Violencia ¿de género?





Dado que esta silla estuvo en su día en una casa, ¿habrá sido víctima de la “violencia de género”?
Fotografía tomada de la Wikipedia


Aunque ya de por sí el concepto mismo de la corrección política resulta absurdo, y todavía más cuando algún que otro individuo presuntamente deficitario en materia gris -por usar su propia jerga- se empeña en llevarlo hasta sus últimas consecuencias, lo cierto es que varias de estas estupideces semánticas han acabado calando tan hondo -todo se pega, menos la hermosura- que hoy es difícil librarse de ellas por mucho que contravengan no sólo las reglas del idioma, sino incluso el propio sentido común.

Éste es el caso, por ejemplo, del término “violencia de género”, por desgracia muy de actualidad en estos últimos tiempos. Quede claro, y éste es un aviso para aquellos que acostumbran a coger el rábano por las hojas, que nada más lejos de mi intención que trivializar algo tan grave como es la violencia física, y todavía más cuando ésta tiene lugar dentro del ámbito familiar. Y por supuesto, lo voy a decir explícitamente para que ningún cretino me pueda entender mal, estoy absolutamente en contra de cualquier tipo de violencia, incluyendo claro está a ésta.

Mi crítica no va dirigida, pues, hacia quienes rechazan o combaten esta lacra social, los cuales cuentan con todo mi apoyo, sino hacia aquellos que la bautizaron con este nombre tan desafortunado como erróneo. Primero, porque el término “de género” parece estar restringido a los actos violentos en los que el marido es el agresor y la mujer la víctima, lo cual, aunque estadísticamente sea lo más frecuente dada la mayor agresividad masculina, no abarca ni mucho menos a la totalidad de los actos violentos que ocurren en el interior de los domicilios, de los cuales pueden ser víctimas los ancianos, los niños, los padres e incluso, aunque en contados casos, los propios esposos. Pero claro está, ya se sabe que la sombra del feminismo radical es alargada...

En cualquier caso, creo yo que las reglas gramaticales también tendrán algo que ver, por lo que no es cuestión de saltárnoslas a la torera por muy bonito que pueda quedar el invento. En español, no sé en otros idiomas, la diferencia entre género y sexo está muy clara: mientras el segundo término tiene una clara connotación biológica y distingue entre los dos sexos, masculino y femenino, en los que están divididas la mayor parte de las especies animales, incluida la nuestra, y también bastantes de las vegetales, el género es una simple consideración lingüística sin más justificación que la evolución histórica de cada idioma.

Así, un hombre, un perro, un gallo o un carnero siempre serán de sexo masculino, y por lo tanto también de género másculino, no sólo en español, sino en cualquier otro idioma que tenga este concepto, e igualmente pasará con sus equivalentes femeninos: mujer, perra, gallina u oveja. Dicho con otras palabras, gallina siempre será femenino en español, francés, inglés... con independencia de cómo se construyan estas palabras.

La cosa se complica cuando descubrimos que no todos los animales tienen nombres diferenciados -al menos en español- para los dos sexos, utilizándose un término común en el que luego habrá que precisar éste en caso de resultar necesario. No estamos utilizando, pues, el sexo, sino el género, cuando hablamos, pongo por caso, de una rana o de un lagarto, dándose la circunstancia de que el género puede no coincidir con el sexo si nos estamos refiriendo a una rana macho o a un lagarto hembra. Y en ocasiones el término puede ser neutro, como es el caso de la serpiente, la sardina, el delfín o el castor, con independencia de que se puedan retorcer las palabras para formar los presuntos -y forzados- femeninos delfina y castora, o los impagables sardino y serpienta.

Pero el género va mucho más allá. Aunque lo lógico, y creo que es así como funcionan otros idiomas, sería que el género sólo fuera aplicable a aquello que tiene sexo, reservando el género neutro para todo lo que no lo tiene, lo cierto es que, por las razones que sean, en español y, hasta donde yo sé, también en el resto de los idiomas provenientes del latín, el género neutro es prácticamente inexistente, de modo que todo suele tener género masculino o femenino, correspondiéndole uno u otro sin ningún criterio aparente en función tan sólo de sus raíces filológicas.

Por ello es por lo que tenemos cosas masculinas como el Sol, el avión, el sillón, el coche, el huevo... y otras femeninas como la Luna, la cama, la silla, la camiseta, la lluvia... y como no es cuestión de ponernos en plan Barrio Sésamo, será suficiente con estos ejemplos. Que el nombre de una cosa concreta sea de género masculino o femenino es por ello algo completamente arbitrario, ya que evidentemente éstas no tienen sexo; y aunque en algunos casos -el mar, la mar- existe una curiosa bisexualidad, lo normal es que el género de estos sustantivos sea único; aunque no necesariamente el mismo en otros idiomas, incluso en lenguas tan cercanas como las latinas.

Así, son numerosas las diferencias de género existentes entre el español y el italiano; por poner tan sólo algunos ejemplos, palabras españolas masculinas como el aire (l’aria), el papel (la carta), el despertador (la sveglia) o el zapato (la scarpa) son femeninas en italiano; y viceversa la cuchara (il cucchiao), la leche (il latto), la nariz (il naso) o la mantequilla (il burro) son masculinas. En francés ocurre lo mismo: el año es l’année, el planeta la planète, el reconocimiento la reconnaissance, la cifra le chiffre, la máscara le masque, la galleta le biscuit... obviamente, cuanto más nos alejemos filológicamente del español, con más diferencias nos encontraremos.

Visto lo anteriormente expuesto, pienso que no será necesario insistir en que el término violencia de género es totalmente inadecuado, no sólo por lo ya comentado de que la violencia doméstica no suele hacer distinciones de sexo, parentesco o edad, sino también porque interpretándolo de forma literal estaríamos cometiendo violencia de género si, por ejemplo, diéramos una patada a una silla o, todavía peor, si la rompiéramos a martillazos, dado que la silla, al menos en español, es de género femenino. Asimismo, y extrapolando al absurdo, podríamos destrozar tranquilamente en nuestra propia casa un sillón, un televisor, un ordenador o un frigorífico sin que se nos pudiera acusar de incurrir en este feo delito... siempre, claro está, que nadie se acordara de posibles denominaciones alternativas tales como butaca, televisión, computadora o nevera, por si acaso.


Publicado el 12-2-2015