No son ejecuciones, son asesinatos



He leído con interés su columna, publicada en el ejemplar de fecha 10 de octubre y, aunque en general estoy de acuerdo con ella, no he tenido por menos que echar en falta un punto concreto que, pese a incurrir de lleno en la filosofía del tema comentado en la citada columna, no fue tratado en ella.

Me estoy refiriendo a algo que, por desgracia, no puede estar más de actualidad, las brutales decapitaciones de rehenes a manos de grupos terroristas radicados en Irak, las cuales suelen ser definidas por los distintos medios de comunicación, entre ellos EL PAIS, como “ejecuciones” cuando tan sólo les cabe un calificativo, el de asesinatos, y además sin ningún tipo de atenuantes. En este punto no sólo el sentido común, sino también el diccionario, no pueden ser más claros: Ejecutar, en el sentido de ajusticiar, significa según el diccionario de la Real Academia, quitar la vida a un reo. Esto implica, necesariamente, que éste haya cometido un crimen suficientemente grave, que exista la pena de muerte y que ésta le sea aplicada tras un juicio, se supone que justo, tras ser dictada por un tribunal legalmente constituido y amparado por un gobierno asimismo legal. Si no se dan estas circunstancias, y mucho me temo que en el caso que nos ocupa no se da ninguna de ellas, es una crueldad tildar de “ejecuciones” a tan abyectos asesinatos de personas inocentes a manos de terroristas sanguinarios.

Ya puestos, también podría traer a colación otro caso similar, aunque quizá no tan escandaloso como el anterior, el de considerar que los terroristas suicidas, que muchas veces suelen llevarse por delante a víctimas inocentes, se han “inmolado”. Recurriendo de nuevo al diccionario de la RAE, vemos que “inmolar” significa en su tercera acepción “Dar la vida, la hacienda, el reposo, etc., en provecho u honor de alguien o algo”, lo que ha de interpretarse como el sacrificio, incluso supremo, por un fin noble, algo que evidentemente no encaja en este caso... A no ser que, retorciendo un poco la cosa, nos fijemos en la segunda acepción del mismo término, que figura como “Ofrecer algo en reconocimiento de la divinidad”, quizá cercano a las verdaderas intenciones de los terroristas -se inmolan ellos, pero también inmolan víctimas inocentes- pero totalmente fuera de lugar.

En cualquier caso, lo que resulta evidente es que jamás deberíamos caer en la trampa, frecuente por otro lado, de adoptar el nada inocente, y mucho menos objetivo, lenguaje de los terroristas, algo que ya de por sí supone una victoria suya.


Enviada el 11-10-2004 a EL PAIS