El independentismo en Europa



Quede bien clara una cosa: ningún político, nacionalista o no, sería tan estúpido como para convocar un referéndum que fuera a perder, a no ser, claro está, que esa derrota formara parte de su propia estrategia intentando explotar el victimismo.

El problema es que estas consultas se pueden manipular, y no ya con un pucherazo descarado al estilo de los ocurridos durante los ajustes de los flecos del tratado de Versalles, cuando en algunos territorios disputados por dos naciones se llegaron a efectuar traslados masivos y clandestinos de población para “votar” en lo que entonces llamaban plebiscitos de cara a decidir su pertenencia a uno u otro país. Es mucho más sencillo, y mucho más “democrático”, hacerlo mediante una estudiada ambigüedad en la redacción de la pregunta que sea capaz de arrastrar a quienes quieren cambios sin comulgar con el independentismo, tal como pretenden hacer los independentistas escoceses y como pretenderían hacer, probablemente, los nacionalistas catalanes o vascos llegado el caso.

Mientras tanto, sigue sin plantearse algo tan elemental como que los nacionalismos, en la Europa del siglo XXI, son tan anacrónicos como el feudalismo medieval.

Por otro lado, y de cara a quienes tienen la costumbre de hacer comparaciones interesadas vengan a cuento o no, conviene recordar la necesidad de diferenciar entre escoceses e ingleses, algo que hacen tanto los unos como los otros; pero el equivalente nuestro es algo tan obvio como que los catalanes o los vascos no son castellanos, ni andaluces, ni gallegos... pero al igual que tanto los escoceses como los ingleses son británicos, los catalanes y los vascos -y los castellanos, los andaluces, los gallegos...- son españoles mientras no se demuestre lo contrario.

Y es que ya está bien de seguir cayendo en las burdas trampas retóricas de los nacionalistas de cualquier pelaje.


Enviada el 15-1-2011 como comentario a un artículo en la edición digital de EL PAÍS