El erotismo en las novelas de a duro *





Dentro del ámbito de la literatura popular española, y más concretamente en el género de las novelas de ciencia ficción, el erotismo ha seguido un camino completamente paralelo al de los avatares políticos y sociales de nuestro país. Así, en los años en los que la censura franquista prohibía tajantemente cualquier atisbo de exaltación sexual, no es de extrañar que las novelitas de entonces fueran aptas, en el sentido más literal de la palabra, para todos los públicos.

Paradójicamente una de las exigencias impuestas a los escritores -en este caso por motivaciones comerciales de las editoriales- era que en todas las obras apareciera necesariamente una protagonista femenina que, como cabía esperar, habría de acabar enamorándose -y, esto se daba por supuesto, casándose- con el héroe de turno, regla inflexible que obligaba a veces a los autores a hacer verdaderas filigranas argumentales con tal de meter a las féminas en la narración aunque fuera necesario hacerlo con calzador.

Si a todo ello sumamos que las novelas -salvo en el caso de las series, frecuentes tan sólo en la primera etapa de la colección Luchadores del Espacio y prácticamente inexistentes en el resto- tenían una extensión determinada que no permitía demasiadas alegrías narrativas, la conclusión es que los pobres escritores debían sudar la gota gorda para lograr esta cuadratura del círculo: En 120 páginas primero -equivalentes a unos 60 folios- y en tan sólo 90 más tarde, debían introducir un romance que se desarrollara paralelo al hilo argumental de la narración, con final feliz -es decir boda- pero más casto que un amor fraternal... Realmente, no me hubiera gustado estar en su pellejo.

Como cabe suponer, los romances de estas novelas de los años cincuenta y sesenta son tan recatados que hoy nos pueden llegar a parecer ridículos. Veamos, por ejemplo, la descripción que da Pascual Enguídanos de la princesa nahumita Ambar en la novela La guerra verde, perteneciente a la Saga de los Aznar:


Al asomarse al comedor, Miguel Ángel la vio de pie ante el gran ventanal apaisado que daba sobre la monumental plaza de España. Ella vestía un trajecito casero cuya falda le llegaba por debajo de las rodillas. Un bonito delantal le cubría la parte delantera del cuerpo y el pecho, y se anudaba con un ampuloso y coquetón lazo a la esbelta cintura.


Este mismo autor liquida el matriarcado descrito en El imperio milenario, también de la Saga de los Aznar, de la siguiente manera:


El núcleo femenino de aquellas tropas -la armada y el ejército valeranos- empezaba a cansarse del matriarcado, considerando que éste sólo les iba bien a las encopetadas señoras almirantes y generales que obtenían de él honores y otros privilegios materiales. Para el oficial modesto y el soldado raso, que eran la mayoría al fin, el matriarcado no representaba ninguna ventaja sobre el régimen político anterior, sino todo lo contrario.

Las mujeres se daban cuenta que, de una forma o de otra, ellas habían ejercido siempre una influencia enorme sobre los hombres. Sin estridencias, suave y dulcemente, ellas habían seducido al hombre, le habían tenido esclavo de sus encantos y habían hecho su santa voluntad lo mismo en los tiempos modernos que en los orígenes del mundo...

La mujer sencilla, en fin, comprendía que su imperio había sido infinitamente más agradable cuando en vez de imponerse por la fuerza bruta se valía de su instintiva astucia para dominar al hombre tolerante y un poco ingenuo que, encima de consentir con todo, se creía ¡el pobre! el amo y señor del mundo que le rodeaba.

Y como desde hacía cuarenta y siete años la mujer se sentía fuera de su órbita, sin tener sobre quien ejercer su dulce y amorosa tiranía, ella misma derribó la barrera que se interponía entre ella y su felicidad corriendo a unirse con los hombres que ¿cómo no? la acogieron jubilosos y sin resabios.


