Andorranos anónimos





Velázquez, al menos, se lo tomó con humor


Decía Churchill, supongo que con conocimiento de causa, que no confiaba en ninguna estadística que él mismo no hubiera manipulado, y también hay una frase anónima que afirma que a las estadísticas las carga el diablo. Esto es algo que saben de sobra no sólo los políticos, verdaderos virtuosos del maquillaje de cualquier tipo de datos conforme a sus propios intereses, sino también los militares -ya dijo Esquilo que la verdad era la primera víctima de la guerra-, los periodistas, las agencias de publicidad, las grandes compañías y un largo etcétera.

Por esta razón lo más prudente es tomarse las estadísticas con tranquilidad intentando analizar lo que hay verdaderamente detrás, ya que en algunas ocasiones, incluso en los temas más inocentes, podemos tropezar con unas meteduras de pata más que clamorosas.

Veamos, por ejemplo, un caso reciente del que se ha hecho amplio eco la prensa, la lista de los países más bebedores elaborada anualmente por la nada sospechosa Organización Mundial de la Salud, en la que por fortuna España suele quedar situada siempre en un discreto y nada escandaloso lugar. Esta poco encomiable lista de adoradores del dios Baco está encabezada en 2015 por Moldavia, y en sus primeros puestos aparecen, además de ésta, la República Checa, Hungría, Rusia, Ucrania, Estonia, Rumania, Eslovenia y Bielorrusia. Aunque de un año para otro los datos suelen bailar bastante, lo que cuestiona la “fiabilidad” de este tipo de estadísticas, sí es cierto que los primeros puestos de la lista suelen estar copados en su prráctica totalidad por los países del este de Europa, lo cual confirma algo que ya era sabido, el grave problema de alcoholismo que de forma crónica vienen arrastrando estos países.

Hay, eso sí, una única y llamativa excepción, la del país colocado en el “honroso” séptimo lugar del escalafón. Se trata, ¡oh, sorpresa!, de la minúscula Andorra, algo que me llamó poderosamente la atención ya que, cuando estuve allí, no me dio la impresión de que los andorranos fueran más dipsómanos de lo corriente, amén de que en un país, por insignificante que sea, que vive básicamente del comercio, el turismo y la banca, una afición desmesurada a empinar el codo no parece ser lo más indicado para su prosperidad económica.

Que algo falla es evidente, máxime cuando lo que cabía esperar era que Andorra diera unos resultados similares a los españoles y los franceses, ambos bastante parecidos entre sí aunque algo más elevados los de nuestros vecinos. Fallo, además, sistemático puesto que, a diferencia de otros países, Andorra aparece a lo largo de varios años siempre en el mismo lugar. ¿De qué podía tratarse?

En realidad, no hacía falta recurrir a Sherlock Holmes para averiguarlo. Como es sabido, uno de los principales reclamos utilizados por Andorra y otros microterritorios, como Gibraltar o Liechstenstein para atraer compradores de los países vecinos es la exención o reducción de impuestos, principalmente en aquellos productos que están gravados con impuestos especiales, en teoría para reducir su consumo y en la práctica para exprimir dinero fácil de unos mercados cautivos: alcohol, tabaco y gasolina, principalmente.

Así pues, lo normal es que la gente que visita Andorra aproveche para comprar alcohol y tabaco, bien en las cantidades permitidas para el autoconsumo -o por encargo de tu cuñado-, bien para sacar un beneficio con su contrabando. De ahí la importancia que reviste la diferencia entre vender alcohol y consumir alcohol ya que, de beberse los andorranos todo el alcohol que venden, lo más probable es que todos ellos acabaran cantando a coro, ancianitos y niños de pecho incluidos.

Sin embargo, algo tan evidente como este detalle les ha pasado al parecer desapercibido tanto a los sesudos investigadores de la OMS como a los propios periodistas españoles -no sé si también a los andorranos-, que lo más que han llegado a razonar es que, dado que los andorranos también lideran la relación de países más fumadores [sic], se sorprenden del “mucho vicio para un país tan pequeño”. Sin comentarios.

Aunque sólo sea por puro sentido común, todavía se le pueden encontrar más puntos flacos. Para empezar, es mucha casualidad que, salvo contadas excepciones, todos los países más alcohólicos del mundo sean europeos, lo que me hace sospechar que la metodología estadística de los otros continentes pueda no ser homologable -entiéndase menos de fiar- con la nuestra. Asimismo, y como cabía suponer, los países musulmanes aparecen con un consumo ínfimo o nulo, cuando es sabido que esto se debe a una prohibición religiosa que no impide, al menos en algunos de ellos, que el alcohol se consuma -a la fuerza ahorcan- a escondidas. Al fin y al cabo, en los Estados Unidos de la época de la Ley Seca tampoco se consumía oficialmente alcohol...

Por otro lado, aun centrándonos en el consumo real, aparecen también posibles factores distorsionantes. Es sabido que una parte significativa de los turistas que vienen a España desde otros países europeos acostumbran a cogerse borracheras en sesión continua durante su estancia en nuestro país, no  porque en los suyos esté prohibido sino por la prosaica razón de que allí es mucho más caro. Sin embargo, mucho me temo que la OMS debe de apuntar a nuestra cuenta todo este consumo desaforado de sangría de garrafón y cubalibres de padre y madre desconocidos.

Eso, claro está, sin tener en cuenta otros detalles tales como los ferries en los que los muy puritanos escandinavos se embarcan durante los fines de semana para, una vez fuera de las aguas territoriales, ponerse literalmente ciegos. Es evidente que el alcohol que se consume en estos barcos se habrá comprado en alguna parte, por supuesto allí donde sea barato, pero esto distorsiona las estadísticas -presumiblemente a costa de sus vecinos bálticos- amén de que supone además un quebranto para los fiscos de sus respectivos países que, con la excusa de que el alcohol es muy malo, aprovechan descaradamente para hacer caja.

También tengo entendido que en Rusia, y probablemente también en sus vecinos, las destilerías clandestinas, que por su condición de tales no figuran en ningún sitio, siempre han sido un negocio próspero... aunque bien mirado, a los rusos, bielorrusos, ucranianos y demás les basta con el alcohol vendido legalmente para ser año tras año los reyes del mambo.

Así pues, visto lo visto, me quedo con la frase de Churchill.


Publicado el 21-4-2015