El caballo pintor y otras zarandajas por el estilo





Ahí tienen ustedes al “artista”


Siempre se ha dicho que la realidad llega a superar a la fantasía, y desde luego doy fe de que al menos en mi caso suele ser cierto ya que, con bastante frecuencia, acostumbro a leer en los periódicos noticias que jamás se me habrían ocurrido ni para el más surrealista de mis relatos.

Así, me encontré hace unos días con un reportaje acerca de un caballo pintor, de nombre Napoleón; hasta aquí nada de particular, ya que dentro del vasto apartado de curiosidades podemos disponer de un amplio abanico de animales “artistas” que abarcan buena parte de la taxonomía mamífera: perros, elefantes, gatos, monos, burros... pero lo que no deja de ser una noticia pintoresca o, como mucho, objeto de estudio para los etólogos, empieza a oler a chamusquina cuando nos encontramos con que el artista equino, evidentemente afiliado a la disciplina del expresionismo abstracto -no se le iba a pedir encima que se dedicara a los bodegones o a los retratos, porque eso sí que sería una noticia-, ha “inaugurado” una exposición en una galería de arte barcelonesa.

¿Todavía no se han quedado suficientemente sorprendidos? Pues sigo. En realidad el noble bruto, que utiliza la boca como extremidad prensil, “trabaja” a medias con otro “artista”, éste bípedo implume, que le “ayuda” en sus “obras de arte”, algo que bien mirado nada tiene de excepcional puesto que hasta los grandes de la pintura contaron con el auxilio de colaboradores. Los cuadros, firmados por ambos -al parecer Napoleón, en vez de estampar la huella del casco derecho, se limita a “firmar” por delegación-, están a la venta y no son precisamente baratos: entre 3.200 y 6.000 euros, que se reparten a medias entre ambos o, mejor dicho, entre el “ayudante” y el dueño del cuadrúpedo, que es el que se embolsa la pasta gansa -hasta ahora, que yo sepa, a los caballos no les dejan ser titulares de cuentas bancarias- y, según afirma, reinvierte las ganancias en beneficio del equino artista, es decir, en cuadras confortables y avena de primera calidad, aunque no dice nada acerca de lo que pasa con los caudales sobrantes.

Da igual. A mí me parece, simple y llanamente, una monumental tomadura de pelo; ahora bien, si hay primos dispuestos a pagar ese dinero, pues qué quieren que les diga, hacen bien en embolsárselo, al fin y al cabo hay quien paga millonadas por un mechón de cabello de algún ilustre difunto o por recuerdos de famosos y famosillos tan extravagantes -y repugnantes- como la ropa interior -usada y sin lavar- o alimentos a medio comer y ya bastante podridos...

Y ni siquiera se trata de un invento moderno, ya que hay antecedentes históricos mucho más antiguos como el del burro Lolo, que en 1910 “pintó” -con la cola, para ser más precisos- el cuadro Puesta de sol en el Adriático, el cual llegó a ser vendido por 400 francos de la época aunque, eso sí, ocultando la naturaleza equina del autor. Al parecer se trató de un intento de burlarse de los críticos que alabaron el cuadro sin conocer el encuadramiento taxonómico del artista, y según las crónicas éstos se mantuvieron callados durante algún tiempo.

Ahora bien, ya puestos a ser originales, ¿qué me dicen de utilizar como pincel el mismísimo miembro viril? Eso es precisamente lo que hace un australiano que atiende por Pricasso -prick es un término del inglés coloquial, supongo que más bien poco educado, que alude precisamente al pene-, y ciertamente no lo hace peor que otros muchos de los que recurren a utensilios más convencionales... eso sí, me gustaría saber si el posterior proceso de limpieza de su particular “pincel” con aguarrás no le producirá algún tipo de irritación o alergia en tan sensible parte de su organismo.

En cualquier caso, las pretensiones de vendernos como “arte” algo que para mí no son sino extravagancias, cuando no directamente tomaduras de pelo, es algo que por desgracia está a la orden del día, por lo que el tema del caballo pintor no es sino el último eslabón de una larga cadena de noticias similares que, como poco, deberían poner en entredicho la excelsitud de muchas de las cosas que pretenden vendernos como “arte contemporáneo” y que, aunque cuenta con precedentes tan clásicos como el famoso urinario que Marcel Duchamp presentó en 1917, es ahora cuando más auge ha tomado. Vayan varios ejemplos recientes:

En 2007, hace tan sólo unos años, unos periodistas de Tele 5 urdieron una divertida gamberrada. Se fueron a una guardería y pidieron a un grupo de niños de dos años que pintaran a su antojo sobre un lienzo en blanco. El lienzo ya “terminado” fue colado de tapadillo en la feria de arte contemporáneo ARCO y colgado en una pared sin que desentonara demasiado con el entorno; pero no se quedó ahí la broma, ya que una atractiva locutora se dedicó a pedir su opinión a los visitantes, recolectando perlas tan jugosas como las siguientes: “Aquí veo mucha carga erótica, y también mucha represión”; “Lo que se ve es que esta obra tiene mucha meditación detrás”; “Hay una mezcla de colores muy trabajados”; “Hay angustia y tristeza”; “Desesperación por buscar un camino nuevo”, o “Como flores, ¿no?”. Sin comentarios. Los periodistas llegaron incluso, en su osadía, a tasar el “cuadro” en 15.000 euros, lo que no sólo no escandalizó a nadie, sino que hubo incluso quien afirmó que no le parecía caro. Lamentablemente, nos quedamos sin saber si alguien intentó finalmente comprarlo.