Sin comentarios. Pero no juzguemos mal al bueno de don Pascual; en la España de la segunda mitad de los años cincuenta no se podía decir otra cosa, y señuelos como éste servían para escamotear a los torpes ojos de la censura mensajes mucho más importantes y subversivos, como es el caso de la utopía comunista descrita con todo lujo de detalles en la Saga, algo frente a cuya trascendencia párrafos como los reproducidos no dejan de ser anecdóticos. Asimismo los dibujantes de las portadas también hacían sus pinitos burlando a la censura; puesto que tenían tajantemente prohibido no ya dibujar mujeres desnudas o semidesnudas, -evidentemente ni se planteaba hacerlo con figuras masculinas- optaban por dibujarlas recatadamente vestidas... Pero con la ropa sospechosamente ceñida a sus exuberantes y nada anoréxicos cuerpos, como se puede comprobar en las portadas de Luchadores del Espacio que reproduzco, todas ellas obra de José Luis Macías excepto la de Silencio para un muerto, firmada por José Lanzón.

Por supuesto, los otros escritores de la época obraban también de igual modo que Enguídanos. Veamos cómo se despachaba otro de los más importantes autores de novelas de a duro, Luis García Lecha alias Clark Carrados, en la novela La sed del átomo, publicada en la colección Espacio por esas mismas fechas de finales de los años cincuenta:


-Bien dijo Martha mirando a Karfax con aire retados-; todo se ha solucionado a favor de Ikenia. Pero queda, no obstante, algo por resolver.

Las manos de Karfax se apoyaron sobre los hombros de la joven.

-Sí; tenemos que arreglar este asunto. (...) Pero mientras llega ese momento, ¿por qué no solucionamos otro asunto más... digamos particular?

-No le entiendo -dijo ella débilmente, pero sabiendo que mentía.

-Pues es muy sencillo. Para arreglar este asunto no se necesitan más que dos personas. ¡tú y yo!

A su pesar, Martha se sintió atraída hacia el hombre. Quiso resistirse, pero acabó por ceder.

-Bueno -suspiró-; me parece que no habré de poner muchos inconvenientes.

-Una manera muy sensata de obrar -dijo Karfax, y la besó sin que ella opusiera la menor resistencia.


Del mismo autor y perteneciente a la misma colección, pero más tardía -de 1966- es la novela Prohibido a los humanos, en la cual encontramos este picante -es un decir- párrafo, todo lo más que se podía leer por entonces:


Tras unos segundos de vacilación, aprestó el rifle y se dirigió hacia el bosque, aunque apartándose al mismo tiempo de la orilla del río. De repente, creyó ver una mancha blanca que se movía tras unos arbustos.

-¡Quieto! -gritó- ¡No se mueva o dispararé!

La intimidación no era un aviso destinado a amedrentar al sujeto que se escondía tras los árboles. Pero la respuesta le dejó totalmente asombrado.

-No dispare, por favor.

Sheir se puso rígido. ¡Era una mujer!

-Salga -contestó-. No le haré daño, a menos que usted intente hacérmelo a mí.

-No puedo -dijo ella.

-Sheir dio unos cuantos pasos hacia delante.

-¡No se mueva! -chilló agudamente la mujer.

-Pero ¿qué le pasa? ¿Por qué no quiere dejarse ver? -preguntó el joven, atónito.

Ella asomó la cabeza por encima de unas matas. Sheir apreció que se trataba de una mujer joven y hermosa.

-Es que... estoy... No tengo ropas... -confesó Magda Zador, con el rostro encendido de rubor.


Desde luego, así era difícil que se escandalizara nadie. Pero los años corrían, y en España se avecinaban nuevos tiempos. Allá por 1972 el franquismo daba ya sus últimas boqueadas y la censura, aunque continuaba en activo, ya no era lo que fue antaño, con lo cual los autores aprovechaban sus resquicios -todavía pequeños- para colarle algunos goles completamente impensables no muchos años atrás. Así, a Ángel Torres Quesada, todavía en los albores de su carrera literaria, le corresponde el honor de haber sido el primero en describir por escrito nada menos que un casto -el adjetivo es suyo- strip-tease de la comandante Alice Cooper, la heroína de su serie del Orden Estelar. La novela en la que aparece es Los conquistadores de Ruder, publicada en la colección La Conquista del Espacio, y el texto es el que sigue:


El emperador, de espaldas a los objetivos, no se percató de nada. Seguía esperando la respuesta de Alice.

