“Amartizando”, que es gerundio





La superficie marciana fotografiada en 2005 por la sonda Spirit


La cita está tomada del diario EL PAÍS, de fecha 11 de enero de 2004, con motivo del aterrizaje en Marte de la sonda Spirit, pero podría haberlo sido de otros muchos artículos periodísticos anteriores o posteriores a esta fecha. Aunque el tratamiento científico de la noticia era correcto, me chirriaron los ojos -permítaseme la licencia sensorial- cuando tropecé con el siguiente párrafo:


“Este impulso se debe a la favorable posición actual de Marte en relación con la Tierra, pero es la continuación de una historia cuyos hitos más espectaculares han sido el “amartizaje” con éxito de las naves Viking 1 y 2, que nos enviaron las primeras imágenes detalladas de la superficie marciana en 1976, y el minúsculo Sojourner, cuyo torpe deambular entre los pedruscos de la zona tuvimos ocasión de ver en directo en 1997.”


¿“Amartizaje”? Analicemos el palabro que, como se deduce del contexto, se refería al descenso de la sonda Spirit a la superficie marciana. O, mejor dicho, analicemos primero el significado del verbo aterrizar.

Aterrizar significa, según el DRAE, “Dicho de un avión o de un artefacto volador cualquiera: Posarse, tras una maniobra de descenso, sobre tierra firme o sobre cualquier pista o superficie que sirva a tal fin”. La definición no puede estar más clara, y se complementa con las de amerizar, amarar o acuatizar -la Academia admite las tres, aunque parece decantarse por la segunda- como “Posarse en el agua”. Así pues, la cosa está clara: si el objeto volador se posa sobre una superficie sólida, aterriza. Y si lo hace sobre agua, ameriza, amara o acuatiza.

Estas definiciones siguen siendo válidas incluso en circunstancias particulares, siempre que se cumpla el concepto general de posarse, respectivamente, sobre una superficie sólida o líquida: un avión o un helicóptero aterrizarán sobre la pista de un portaaviones o sobre la cubierta de un barco habilitada para este último, mientras un hidroavión amarará sobre un lago o un río sin necesidad de que se trate de mar abierto. Por idénticas razones posarse sobre el hielo será también aterrizar, con independencia de que debajo de éste exista o no agua líquida.

Centrémonos ahora en la palabra tierra. Aunque ésta en español es polisémica, no se puede decir que resulte difícil diferenciar entre sus distintos significados: tierra con minúscula significa suelo, mientras Tierra -o La Tierra- con mayúscula hace referencia a nuestro planeta. Existen más acepciones del término (tierra firme, tierra de cultivo, tierra prometida, Tierra Santa, tierra de diatomeas...), pero resultan irrelevantes en este análisis.

Con anterioridad al desarrollo de la astronáutica esta dualidad de significados no creó ningún problema ya que, se aterrizara o se amarara, siempre se hacía en la Tierra. Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar a raíz del lanzamiento del Sputnik y, sobre todo, cuando se llevaron a cabo las primeras misiones lunares, en especial las del Proyecto Apolo. Porque, cuando un módulo lunar se posaba en la superficie de nuestro satélite, ¿qué verbo habría que utilizar?

En principio la cosa parecía sencilla: de nuevo según el DRAE, la primera acepción del sustantivo suelo es “Superficie terrestre”, con el adjetivo en minúscula. Por lo tanto, puesto que tierra -también con minúscula- es en su tercera acepción -las dos primeras se refieren a la Tierra con mayúscula, ya que el Diccionario no discrimina entre una y otra- “Material desmenuzable de que principalmente se compone el suelo natural”, y en la cuarta “Suelo o piso”, cabe asumir como lógico que posarse sobre la superficie -se presupone sólida- de cualquier otro astro celeste sea también aterrizar, puesto que se toma tierra y no Tierra.

Sin embargo en la práctica las cosas no fueron por ese camino, ya que a alguien se le ocurrió por entonces la genial idea de acuñar el término alunizar y éste hizo fortuna, por más que resultara totalmente innecesario. En realidad no fueron los periodistas quienes lo inventaron puesto que ya había sido utilizado anteriormente en el ámbito de la ciencia ficción, pero sí fueron éstos los responsables de su popularización.

Lo más sorprendente es que, a diferencia de otros muchos casos en los que la papanatería nacional llevó a copiar de otros idiomas barbarismos innecesarios, por lo general procedentes del inglés, aquí ocurrió justo lo contrario ya que, a diferencia del español, en inglés no existe polisemia ni, por consiguiente, posibilidad de confusión, ya que los angloparlantes distinguen entre Earth -La Tierra- y land -tierra-. ¿Y adivinan cómo se denomina en inglés a un vehículo diseñado para posarse en la Luna o en cualquier otro cuerpo celeste? Pues, como cabía esperar, lander, traducible como aterrizador. En consecuencia, aterrizaje se dice landing y aterrizar to land, con independencia de que se haga en la Tierra o en cualquier otro sitio. Curiosamente también utilizan landing para referirse a un hidroavión o a un ave acuática cuando se posa en el agua, aunque para el descenso en paracaídas al mar de las cápsulas Apolo recurrieron al término splashdown, traducible como amerizaje pero que en realidad significa chapuzón.

Así pues, contra todo pronóstico y contra toda lógica, alunizaje llegó para quedarse. Y, aunque se podría haber hecho la vista gorda -al fin y al cabo los idiomas no suelen seguir reglas preestablecidas en su evolución-, la papanatería nacional no se quedó satisfecha con el nuevo término y, conforme avanzaba la astronáutica, no tardaron en inventarse otro neologismo del todo innecesarios y, todavía peor, mucho más rebuscado, apareciendo algunos años más tarde -probablemente a raíz de las misiones Viking de los años setenta- el espantoso amartizar con el que he encabezado el artículo.

Obviamente los mismos argumentos que he utilizado para criticar alunizaje siguen siendo válidos para éste, por lo que no voy a repetirlos salvo para insistir en que los angloparlantes siguen hablando de landers para referirse a las sondas automáticas que se posan en Marte o en cualquier otro planeta o satélite, distinguiendo eso sí entre soft landing -un aterrizaje suave como el de los módulos lunares de las misiones Apolo, o el de la sonda marciana Spirit- y hard landing o aterrizaje duro cuando el vehículo se estrella, bien por un fallo de frenado bien porque ha sido específicamente diseñado para chocar contra la superficie, en cuyo caso suelen denominarlo impactor, o impactador.

Aunque por ahora la cosa parece haberse parado aquí, también he leído en más de una ocasión, por el momento tan sólo dentro del ámbito de la ciencia ficción, el término planetizar, que no deja de tener bemoles pese a que al menos tiene la virtud de generalizar lo suficiente para evitar la aparición de otros posibles engendros como venusizar, fobizar, titanizar, ganimedizar, mercurizar, uranizar... o, a raíz de que la sonda Near llegara al asteroide Eros en el año 2000, erotizar, que no deja de tener su guasa. Eso sí, en sentido estricto y dado que planetizar tampoco abarca a la totalidad de los astros del Sistema Solar, debería ir acompañado de satelizar, asteroidizar o cometizar, según el caso. Pero mejor no les doy ideas.

Y ahora la traca final: por sorprendente que pueda parecer, la Real Academia admitió, en la edición del DRAE de 2014, no sólo alunizar, que ya de por sí era bastante discutible, sino también el estrambótico amartizar, que tampoco se puede decir que haya tenido un significativo arraigo en el habla cotidiana. Sin comentarios.


Publicado el 3-10-2019