Eufemismos bobos





La vida real no es como nos la cuentan en las películas de dibujos animados


Oído a un portavoz de los servicios sanitarios de urgencia refiriéndose a un accidente mortal: “el accidentado presentaba lesiones incompatibles con la vida”. Y se quedó tan ancho.

La pregunta de Perogrullo que me acudió inmediatamente a la cabeza fue la siguiente: ¿Por qué no decir simplemente que eran lesiones mortales, tal como se ha dicho toda la vida? ¿A qué venía esta perífrasis de todo punto innecesaria?

La única explicación posible que encuentro es esta estúpida blandenguería que nos invade, empeñada en barnizar los aspectos más desagradables o dramáticos de la vida, que por desgracia son muchos y no por ello van a hacer menos daño. En realidad esto siempre se ha hecho con los niños, todavía incapaces de comprender en toda su profundidad los factores negativos de la existencia, pero lo sorprendente es que ahora se hace también con los adultos, quizá porque es la propia sociedad la que se ha infantilizado hasta el punto de ser capaz de llamar al pan pan, y al vino vino. Y, se lo aseguro, esto es algo que no me agrada en absoluto.

En esta misma línea se encuentra la coletilla “falleció tras una larga enfermedad” sin especificar de qué enfermedad se trataba, como si el cáncer -ésta suele ser la “larga enfermedad” más común- fuese algo vergonzoso o indigno de ser contado. Pero lo que ya riza el rizo es el titular, repetido en numerosos periódicos, que informaba de la muerte de un conocido futbolista italiano afirmando que “había fallecido por una enfermedad incurable” de cuya naturaleza -un tumor pulmonar- por supuesto no se informaba.

Haciendo abstracción del tema de la privacidad -al fin y al cabo se trataba de una cuestión que sólo atañía a sus familiares-, lo que me llamó la atención fue la papanatería de los periodistas que no cayeron en la cuenta de que, aunque no todas las enfermedades incurables son necesariamente mortales, por el contrario una enfermedad curable, dada su propia naturaleza, no tiene por qué provocar la muerte del enfermo, salvo en caso de complicaciones inesperadas. Dicho con otras palabras, en este caso concreto el adjetivo incurable estaba de más por razones obvias, dado el desenlace final.

Cambiando de escenario, pero no de temática, nos tropezamos tambien con el uso y abuso del adjetivo presunto. Y si bien al aplicarse por imperativos legales -ya se sabe eso de que nadie es culpable mientras no exista una sentencia condenatoria firme- ha dado lugar en ocasiones a situaciones tan estrambóticas como la de considerar presunto a alguien pillado literalmente con las manos en la masa, quizá el ejemplo más chusco con el que me he encontrado haya sido cuando leí en un periódico la noticia del suicidio de un preso en una cárcel española, en la cual a su lúcido redactor, al que posiblemente se le cruzaron los cables, se le había ocurrido la genial idea de tildar al fallecido de “presunto ahorcado”. Resulta lógico que un suicidio sea considerado presunto hasta que no dictamine un juez, puesto que podría tratarse de un accidente e incluso de un homicidio camuflado, con las consiguientes derivaciones legales según el caso; pero si el finado apareció colgando de una cuerda por el cuello, díganme ustedes qué podía tener esto de presunción, con independencia de las causas que pudieran haber motivado el ahorcamiento y de que éste fuera fruto o no de la voluntad propia del fallecido.

Claro está que, siguiendo con los ahorcamientos, tampoco estuvo nada mal la noticia, aparecida en un periódico de tirada nacional, en la que se atribuía la muerte de una persona a una “asfixia en suspensión”, cabiendo deducir que el finado murió asfixiado y suspendido, probablemente, del cuello. Es decir ahorcado, mientras la Real Academia de la Lengua no dictamine lo contrario.



Publicado el 11-10-2020