-Aparentemente, he caído en una trampa, ¿no? -dijo la terrestre, mientras su mano derecha ascendía hasta el cuello de su guerrera y anulaba la presión imantada de los cierres- Debía pedir que esta reunión, o juicio para llamarlo de forma optimista, hubiera sido pública. Así me habrían escuchado muchas personas.

-Millones, querrá decir. Más de doce planetas han visto mi coronación. Luego verán cómo pronuncio sentencia contra usted (...).

Al caer la guerrera negra y plata a los pies de Alice, ésta dijo calmadamente:

-Nunca he visto un pueblo tan celoso de sus viejas leyes. (...) Estoy segura que antes serían capaces de matarle a usted que vulnerarlas, ¿no?

-Es posible; pero no piense en eso (...).

Las manos de la mujer aflojaban los cierres de su ajustado pantalón, lentamente, como saboreando la acción.

-Usted las odia, mientras que yo nunca he llegado a apreciar tanto unas leyes -dijo al tiempo que se aseguraba que las cámaras elegían automáticamente la mejor de las escenas para proyectarla sobre la gran pantalla donde estaban reunidos nativos e invitados.

(...)

-Absurdo -apuntó Grehan. Tenía los brazos cruzados y no movió un músculo cuando los pantalones se unieron a la guerrera en el suelo-. Usted no puede estar de acuerdo con unas leyes que la han condenado, de hecho, a muerte.

(...)

-Usted ha creado de su persona un mito como nunca tuvo Ruder -de un deliberado y rápido gesto Alice terminó de desprenderse de sus últimas ropas. Sólo sus botas relucientes la cubrían.

Entonces miró con altanería primero al príncipe, nuevo emperador, y luego al objetivo que enviaría su rostro sereno, nada avergonzado, a los millones de paralizados espectadores.


Esto ya era otra cosa... al menos para los chavales como yo -tenía entonces unos 13 ó 14 años- obligados a ser castos y puros por decreto ley... Y les puedo asegurar que la escena no me resultó en absoluto indiferente pese a lo inocente que nos pueda parecer ahora. Respecto a ella, el propio Torres Quesada decía lo siguiente en un artículo publicado en Nueva Dimensión:


Claro que en lo sexual tenía que ser superficial. ¿Cómo iba a escribir hace seis años algo más fuerte, más directo? Los editores, en su sano juicio y velando por su negocio, ni siquiera la habrían presentado a censura previa, digo consulta previa. Y no los culpo.


Lo cierto es que coló, pero por si acaso Ángel no repitió la experiencia. Ya en 1975 Pascual Enguídanos, tras completarse la reedición de la Saga de los Aznar, abordó la continuación de la misma. La primera novela de esta segunda serie, titulada Universo remoto, fue publicada en junio de ese año. Faltaban todavía cinco meses para que muriera Franco, pero en los tres años transcurridos desde el strip-tease de Alice Cooper la censura se había relajado lo suficiente como para permitir la publicación de escenas que, aunque seguían siendo ingenuas, hubieran sido impensables no mucho tiempo atrás, como la conversación que mantienen Miguel Ángel Aznar Polaris y la enfermera Alicia Zorío:


-¿Cuántos años tiene?

-Veinte.

-Es una niña.

-Tengo la experiencia de una mujer madura.

-¡Vamos, no me diga!

-Usted olvida que en la moderna enseñanza por inducción directa al cerebro se incluyen experiencias de todo tipo, tanto profesionales como de tipo físico o moral.

(...)

-Y esa experiencia suya como mujer, ¿de qué tipo es? ¿Sentimental? ¿También sexual?

-Sí, también sexual.

-¿Ha estado casada?

-No.

-Pero habrá tenido relaciones íntimas con algún muchacho en alguna ocasión.

