El cine y la cama (o viceversa)
El cine de Bigas Luna, un
buen ejemplo de destape de qualité
Una cosa que siempre me ha llamado mucho la atención es la escasa naturalidad con la que el cine, en todas las épocas y en todos los lugares, ha solido tratar las que pudiéramos denominar escenas de cama, y no me estoy refiriendo como cabe suponerse a su uso para dormir, sino como escenario sexual.
En un principio, evidentemente, el sexo explícito, e incluso el implícito, estuvieron tajantemente prohibidos, por lo general en todos los países, salvo las clandestinas -y subidas de tono- películas pornográficas a las que tan aficionado era, al parecer, el rey Alfonso XIII. Pero, dado el gancho que siempre ha tenido todo lo relacionado con el erotismo, los directores se las supieron apañar desde muy temprano convirtiendo en un auténtico arte la mera insinuación, de manera que películas clásicas en las que no se vislumbra ni siquiera un retazo de piel más allá de lo permitido, verbigracia Gilda, acabaron siendo en la práctica mucho más excitantes que las toscas películas con escenas de sexo explícito que se suelen rodar ahora.
Y no se crea que la censura, digamos moral, fue exclusiva de España; en Estados Unidos el famoso Código Hays, una autocensura implantada por los estudios cinematográficos, pero directamente auspiciada por los gobiernos conservadores de la época, estuvo en vigor desde 1934 hasta 1967, imponiendo normativas tan delirantes como la de prohibir que los personajes durmieran en una misma cama ¡incluso siendo matrimonio! Por supuesto cualquier tipo de desnudo, incluso parcial, estaba tajantemente prohibido -que se lo digan a Maureen OSullivan con sus modelitos estilo selvático de las películas de Tarzán-, y asimismo el Código Hays se internaba en la censura religiosa prohibiendo la blasfemia y todo lo que pudiera ser considerado como ofensivo hacia la religión o hacia el sacerdocio.
En 1968 este código, ya obsoleto, fue sustituido por una clasificación por edades, todavía vigente, similar a la que regía en España durante el franquismo, la cual tendría su utilidad de haber sido meramente informativa; el problema estribaba en que las películas calificadas X quedaban automáticamente excluidas del circuito de exhibición general y confinadas a los circuitos especiales, mucho más minoritarios, con el consecuente quebranto económico para las mismas. Huelga decir que el criterio norteamericano de película X no es exactamente el mismo que el europeo, mucho menos puritano, lo que ha motivado -habría que ver si detrás de ello no pudiera haber boicots económicos encubiertos- que muchas películas europeas normales hayan acabado tropezando con este efectivo filtro. Y luego decían de Franco...
Tampoco se crea que en la democrática y desinhibida Europa la cosa fue demasiado distinta, puesto que el cine erótico comercial -películas, por cierto, muchas de las cuales no escandalizarían a estas alturas casi ni a un niño de pecho- no surgió hasta principios de los años setenta, muy poco antes de la muerte del dictador español, por lo que escenas tan esperpénticas como las excursiones masivas a Perpiñán para ver el truño de El último tango en París (1972) fueron posibles tan sólo por los pelos, ya que la censura se suprimió en España en 1977. Otras dos míticas películas eróticas, Emmanuelle e Historia de O, son todavía más recientes, puesto que fueron filmadas en 1974 y 1975 respectivamente, mientras la cuasi pornográfica Calígula data de 1979. Para que en las salas comerciales de los Estados Unidos se pudiera exhibir una película decididamente pornográfica, la afamada Garganta profunda, hubo que esperar -no sin tener que superar intentos de censura de todo tipo- hasta 1972, y yéndonos por último a filmografías más exóticas, nos encontramos con que la japonesa El imperio de los sentidos fue estrenada en 1976.
Así pues, y se diga lo que se diga, al menos en este tema nuestro país no se retrasó demasiado con respecto a nuestros vecinos.
Pero volvamos al tema que nos ocupa, puesto que no pretendo hablar aquí de la censura cinematográfica, un tema que me desborda por completo, sino de algo mucho más puntual, la cama en el cine.
Veamos primero lo que ocurre en las películas norteamericanas recientes, es decir, ya teóricamente -recalco lo de teóricamente- sin censura: en las escenas de cama los protagonistas acostumbran a estar bien cubiertos por las sábanas, no sea que vayan a resfriarse, sin que en ningún momento se pueda vislumbra lo que ocurre debajo.
La cosa es todavía más ridícula cuando los protagonistas se incorporan: mientras él puede mostrar el torso desnudo -evidentemente nada más abajo, como no sean unos incongruentes calzoncillos-, ella se cubre púdicamente con el embozo hasta el cuello. Y si se levanta, que muchas veces se levantan se supone que para ir al baño, se envolverá totalmente con la sábana a modo de improvisada y oportuna túnica... sin comentarios.
