable, y de eso sabemos un poco en nuestro país. Tal como se dice siempre, la razón suele estar en el justo medio.

En lo que respecta a Obesidad infantil, mi objeción es puramente ligüística. Es sabido que ciertos colectivos profesionales incurren en ocasiones en el vicio de utilizar una jerga propia difícilmente conciliable con lo que podríamos considerar un uso correcto de nuestra lengua, pero cuando estos vicios rebasan su ámbito original para afectar al gran público la cuestión empieza a ser preocupante, sobre todo si son los propios periodistas quienes se hacen eco de ellos. Así ocurre con el término “percentil” utilizado tan profusa como incorrectamente por los médicos, dado que no se trata sino de un barbarismo importado del inglés cuya expresión correcta en español no es otra que el puro y simple “porcentaje” de toda la vida. Pues bien, el “percentil” de marras aparece en su columna y, si bien el responsable del gazapo no es usted sino el pediatra del cual reproduce parte de su carta, no menos cierto es que no habría costado ningún trabajo corregirlo en la transcripción. ¿No le parece?

Ya puestos, y abusando un tanto de su amabilidad, quisiera aprovechar esta carta para hacerle un comentario -en esta ocasión sobre algo ajeno a su columna- que, en cierto modo, está relacionado con el primero de los temas que he comentado. Me estoy refiriendo a la renuncia a utilizar ciertos términos presuntamente peyorativos para definir a determinados colectivos de personas, como por ejemplo el de “gitano” o “moro”. Yo soy de la opinión de que, en la mayoría de los casos, lo peyorativo no suele ser el término en sí sino la utilización que se pueda hacer del mismo, pero entiendo que en determinados casos pueda ser conveniente, por prudencia, no utilizarlos sustituyéndolos por otros equivalentes. Sin embargo, encuentro con sorpresa que esos mismos periodistas que tan cuidadosos procuran ser a la hora de no herir las susceptibilidades de los gitanos, o de las “personas de etnia gitana” recurriendo al más tópico de esos términos alternativos, no tienen el menor empacho en calificar de “payos” a todos los que no pertenecen a ese colectivo. Basta una consulta al diccionario de la RAE para comprobar que, si bien en su tercera acepción payo significa “Entre los gitanos, quien no pertenece a su raza”, en la segunda nos encontramos con “Campesino ignorante y rudo”. Pero es en otro diccionario, concretamente la Enciclopedia Universal Sopena, donde podremos rastrear el posible significado original del término, procedente de la germanía: “Persona incauta. a quien se tima o engaña”. Sinceramente, si esto no es peyorativo, que venga Dios y lo vea.


Enviada el 18-12-2005 al Defensor del Lector de EL PAIS