-No. Las experiencias sexuales que se nos transmiten con el resto de nuestra educación son muy útiles para nosotras. Por supuesto, pertenecen a otras mujeres que las vivieron en la realidad, pero están en nosotras y podemos recordarlas como si fueran propias; son perfectamente reales a todos los efectos. En base a esta experiencia, una chica no tiene que salir en busca de sensaciones desconocidas.


La idea era buena, pero donde esté lo original que se quiten los sucedáneos... Así lo debieron de pensar ambos, puesto que finalmente:


La personalidad del Almirante atraía a Alicia con la misma fuerza succionante de un abismo. Le temía y al mismo tiempo deseaba entregarse fatalmente a él.

Las manos del Almirante deshicieron el grueso nudo del cinturón del albornoz. Alicia se le entregó sin resistencia.


Claro está que Miguel Ángel Aznar Polaris era todo un conquistador, al menos hasta donde podía permitírselo el autor a mediados de los años setenta. En Tierra de titanes, continuación de la novela anterior, prosigue rompiendo corazones femeninos, en esta ocasión en el estrecho interior de una esfera de control de los robots autómatas:


Miguel Ángel Aznar, descalzo y sin más ropa que un calzón corto negro, se echó atrás en el mullido butacón exhalando un suspiro de alivio.

Sara Bogani trepó por la escalerilla. Al despojarse de la armadura, toda su ropa eran unos “shorts” y el minúsculo sostén negro. El Almirante la oyó cuando intentaba levantarse y cerrar la pesada tapa de la escotilla. Hizo girar media vuelta el butacón y se quedó contemplando admirado los torneados muslos y las nalgas de la profesora.

-Espera -dijo.

Abandonó el butacón, se levantó y le ayudó a cerrar la escotilla. Luego, al incorporarse los dos a un tiempo, quedaron frente a frente. La mirada inquisitiva del Almirante contemplaba desde arriba los blancos y abultados globos. La chica enrojeció.

-¿No hay por aquí ropa que ponerme? -murmuró.

-Me temo que no. Esta bonita esfera era pequeñita como una pelotita (...) Hay ciertas cosas que ni se pueden comprimir ni es previsible el tratar de comprimirlas, como por ejemplo un mono de mecánico para una chica.

-No voy a poderme quedar aquí, medio desnuda, si me miras de ese modo. Iré a ponerme de nuevo mi armadura y...

-¡Quita ahí! -dijo el Almirante cogiéndola entre sus brazos-. La armadura está contaminada... y dentro de poco vas a tener mucho calor.

-¡Almirante!

-Llámame Miguel, vete acostumbrando.

Los labios del Almirante apresaron los de la profesora. Él la empujó suavemente hacia el butacón y ella se dejó empujar dejándose caer en la butaca. Suspiró.

El dichoso butacón era mullido como una cama, y una dulce sensación de cansancio la invadía. Todo era agradable ahora. ¡Dios mío, cómo besaba el maldito Almirante!


El período de tiempo durante el cual se publicó la segunda parte de la Saga de los Aznar (junio de 1975 a junio de1978) coincidió casi exactamente con la duración de la Transición, los tres años comprendidos entre la muerte de Franco (noviembre de 1975) y la promulgación de la Constitución (diciembre de 1978) que permitieron a nuestro país evolucionar desde la dictadura instaurada a raíz de la guerra civil a la actual democracia. Fueron unos años de intensas transformaciones no sólo políticas, sino también sociales, las últimas de las cuales tuvieron con uno de sus símbolos la desaparición de la anacrónica censura. Tal como suele ocurrir en estos casos la desaparición de todas las prohibiciones sobre el sexo provocaron un auténtico sarampión de erotismo más o menos pasado de rosca, lo que se vino en denominar el destape, el cual afectó lógicamente a la novela popular al igual que lo hizo al cine, la fotografía, el periodismo o la literatura.

