El jurado



Igual que todo aquel que lo desee y pueda asumirlo debería tener derecho a formar parte de un jurado, debería reconocerse igual derecho a alguien que, por la razón que fuera, no deseara hacerlo.

Porque para mí resulta una violación de tus derechos la imposibilidad de ejercer la objeción de conciencia. Aparte de que la figura del jurado ya es bastante discutible de por sí, ¿por qué razón tienen que meterme a mí -o a cualquiera- en un fregado cuando carezco de formación jurídica a excepción de los conocimientos generales de la gente del montón? Es como si para operar a una persona se tuvieran que reunir diez ciudadanos corrientes para decidir por mayoría si el cirujano le hinca o no el bisturí.

Y no sólo eso; basta con recordar, por poner un ejemplo conocido, a “Doce hombres sin piedad”. ¿Por qué razón alguien tiene que verse obligado a cargar con posibles remordimientos de conciencia ante el temor de haber condenado a un inocente, o de haber dejado en libertad a un criminal? La cuestión no es tan sencilla como quisieron vendérnosla cuando se sacaron de la manga el invento en un presunto alarde de progresismo, simplemente porque el jurado había existido durante la II República siendo suprimido por el franquismo.

En realidad el jurado, una institución netamente anglosajona, es algo tan ajeno a la jurisprudencia española como podrían ser los tribunales islámicos, si se me permite la comparación. Que yo sepa, tan sólo durante la II República existió esta figura legal, y aunque ésta intentara traer a España muchas mejoras y muchos beneficios, por desgracia todos frustrados por culpa de la Guerra Civil, esto no quiere decir que todas sus iniciativas fueran acertadas. Desde luego la implantación del jurado no lo fue, razón por la que tiene todavía menos justificación que pretendieran metérnoslo con calzador hace unos años con la excusa de la restauración de la democracia.

Y por si fuera poco, ni siquiera ha funcionado. De hecho, tengo la impresión de que por lo bajo la mayoría de los profesionales de la justicia reconocen su fracaso, pese a lo cual, y como siempre por motivos políticos, nadie se atreve a adoptar la única decisión lógica, la de suprimirlo de una vez por todas.


Publicada el 9-3-2011, como comentario, en la edición digital de Público