El día de San Sacacuartos





No me digan que esto no es una horterada...


Lo siento, pero no puedo evitarlo. Cada vez que se acerca el dichoso día de San Valentín, vulgo de los Enamorados, me salen ronchas.

Y no porque tenga nada en contra de los enamorados, ni mucho menos; al contrario. Lo que me enerva es que se haya mercantilizado de tal manera esta importante faceta de nuestra vida no ya personal, sino íntima, convirtiéndola en una burda excusa para intentar sacarnos los cuartos de la forma más descarada.

Sí, ya sé que a nadie le obligan a morder el anzuelo, y sé también que el arcano mayor de la sociedad de consumo es precisamente incitarnos a consumir cada vez más, entendiendo como tal a gastarnos nuestro dinero en cosas que en realidad no necesitaríamos... pero es que se pasan de rosca con el dichoso bombardeo.

Por si fuera poco, en este caso concreto nos encontramos frente a una tradición anglosajona no ya importada, sino metida con fórceps en fechas además relativamente recientes; en concreto desde mediados del siglo XX, atribuyéndosele la paternidad del invento al avispado empresario Pepín Fernández, fundador y propietario de la extinta cadena de grandes almacenes Galerías Preciados.

Pese a tratarse de un invento totalmente ajeno a nuestra idiosincrasia lo cierto es que éste acabaría cuajando, ayudado sin duda por la descarada propaganda que se le hizo con la película “El día de los enamorados”, estrenada con gran éxito en 1959 y continuada tres años después por su secuela “Vuelve san Valentín”. Y si esto pasaba cuando la sociedad de consumo era todavía incipiente en España y la recién creada televisión estaba al alcance de tan sólo unos pocos privilegiados, imagínense lo que ocurriría años más tarde. Pero ya se sabe que a la gente le encanta que la encandilen, aunque sea a cambio de limpiarle hasta la calderilla.

De todos modos, lo reconozco, lo que más me estomaga del dichoso San Valentín no es ya que pretendan convencerme de que ese día tengo que demostrar a mi pareja lo mucho que la quiero a base de hacerle uno o varios regalos, preferiblemente caros; aunque me fastidia bastante, lo reconozco, que se olviden del tema los otros trescientos sesenta y cuatro días del año, o que pretendan hacerte centrar la demostración de tu enamoramiento en un plano estrictamente material. Vamos, más o menos lo mismo que ocurría hace años con ese famoso anuncio de “Díselo con diamantes”, el cual pretendía al parecer que el amor se midiera en unidades de joyería.

Y es que todavía hay algo peor. Lo que más me estomaga, con diferencia, de todo este tinglado, son los empalagosos niveles de horterez -mis disculpas por el neologismo-, vulgares hasta el empacho, que suelen alcanzar muchas de las ofertas publicitarias que, con la excusa de la onomástica del dichoso santo, nos bombardean inmisericordemente en un flagrante delito de leso buen gusto... y hasta de dudoso gusto, si me apuran.

No lo soporto. Les juro que no lo soporto, y ya no es cuestión de estar en contra -que lo estoy- de todos estos intentos de manipular nuestros hábitos en beneficio propio, muchos más a lo largo del año -de eso hablaré en otro artículo- que este dichoso 14 de febrero. No, lo que no soporto, por encima de todo, es que pretendan tomarnos por unos horteras descerebrados con el gusto en el coxis.

Y si no se lo creen, dedíquense a echar un vistazo, durante las dos primeras semanas de febrero, a los mensajes publicitarios o a las noticias -es un decir- “del corazón”.

Pero no acaba ahí todo; a modo de guinda, les propongo un poco de investigación histórica al respecto. Al parecer, los historiadores -los historiadores serios, se entiende- ni siquiera tienen nada claro que el san Valentín de marras llegara a existir realmente, aunque existen hasta tres personajes de este nombre en el martirologio católico todos ellos -o mejor dicho, los lugares en los que se conservan sus presuntas reliquias- pretendiendo ser el auténtico patrón de los enamorados. De hecho, todo parece indicar que el tinglado moderno proviene de unas leyendas apócrifas -y tanto- surgidas en la Edad Media.

Divertido, ¿verdad? Pues todavía lo es más que la Iglesia Católica, nada conforme con la “verosimilitud” de este supuesto santo, lo borrara del calendario litúrgico en 1969... aunque sigue siendo considerado como tal por los ortodoxos y, ¡oh, sorpresa! también para los anglicanos. Pero como dijera en su día el emperador Vespasiano refiriéndose a la recaudación obtenida mediante un impuesto sobre las letrinas, el dinero no huele.

Blanco y en botella...


Publicado el 16-2-2012