Pero no nos adelantemos. Pese a lo que en los últimos meses de la vida de Franco había sido simplemente tolerado ahora estaba permitido, Pascual Enguídanos no siguió los pasos de otros compañeros suyos que, aprovechando la nueva moda, se apresuraron a introducir tintes marcadamente eróticos en sus novelas. El maestro de Liria, por el contrario, aprovechó los nuevos aires de libertad que corrían por el país no para hacer de las nuevas novelas de la Saga versiones futuristas del Decamerón, como hubiera sido lo fácil, sino para ahondar, esta vez sin trabas de ningún tipo, en sus utopías sociales de marcado tinte socialista e, incluso, libertario, como ocurre en el caso de los desinhibidos tapos de Atolón. No obstante, aunque no existan escenas subidas de tono en sus últimas novelas, sí encontramos un par de notables personajes femeninos que conviene recordar. El primero de ellos es Izrail, un fabuloso robot humanoide de manufactura barpturana que viene a ser algo así como la encarnación cibernética de la diosa Diana: Bella, poderosa... Y casta. Así es descrita en El ángel de la muerte:


Los ojos de Izrail se volvieron sobre Eladio Ross. Era casi tan alta como éste; esbelta, fuerte y maravillosamente conformada, desde el turgente busto a las caderas, y desde los muslos a los tobillos.


No será sino mucho más adelante cuando entre en escena Banda, una bella tapo -la raza semisalvaje que, descendiente de los valeranos y de los barpturanos, habita en Atolón un millón de años después de que una catástrofe cósmica destrozara el circumplaneta provocando el colapso de la población que lo habitaba. Claro está que con su promiscuidad -primero conviviría con Miguel Ángel Aznar Bogani, y posteriormente con su sobrino Fidel Aznar Rudel- Banda acabará originando un curioso revoltillo genealógico en la última generación de aznares... Pero veamos cómo la describe don Pascual en Un millón de años, allá por mayo de 1976:


Y allí estaba, de pie, la chica de la larga cabellera dorada. Tenía una bonita figura y el valerano observó que todo su vestido era una pieza de piel de ante arrollada a la cintura. Los largos cabellos le caían sobre el pecho como una cortina cubriendo a medias la desnudez de los pechos.

(...)

El Almirante no se cansaba de mirarla, y no sólo por lo de sorprendente que tenía el fenómeno, sino porque Banda era una chica preciosa. Jamás había visto Miguel Ángel una chica como aquella: bella, fuerte, ágil. Con toda la gracia del antílope y la suavidad felina del leopardo. A plena luz del sol, sudorosa y despeinada, comiendo o durmiendo, en cualquier trance y actitud aparecía siempre hermosa, ¡hasta bostezando! Ninguna mujer valerana habría podido mantener incólume su gracia y su belleza en tanta variedad de ocasiones.


Tal como nos la pinta el autor, a ver quien es el guapo que no se enamora de ella... Tenemos que retroceder ahora en la cronología interna de la Saga, concretamente hasta el episodio de Uhlán, para encontrarnos con el que sin duda es el mayor atrevimiento de Enguídanos en el campo sexual: Una relación íntima entre un humano -el Miguel Ángel Aznar de turno- y Lauda Conak, una bella alienígena nativa de Ankor, la nación dominante en Uhlán, el planeta en cuyo sistema ha recalado Valera. Los ankoranos son afines físicamente a los humanos pero con una salvedad importante: No son mamíferos, y sus mujeres ponen huevos. Por tal motivo éstas no poseen pechos, pero por lo demás son tan atractivas como las terrestres... A lo que hay que sumar, claro está, el morbo. La cita está extraída de El planetillo furioso, una novela aparecida en febrero de 1976:


Tranquilamente la ankorana se llevó las manos a la cintura y aflojó la trabilla. Los pantalones se deslizaron piernas abajo por su propio peso y Lauda se deshizo de ellos de dos puntapiés. Quedó ante el sorprendido terrícola con las piernas desnudas, los faldones de la camisa a medio muslo. Era alta y tenía unas piernas esbeltas, derechas y esculturales.

(...)

El Vicealmirante la miró a los ojos chispeantes de malicia, preguntándose si era malvada, coqueta o simplemente ingenua.

(...)

-Vístete, Lauda -dijo el valerano roncamente-. Me estás poniendo en un compromiso. No sé qué pensar de ti.

(...)

