La canción del aguador





Fuente del Aguador, en Alcalá de Henares


Una de las muchas las estampas que el imaginario popular tiene asociadas a la España de nuestros abuelos, triste muestra del atraso secular en el que ha estado sumido tradicionalmente nuestro país, es el de los aguadores. Porque hasta fechas relativamente cercanas, en muchos casos prácticamente hasta mediados del siglo XX, el agua corriente fue en España poco menos que un lujo asiático.

Y aunque las ciudades más importantes contaban con un suministro regular desde tiempo atrás -el agua del Canal de Isabel II llegó por vez primera a Madrid en 1858-, eso no quiere decir que éste llegara a todas las casas; de hecho, la mayoría de los españoles del siglo XIX, e incluso de bastante después, no tenían más remedio que apañárselas yendo a coge el agua a las fuentes públicas o, en su caso, comprándosela a los aguadores.

Cuando el agua llegó por fin a la mayoría de los hogares, la gente hizo lo que siempre había venido haciendo con la de las fuentes: beberla del grifo sin ningún reparo. Cierto es que en ocasiones sabía demasiado a cloro y cuando llovía mucho podía salir turbia; pero como los españoles de entonces eran sufridos, y lo normal era que no hubieran conocido nada mejor, la verdad es que todo aquello se sobrellevó sin ningún tipo de problemas, sobre todo teniendo en cuenta que en sus pueblos de procedencia las cosas eran mucho peor.

Como cabe suponer, dentro de este contexto beber agua mineral era considerado poco menos que una extravagancia, y a nadie en su sano juicio -estoy hablando de los españolitos de a pie, evidentemente- se le hubiera ocurrido comprar ¡agua embotellada! Eso estaba bien para el vino, la cerveza, el sifón o la cada vez más popular gaseosa, pero ¿quién iba a comprar agua pudiendo beberla del grifo? Sería de tontos. Y no es que ésta no existiera; recuerdo que en mi infancia el agua de Solares era casi la única marca del mercado, pero el común de la gente reservaba su consumo para casos de enfermedad -los médicos solían recomendársela a quienes padecían de cálculos renales- o, como mucho y si la madre era una moderna, para preparar los biberones y las papillas de los niños. Me estoy refiriendo, claro está, al agua mineral normal, porque las aguas mineralizadas como la de Carabaña sí contaban con una larga tradición de uso para el tratamiento de diversas enfermedades, por lo que se las consideraba medicinas y no algo con lo que poder saciar la sed.

Sin embargo, poco a poco las aguas minerales se fueron abriendo paso tenazmente en el mercado. Pero, aunque las botellas, primero de vidrio y posteriormente  de plástico, de agua mineral se fueron haciendo cada vez más familiares, lo cierto es que al menos en sus casas -no así en bares y restaurantes- la gente siguió bebiendo por lo general agua del grifo, al menos en los lugares en los que ésta era aceptablemente bebestible. Y yo, en concreto, nunca encontré el menor problema en seguirlo haciendo.

Claro está que conforme pasaban los años el nivel de vida fue creciendo y, como uno de tantos signos de presunta prosperidad -el españolito del siglo XXI sigue sin ser muy diferente al hidalgo del Lazarillo, que a pesar de estar en ayunas se salpicaba la ropa con miguitas de pan para fingir que había comido opíparamente-, la gente empezó a consumir agua embotellada en casa. Matizo que habría casos justificados, bien por enfermedad o bien por la mala calidad del agua del grifo en determinadas regiones y poblaciones españolas, pero yo estoy hablando de donde objetivamente no era necesaria... que era en la mayor parte de las ocasiones, sospecho. El caso es que, en ciertos ámbitos y no necesariamente los más pijos, comenzó a considerarse vulgar no beber agua mineral... y las ventas se dispararon, claro.

Es verdad que las aguas embotelladas bajo la denominación legal de aguas minerales han de cumplir unos requisitos de calidad y salubridad bastante estrictos, por lo cual no mienten sus envasadores al afirmar que su agua es de mayor calidad que la corriente; aunque la de esta última, claro está, puede variar de forma muy considerable de un sitio a otro. Pero aceptemos que su mayor precio se ve compensado por una mayor calidad, aunque yo personalmente sigo sin encontrarle nada malo a la que bebo habitualmente no sólo en mi lugar habitual de residencia, sino también durante mis viajes, salvo algunas contadas excepciones.

Así pues, no voy a hacer ningún tipo de consideraciones ni a favor ni en contra del agua mineral, amén de que tengo muy claro que cada cual es muy libre de gastarse su dinero en lo que crea más conveniente. Pero...

¿Conocen ustedes esas fuentes suministradoras de agua que constan de un voluminoso bidón situado en la parte superior, junto con unos grifos para llenar los vasos? Éstas solían ser bastante populares en las películas americanas de los años cincuenta y sesenta, pero eran algo completamente exótico en la España de la época. Sin embargo, hace algún tiempo comenzaron a aparecer en determinados lugares públicos, aunque yo nunca les encontré ninguna ventaja sobre esas otras que también dan agua refrigerada, pero del grifo, ya que estas últimas evitan el engorro de tener que andar reponiendo los bidones conforme éstos se vacían.

Mientras estos artilugios estuvieron limitados a lugares públicos lo asumí como algo bastante normal, pero mi sorpresa subió bastantes grados el día que, llegando a casa, vi que salía del portal un operario llevando varios bidones vacíos en una carretilla, lo que indicaba que al menos un vecino mío había optado por recurrir a este sistema... lo cual me descuadró bastante.

Picado por la curiosidad me puse a indagar por internet, descubriendo que son varias las empresas comercializadoras de este tipo de envases y que, aunque su publicidad es bastante ambigua, lo que venden no siempre es agua mineral sino agua tratada, que no es lo mismo, aun cuando ellos afirman que estos tratamientos son superiores a los de las plantas potabilizadoras normales.

Lo que está claro es que, según un informe de la OCU, el precio de esta agua es superior no ya al de la del grifo, algo completamente previsible, sino también al del agua mineral de verdad, lo cual tiene ya bastante menos explicación. La broma, al parecer, sale por más de treinta euros mensuales -aunque alguna empresa afirma cobrar sólo el agua consumida-, a los que hay que sumar también el nada desdeñable consumo de electricidad porque, mientras que el agua del grifo o la mineral puedes enfriarlas en el frigorífico, ésta necesita su propio suministro eléctrico adicional.

Sí, te la llevan a casa en vez de tenerla que comprar tú en el supermercado... lo cual no veo yo que sea una ventaja apreciable a no ser, claro está, que seas un vago redomado. Es más, lo considero un engorro considerable -eso sin contar con todo lo relativo al despilfarro energético, tan de moda últimamente- frente a la ventaja que supone disponer de un agua que llega solita hasta tu casa tal cual abres el grifo o, si eres muy sibarita, instalando en él un sistema de filtrado y purificación de los muchos que hay en el mercado.

Lo que sí está claro es que los aguadores han resucitado de forma inusitada cuando nadie se lo esperaba, lo cual, teniendo en cuenta la crisis económica que azota el país, y que nadie o casi nadie se suele morir por beber agua del grifo, me resulta francamente poco comprensible. Quién lo hubiera dicho, con la que está cayendo...


Publicado el 18-7-2013