Pasemos ahora al cine europeo, y más concretamente al español, mucho más desinhibido que el americano. Aunque en los años previos a la muerte de Franco ya había habido películas picantes que no iban más allá de mostrar a los protagonistas en ropa interior -las denominadas landadas, por su protagonista principal Alfredo Landa-, la cosa empezó realmente con el denominado cine de destape, surgido en los años de la Transición y caracterizado por empezar a mostrar partes del cuerpo -femenino, por supuesto- vedadas hasta entonces en el celuloide: pechos, nalgas y, en ocasiones, fugaces atisbos del pubis. Los protagonistas masculinos, mientras tanto, solían ir ataviados con unos amplios calzones, dignos émulos de los de Fraga en Palomares, que no se quitaban ni en las escenas más subidas de tono, lo cual resultaba francamente risible por no decir decididamente ridículo... aunque visto que éstos solían ser actores cómicos de moda tales como Alfredo Landa, José Sacristán, Andrés Pajares, Fernando Esteso, Juanito Navarro, Antonio Ozores o incluso el venerable Paco Martínez Soria, la verdad es que esta discriminación por razón de sexo era de agradecer.
Éste sería el momento de gloria de actrices como Nadiuska, Blanca Estrada, Susana Estrada, María José Cantudo, Adriana Vega o Bárbara Rey, entre otras muchas, las cuales lucieron palmito en unas películas por lo general infumables. Obviamente una vez pasada la novedad el cine erótico empezó a decaer, al tiempo que las escenas subidas de tono comenzaban a aparecer en películas de qualité aclamadas por los críticos, aunque la verdad es que a mí me gustaría que me explicaran por qué razón las tetas de Nadiuska o de Susana Estrada eran casposas, mientras las de actrices como Paz Vega, Elsa Pataky o tantas otras niñas monas de la siguiente generación son, por el contrario, de arte y ensayo... por mucho que las interfectas, al igual que muchas más, estén de toma pan y moja.
Sí, ya sé que me dirán que la diferencia está en los directores, pero por mucha fama que puedan tener éstos, a mí la verdad es que las películas de Vicente Aranda o Bigas Luna, por poner tan sólo dos ejemplos, y lamento infinito que más de un cinéfilo ortodoxo pueda verse obligado a rasgarse las vestiduras por mi herejía, no me parecen sensiblemente mejores que las de los denostados directores de la época del destape, las cuales, si me apuran, me resultan incluso más divertidas. Pero como sobre el divismo autista del cine español es mucho lo que se podría hablar, mejor lo dejamos para otro artículo.
El caso es que, hoy en día, basta con hacer un barrido por los infinitos canales de televisión para descubrir al momento si una película cazada al azar es española y de los últimos, pongamos, veinte años: en caso de que así sea, es muy probable que pillemos una escena de cama, elemento al parecer indispensable y omnipresente en el cine patrio actual.
Eso sí, que lo cortés no quita lo valiente, al menos ha tenido la virtud de democratizar el erotismo, dado que ahora tanto él como ella -o él y él, o ella y ella, que hay que estar abierto a todas las posibilidades- aparecen en pelota picada tal como Dios los trajo al mundo, que sacar en cueros sólo a la interfecta tal como ocurría en el cine del destape era machista y además quedaba feo. Y por supuesto no se andan con tonterías de sábanas ni nada por el estilo, al grano y lo que han de comerse los gusanos que lo disfruten los cristianos.
El problema estriba en que, en muchas ocasiones, si a estas películas les privamos del atractivo visual, que dicho sea de paso en la mayor parte de los casos no venía a cuento y está metido con calzador, la película se queda prácticamente en nada aparte de un posible y eficaz remedio contra el insomnio pertinaz... pero ésta es ya otra historia.
Volviendo al tema de nuestro artículo, y con independencia de que a estas alturas sean ya pocos los que se escandalicen de ver en una película a la gente en cueros, resulta decepcionante comprobar que muchos directores españoles, con tantas ínfulas como por lo general escaso talento, siguen recurriendo al erotismo como burdo reclamo para endosarnos sus pestiños... lo que en realidad en poco se diferencia de lo que hacían sus denostados colegas de la época del destape, aunque al menos éstos eran más honrados y no pretendían vendernos una presunta obra del séptimo arte sino, como mucho, de la madre naturaleza; porque estando Nadiuska por medio ¿para qué fijarse en nada más?
Y luego se quejan de que la gente no vea cine español...
Publicado el 12 -6-2012