-Yo tampoco sé qué pensar de mí misma -dijo Lauda alzando sus hermosos ojos, de mirada profunda, hacia los de él-. Somos distintos, y sin embargo no me siento diferente ante ti. El doctor Fidel asegura que, biológicamente, es imposible la descendencia entre ankoranos y terrícolas de sexo opuesto. Parece entonces que debería existir una barrera entre nosotros. ¿Por qué no la siento?

-No lo sé, Lauda. Tal vez mi hermano esté equivocado. Yo tampoco noto que exista una barrera insalvable entre tú y yo. Te miro y sólo veo en ti una mujer hermosa y deseable. ¡Lauda!

Miguel Ángel Aznar la tomó entre sus brazos. Lauda alzó su pálido rostro y él la besó en los labios. El beso no se conocía entre los ankoranos como expresión afectuosa, al menos en sus relaciones cara al exterior. Pero posiblemente fuera distinto en la intimidad. De cualquier forma el beso no extrañó a la ankorana...

El terrícola iba a vivir en unos minutos la experiencia de unas relaciones íntimas con una mujer distinta en lo biológico, aunque nada diferente en lo demás.


Bueno, peor hubiera sido con un ser reptiloide o con un pulpo de largos tentáculos y ojos saltones... Pero dejemos en paz al bueno de don Pascual, que la Saga de los Aznar no era la única ciencia ficción que se publicaba en las novelas populares de entonces. Desaparecidas hacía varios años las colecciones de la editorial Toray, el relevo había sido tomado por la editorial Bruguera, que entonces publicaba la que sería la colección más longeva de la ciencia ficción española, La Conquista del Espacio. Pero los responsables de Bruguera pensaron, quizá, que el erotismo podía ser un buen reclamo para los lectores, así que... El problema consistía en que los productos editados por ella, en especial los tebeos, tenían una imagen fuertemente asociada al público infantil y juvenil, por lo que podría resultar políticamente incorrecto -aunque entonces todavía no se había inventado esa palabreja- publicar novelas subidas de tono.

La solución fue sencilla: Bruguera creó una editorial filial, llamada Ceres, encargada de sacar adelante las nuevas colecciones picantes sin menoscabar el buen nombre de la primera... Y todo se quedaba en casa, encargándose de publicar Ceres varias nuevas colecciones con nombres tan sugerentes como Sexy Flash y Sexy Star, “dos modernas selecciones -así rezaba su publicidad- de relatos erótico sentimentales, escritos por los más expertos autores del género”... Que no eran sino los habituales de la plantilla de Bruguera.

De hecho, llegó a correr el bulo -en realidad falso- de que ambas editoriales tenían sus respectivas sedes en un mismo edificio, pero con entradas en diferentes calles. Esta ficción se mantuvo durante algún tiempo; Bruguera continuó editando La Conquista del Espacio, mientras Ceres daba a la luz una nueva colección de ciencia ficción bautizada con el nombre de Héroes del Espacio, las cuales llevaban impresa en la portada la advertencia de que eran sólo para adultos, aunque probablemente la cosa no llegaría a tanto como en los relatos erótico sentimentales. Más adelante Bruguera acabó absorbiendo a su filial, aunque mantuvo las dos colecciones; eso sí, advirtiendo en las portadas de las novelas de La Conquista del Espacio que eran aptas, asimismo, sólo para mayores de 18 años. La evolución de las novelas de a duro, que pasaron de estar dirigidas a lectores adolescentes a ser subproductos pensados para adultos de bajo nivel cultural y elevados índices de rijosidad se había consumado al fin.

Son muchas las muestras que podrían ponerse de esta nueva etapa de la literatura popular de ciencia ficción, sin duda la más penosa de su historia, pero por razones de espacio me voy a limitar a reproducir tan sólo algunas. A modo de curiosidad, podemos ver cómo describía en 1979 uno de sus escritores habituales, Ralph Barby -Rafael Barberán Domínguez- las escenas eróticas en la colección La Conquista del Espacio, que todavía no era para mayores. La cita corresponde a la novela titulada El gángster de la galaxia:


Aris deseaba darse un chapuzón, bracear. (...) Después de nadar en la pequeña piscina de aguas escrupulosamente limpias, salió de ella y vio a Minella tumbada en una de las hamacas tomando el sol.