Claro está que no se puede echar toda la culpa a los visitantes, ya que según distintas reseñas periodísticas también los propios y presuntamente sesudos “expertos” acostumbran a meter la pata a menudo, confundiendo percheros con “obras de arte” -ocurrió en Valencia- o alabando en ARCO la excelsitud hiperrealista de un montaje consistente en un carro lleno de utensilios de limpieza... lamentablemente efímero, ya que duró tan sólo hasta que llegó la limpiadora y se lo llevó de allí para continuar con su trabajo.

En 2007 también fue noticia que una limpiadora de la londinense Tate Modern -el equivalente británico al Reina Sofía- había tirado a la basura una bolsa de ídem -recortes de periódico, cartón y papeles varios- que en realidad era una “obra de arte” perteneciente a una exposición del “artista” Gustav Metzger. Aunque la “obra de arte” logró salvarse in extremis de ir al camión de la basura, el “artista” manifestó que ésta había resultado seriamente dañada (!), por lo que procedió a sustituirla por otra similar... lo cual, por fortuna para él, no creo que le supusiera demasiado trabajo. Lo que no he podido averiguar es lo que le ocurrió a la celosa limpiadora, aunque confío en que sus superiores no fueran tan crueles como para condenarla a asistir, en castigo, a un curso intensivo de arte contemporáneo.

Y lo peor de todo es que llovía sobre mojado... tres años antes, en 2004, en una galería londinense había corrido idéntica suerte una obra del “artista” Damien Hirst consistente en una colección de botellas vacías, ceniceros llenos de colillas, tazas de café sucias y periódicos viejos, todo ello colocado de manera aleatoria en un rincón de la sala de exposiciones. Pero ya se sabe que los empleados de la limpieza no suelen significarse por su refinamiento en lo que respecta a la sensibilidad artística, y si no díganselo al pobre de Joseph Beuys, que después de trabajar -en 1980- con una bañera hasta dejarla primorosamente mugrienta, se encontró con que se la habían limpiado de forma concienzuda...

Pero para ignorancia artística la de los empleados del servicio de limpieza de la ciudad alemana de Kassel, que en 2007 se cargaron inmisericordemente una delicada composición, titulada “Una milla de cruces sobre el pavimento”, obra de la afamada -eso dicen- “artista” chilena Lotty Rosenfeld. Como su título indica se trataba de una armónica sucesión de cintas adhesivas blancas pegadas perpendicularmente sobre la línea discontinua que separaba los carriles de una de las calles de esta ciudad, formando una serie de cruces blancas que constituían, en palabras de la horrorizada “artista”, una obra de arte “bonita, limpia, precisa, minimalista y que no hacía daño a nadie” (sic). ¿Pero a quién se le ocurre hacerlo en Alemania, donde ya se sabe que la eficiencia de los empleados municipales va más allá de la leyenda? Si lo hubiera hecho en España, y a ser posible justo después de unas elecciones municipales, seguro que el invento le habría durado casi cuatro años, justo hasta el inicio de la próxima campaña electoral.

Tampoco los españoles nos libramos del desconocimiento total de los grandes y excelsos valores del arte contemporáneo. Cuentan las crónicas que en Museo de Arte Contemporáneo de Gas Natural Fenosa (MACUF), sito en La Coruña, estuvieron a punto de tirar a la basura un corcho pintado de blanco “obra” de Soledad Sevilla, salvado in extremis gracias a que estaba firmado. Cerca de allí, en Santiago de Compostela, una “exposición” realizada en el convento de Santo Domingo de Bonaval corrió peor suerte: el “artista” Xosé Freixanes alfombró el suelo de la iglesia con unas figuras trazadas con polvo de pizarra y harina de arroz; pese a haberse tomado la precaución de dejar un camino expedito para los fieles, alguien lo barrió con una escoba. ¡Qué país...!

Y no digamos nada cuando en 2010 unos ladrones robaron varias obras de arte contemporáneo, entre ellas una escultura de Chillida ¡que vendieron a un chatarrero! El precio pagado por ella, por cierto, fue de 30 euros, bastante más de lo que consiguen los inolvidables Maki Navaja y sus compinches cuando roban un cuadro de Miró, en la barcelonesa fundación dedicada a este pintor, y acaban tirándolo a un contenedor porque es feo y nadie lo quiere... de nuevo, la realidad superaba a la ficción.

Ni tan siquiera el Museo Reina Sofía, templo supremo del vanguardismo en España, se libra de tamaña ignominia, como bien saben los responsables de ¡horror, terror y pavor! haber colgado en 2008 un cuadro de Picasso, titulado “El violinista”, ¡boca abajo! Y por si fuera poco tardaron nada menos que tres meses en darse cuenta de ello... aunque en su descargo hay que recordar que ya en 1961 el cuadro “Le bateau”, de Henri Matisse, también estuvo mes y medio boca abajo, en el MOMA de Nueva York, por un “despiste” similar.

Eso sí llovía sobre mojado, ya que tan sólo dos años antes perdieron una “escultura” de Richard Serra que “sólo” pesaba 38 toneladas y que había costado -otra cosa bien distinta es que lo valiera- 36 millones de pesetas de 1987. A lo mejor también acabó en una chatarrería, con lo cual al menos se habría recuperado algo de ese dinero.

Sin comentarios.


Publicado el 31-5-2011