La cola de los torpes





Mejor tomárselo con humor...


No sé si a ustedes les habrá pasado, pero a mí me ocurre con una desagradable frecuencia: voy a un supermercado, hago mi compra, busco la caja con una cola más corta... y acaba resultando ser la más lenta porque, ¡oh, casualidad!, justo delante de ti te toca el torpe oficial que la deja bloqueada durante un tiempo sensiblemente mayor al que pudiera haberse considerado aceptable. Y, claro está, tú que con un poco de suerte llevas prisa, acabas alcanzando, o casi, el punto de ebullición.

Conste que no me estoy refiriendo a aquellas personas que, por una incapacidad física o por vejez, se ven obligadas a manejarse de una manera más lenta de lo normal; eso es mala suerte, pero entra dentro de lo que hay que aguantar. No, me estoy refiriendo a los omnipresentes plastas, es decir, a aquellos que, no mostrando ningún tipo de discapacidad -seamos políticamente correctos- motora o psíquica aparentes, se dedican a jorobar al personal sin el menor remordimiento por su parte.

Voy a poner varios ejemplos: Están aquellos, por desgracia muy numerosos, que en vez de ir guardando en las bolsas los productos comprados según la cajera los pasa por el lector, aguardan beatíficamente a que ésta termine para luego abrir con toda parsimonia el monedero y ponerse a pagar sin prisa alguna; sólo después de haber hecho eso es cuando empiezan a recoger sus bártulos, por supuesto sin ninguna prisa no sea que se vayan a herniar, por más que la cola de los que esperan haya dado mientras tanto tres vueltas a la tienda. Y todavía hay algunos que añaden el extra de ponerse a rebuscar en el monedero a la caza y captura de calderilla, tarea en la que parecen necesitar aplicar más tiempo que el que fue necesario para la construcción de la catedral de Burgos.

Existen, además, otras variantes igualmente irritantes: está el que no está de acuerdo con el precio, pese a estar éste escrito en letras bien gordas, y en vez de devolver el producto se pone a discutir con la cajera, o bien el que intenta devolver algo que acaba de comprar y por la razón que sea no está conforme con ello; está también el que descubre que no lleva dinero suficiente y se pone a decidir qué productos retira de la compra hasta que el presupuesto le cuadre; y está también el que directamente se pone a dar la barrila a la sufrida cajera, y de paso a todos los que están esperando detrás, hablándole de lo divino y de lo humano venga a cuento o no, que evidentemente no viene.

Y ya, cuando por fin terminan y se ponen a recoger su compra, y la cajera empieza a pasar tus productos por el lector poniéndolos, cuando se puede, en el apartado de al lado, con un poco de suerte irán y la interrumpirán con cualquier historia dejándote a ti esperando y con una cara de mosqueo digna de ser publicada en Youtube. Todavía después, como tú habrás pagado antes de que ellos terminen de recoger, con un poco de suerte tendrán su carro bloqueando estratégicamente el camino por el que tú necesitas llevar el tuyo, de modo que quieras o no tendrás que esperar a que terminen y se larguen para poder recoger tu propia compra.

¿Creen que exagero? Se ve que no suelen ir a hacer la compra al supermercado con demasiada frecuencia.

Por desgracia, la fila de los torpes no se limita a las cajas de los supermercados, sino que está ampliamente extendida por prácticamente todos los ámbitos en los que nos movemos. Véase si no cuando vamos por una autovía o autopista de varios carriles y, ¡oh casualidad! nos toca delante el coche del torpe de guardia, que no sólo nos obligará a ir con un pie en el freno y la mente acordándose de todos sus antepasados, sino que además nos impedirá con total efectividad, y no sé cómo se las apañan, que podamos cambiar de carril para adelantarlos, porque justo cuando pretendamos hacerlo ellos harán lo propio, o les dará entonces por acelerar.

Peor todavía es cuando vas conduciendo por una carretera secundaria, estrecha y sinuosa, y te topas con el consabido pelotón que, en plan vuelta ciclista particular, rueda a treinta kilómetros por hora -y eso con suerte, y siempre que sea cuesta abajo- ocupando -faltaría más- la totalidad del carril y, por supuesto, sin que ninguno de sus esforzados integrantes haga el menor ademán de facilitarte el adelantamiento, con la excusa al parecer de que se agrupan “por seguridad” en vez de respetar no ya las normas de tráfico que prohíben obstaculizar la circulación de los demás vehículos, sino ni tan siquiera la simple cortesía hacia los demás conductores. Y si encima osas protestar te dirán, con la arrogancia de quienes están convencidos de su impunidad, que están practicando deporte, como si ello les concediera una bula para poder fastidiar al prójimo.

Existe también la versión peatonal del estorbo, que tampoco es manca. A este molesto colectivo pertenecen aquellos que, no conformes con caminar a paso de tortuga, acostumbran además a hacerlo barriendo sistemáticamente todo el ancho de la acera con un ágil movimiento pendular, a derecha e izquierda, que te impide adelantarlos por ningún lado. Otra variante frecuente suele ser la del grupo que, desplegado en formación de combate, se convierte en una eficaz barrera que cubre toda la anchura de la acera, al tiempo, claro está, que caminan despreocupadamente a velocidad de pitufo. Por último, están los que se paran en mitad de la acera a montar su tertulia, casualmente sin darse cuenta de que están interrumpiendo el paso. Un encanto las criaturicas.

Tampoco son mancos los que indefectiblemente te bloquean el paso cuando quieres entrar en un tren de cercanías o de metro, sobre todo cuando sospechas que éste va a ir lleno y que, por lo tanto, interesa entrar lo antes posible para poder coger un asiento; da igual, o bien por tu puerta continuarán saliendo mientras por las vecinas entran en tromba, o bien te tocará justo delante ese que va a paso de tortuga interrumpiendo tu trayectoria con precisión germánica.

¿Y qué me dicen de los que te tocan delante en el cajero automático y no es ya que tarden porque tienen que hacer operaciones, sino que parecen tener necesidad de estudiarse las instrucciones para hacer algo tan sencillo como sacar dinero? ¿O cuando estamos esperando a que nos atiendan en una tienda, o en una oficina, y después de que el paliza de turno ha estado preguntando al pobre dependiente hasta poco menos que la lista de los reyes godos, y cuando ya aliviado ves que amaga con irse, con una ágil finta se vuelve soltando la coletilla de “¡Ah, se me olvidaba...!”, tras lo cual te cae encima otra media hora de desesperante espera? Pa matarlos...

Insisto, me estoy refiriendo tan sólo a aquellos en los que no parece estar justificada tamaña pachorra, los cuales no parecen darse cuenta de que a lo mejor da la casualidad de que los que tiene detrás quizá pudieran tener un poquito de prisa o, simplemente, un ritmo vital menos aplatanado; pero si encima te descubren el más mínimo gesto de desagrado, puede ocurrir que te contesten de forma desabrida echándote en cara tu, para ellos, intolerable impaciencia, como si todo el mundo tuviera que moverse tan a cámara lenta como lo hacen ellos.

Y lo malo, insisto también, es que abundan... o eso, o yo tengo la desgracia de írmelos tropezando cada vez que salgo a la calle, o casi. ¿Será la ley de Murphy?


Publicado el 23-1-2012