La joven vestía un monokini; las braguitas eran la mínima expresión y de color oscuro.

La belleza de la muchacha marciana destacaba ahora en todo su esplendor. Los senos podían verse al natural tal como eran, sin estar ocultos.

Las líneas de su cintura, de sus caderas, de sus muslos, de sus piernas, resultaban perfectamente redondeadas, guardando unas proporciones que le daban un aspecto elástico y ágil, casi felino.


Ciertamente no era para rasgarse las vestiduras; por aquel entonces eso era lo mismo que ya por entonces comenzaba a verse en las playas españolas. Este erotismo blando alcanzaba en ocasiones extremos realmente sorprendentes, por lo ingenuo y rebuscado del mismo. Los textos seleccionados corresponden a la novela que lleva por título La necrópolis del espacio, publicada en 1980 en esta misma colección y firmada por Joseph Berna o, si se prefiere, José Luis Bernabeu:


Mauren Fraser, tras unos segundos de vacilación, empezó a bajarse la cremallera del traje.

(...)

-No puedo verle sufrir de ese modo, se me parte el corazón. Vamos, hagamos el amor antes de ir a ese misterioso lugar y así irá con la cabeza despejada -dijo Mauren, haciendo ademán de sacar los brazos del traje para poder bajarse éste.

Sus pechos, plenos y erguidos, de amplia aureola color canela y erecto pezón, eran una tentación difícil de resistir, pero Sandro Quarrie supo vencerla y, de forma brusca, subió la cremallera y cerró el traje de Mauren Fraser, gritando:

-¡Basta, doctora!

-Comandante, yo sólo pretendía... -repuso ella, desconcertada.

-¡Sé lo que pretendía y se lo agradezco mucho, pero le repito una vez más que mi dolor de cabeza no tiene nada que ver con el hecho de que duerma solo desde que partimos de la Tierra!


Y también:


El robot se detuvo a unos cuantos metros de ellos y ordenó:

-Quitaros la ropa, terrestres.

Alfons y Renata se miraron sorprendidos.

-¿Que nos quitemos... la ropa? -murmuró el primero.

-Sí -dijo el robot.

(...)

El robot habló de nuevo:

-Si no os quitáis la ropa, la haré arder y sufriréis dolorosas quemaduras.

(...)

Sentados en el suelo, se despojaron de las botas y de los cintos.

Luego, ya de pie, se abrieron los trajes espaciales y se los quitaron, quedando ambos en slip, el de Renata deliciosamente diminuto.

La hermosa morena volvió a abrazarse a Alfons, sobre cuyo musculoso tórax aplastó sus grandes y altivos pechos, como si quisiera impedir que el robot se los contemplara. El robot, sin embargo, parecía que deseaba contemplárselo todo, hasta lo más íntimo, porque ordenó:

-Quitaros eso también, terrestres.

(...)

Alfons y Renata no tuvieron más remedio que obedecer.

-Qué vergüenza, Alfons -musitó ella, recubriéndose el sexo y el oscuro vello de su pubis con las manos.

Alfons hizo lo propio y recordó:

-Tú y yo ya nos habíamos visto completamente desnudos en más de una ocasión, Renata.

-No tengo vergüenza de ti, sino del robot.

(...)

Alfons volvió ligeramente la cabeza y murmuró:

-Nos está mirando el trasero, Renata. Y juraría que le gusta más el tuyo.

Renata, sin darse cuenta de que Alfons bromeaba, dejó de cubrirse lo de delante y se llevó rápidamente las manos atrás para cubrir sus nalgas, maravillosamente redondas y firmes.


En la colección Héroes del Espacio las cosas eran, por el contrario, bastante diferentes. Veamos cómo las gastaba el mismo Joseph Berna en Energía cósmica, una novela sólo para adultos publicada también en 1980:


El ingeniero envidió a Eric Zinn.

Y esa envidia se acentuó cuando veía que el capitán Zinn abría el traje de Livia Jenner y deslizaba su mano por allí, para acariciar sus pechos, sin separar su boca de la de ella.

(...)

Mientras el jefe del centro espacial se despojaba de su cinto, de sus botas y de su traje, Miljan Pasic pudo contemplar con todo detalle el cuerpo desnudo de Livia Jenner, que siguió tendida de espaldas sobre el lecho. (...) Los ojos de Miljan Pasic se posaron en los hermosos y turgentes senos de Livia Jenner, de preciosas y rosadas aureolas y delicados pezones, erectos por las recientes caricias de Eric Zinn. También recorrieron su liso vientre, sus curvadas caderas, la maravillosa perfección de sus piernas, muy largas y de muslos delgados, esbeltos, sedosos, como toda la piel de su joven y fascinante cuerpo.

(...)

Livia, estremecida de placer, rodeó con sus brazos el robusto cuello de Eric y lo apretó con fuerza, poniendo de manifiesto su excitación, su creciente deseo de ser poseída por el hombre al que amaba tan calladamente.

Eric Zinn se dijo que había llegado el momento de descubrir la intimidad de la muchacha y la despojó del minúsculo slip plateado, acariciando seguidamente el dorado vello que poblaba su pubis.

(...)

Eric Zinn estaba ya tan desnudo como Livia Jenner, había separado delicadamente los muslos de la muchacha y se había colocado entre ellos para poseerla.

Y la poseyó. Con infinita ternura, pero hondamente, colmándola con su hombría.

Livia Jenner cerró los ojos y emitió un gemido de gozo. En aquellos momentos se sentía la más feliz de las mujeres. Estaba haciendo el amor con Eric Zinn, el hombre al que tan locamente quería. Rehuyó preguntarse si él también sentiría algo sincero y profundo por ella, o sólo será simple atracción física.

(...)

Totalmente ignorantes de que estaban siendo observados por Miljan Pasic, Eric Zinn y Livia Jenner continuaron haciendo el amor hasta alcanzar juntos el placer supremo, que fue prolongado e intenso, quedando maravillosamente satisfechos los dos.


Lo curioso del caso es que tan explícitos textos no venían acompañados por unas portadas digamos sugerentes. Cierto es que ninguna de las dos colecciones futuristas de Bruguera o de su filial Ceres se caracterizaron nunca por la calidad de sus portadas, pero es que además resultaban sosas... ¡Qué diferencia con las espléndidas portadas de Luchadores del Espacio!

Y después... Poco más. La Conquista del Espacio y Héroes del Espacio desaparecieron en 1985 víctimas del hundimiento de Bruguera, pero de todos modos la época de los bolsilibros estaba ya llegando a su fin. Galaxia 2000 y Galaxia 2001, publicadas respectivamente por las editoriales Fórum y Andina, cerraron también en ese mismo año, e Infinitum, de Producciones Editoriales, y Kapra Futuro, de Helios, lo habían hecho en 1982, con lo cual el relativo resurgir de las colecciones populares que había tenido lugar a principios de la década de los ochenta -a las colecciones citadas habría que añadir las efímeras Anticipación cósmica, también de Helios, o Ciencia Ficción de R.O., se había quedado reducido prácticamente a nada. Tan sólo los tardíos intentos de otra colección titulada también Ciencia Ficción, de la editorial Astri -40 ejemplares publicados entre 1986 y 1989- y una renacida La Conquista del Espacio, esta vez bajo la responsabilidad de Ediciones B -60 títulos entre 1990 y 1995-, ambas nutridas con reediciones de viejos títulos, vinieron a prolongar una agonía que ya se mostraba imparable. Así pues, pasada hace tiempo en España la fiebre del destape, nos vemos imposibilitados de saber cómo hubiera sido ahora el erotismo en las novelas de a duro... Porque ya no hay novelas de a duro.




* Este artículo fue galardonado con el Premio Ignotus en 2002 .


Publicado el 6-4-2002 en el Sitio de Ciencia Ficción