Los progrepijos





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Se las dan de progresistas, otorgando como tales su apoyo -por supuesto estrictamente moral y sin que les suponga mayores esfuerzos- a todo los que ellos consideran víctimas de las injusticias del mundo, reales o imaginadas, poniendo especial interés en todo tipo de movimientos antialgo o bien en aquellos colectivos pasados de rosca empeñados en imponer como comunes y habituales sus particulares, minoritarios y en muchas ocasiones trasnochados criterios.

Cuando todavía no había caído el Muro de Berlín, símbolo de la Guerra Fría, y seguía existiendo la división entre bloques, eran furibundamente antiamericanos -y por extensión antiisraelíes- y estaban en contra de la OTAN, a la que consideraban su brazo ejecutor, lo que no impedía que fumaran Winston, Marlboro, Camel o Lucky Strike, bebieran Coca Cola -preferiblemente con ron, lo que permitía cubanizarla-, disfrutaran del cine americano, bailaran música americana -rock o jazz- y, en general, disfrutaran de todo tipo de cachivaches tecnológicos venidos de allende el Atlántico, incluyendo claro está aquellos que, por razones económicas, quedaban fuera del alcance de la mayoría de los españolitos de a pie.

Ahora que el antiamericanismo rancio ya no es tan cool como antaño, suelen haberse reciclado en defensores acérrimos de la corrección política llevada a sus últimos y más absurdos extremos. Por lo general, acostumbran a presumir de un anticlericalismo de opereta aplicable tan sólo al catolicismo, no por supuesto a religiones foráneas con ribetes mucho más medievales... lo que no impide, claro está, que tanto sus bodas como los bautizos y las comuniones de sus hijos revistan todo el boato que se espera de los de su clase. Apoyan -desde fuera, se entiende- a todos los nacionalismos periféricos rancios al tiempo que critican a los fachas españoles y, si tienen ya cierta edad, presumen de haber corrido delante de los grises en sus tiempos de estudiantes, cuando ir a la universidad tan sólo estaba al alcance de los hijos de los más pudientes.

Porque los progrepijos casi siempre suelen provenir de familias bien, nunca han sufrido en propia carne una estrechez económica o una marginación social, ni se han visto obligados a padecer nada remotamente parecido a un largo y penoso peregrinaje en busca de un trabajo mínimamente digno, ya que para eso estaban los contactos de papá que, en su día, le sirvieron también para enchufarse en la mili.

Viven en barrios residenciales de lujo, tienen asistenta y con un poco de suerte interna y llevan a sus hijos a colegios de élite y a estudiar inglés al extranjero. Juegan al golf, esquían en los Alpes y veranean en playas de lujo. Se jactan de no depender de algo tan cutre como la sanidad pública, y por supuesto jamás utilizarán algo tan plebeyo los transportes públicos, que para eso está su coche de importación o, a unas malas, los taxis. Criticarán acerbamente a los demás por su presunta intolerancia con la población marginal o con los inmigrantes extranjeros, pero ellos cuentan con vigilantes jurados a la entrada de sus urbanizaciones, no fuera a ser que se les colara alguno.

Eso sí, firmarán sin dudarlo cualquier tipo de manifiesto contra el cambio climático, contra la construcción de una carretera que pudiera poner en peligro la migración de las avutardas, contra el hambre en África -aunque luego se vayan a comer a un restaurante de lujo-, contra los dictadores de derechas -ojo, sólo los de derechas-, contra los desmanes de los israelíes -no contra los de los árabes o los palestinos-, contra la represión a los homosexuales en cualquier país extraeuropeo o contra la caza de focas en el norte de Canadá, por poner tan sólo algunos ejemplos. Al fin y al cabo, no exige mayor esfuerzo y siempre queda guay.

El problema es que pueden llegar a hacer daño, mucho daño, sobre todo cuando gracias a su nepotismo endogámico -porque para eso no son progres en absoluto- consiguen introducirse en nichos ecológicos ajenos, suplantando a los verdaderos progresistas y contaminando el mensaje de éstos con sus poses pijas barnizadas de buen rollito. Y cuando llegan a suplantar a la izquierda real, o cuanto menos a la moderada, que es la verdaderamente importante, la debacle está servida... al tiempo que prestarán un inestimable servicio a la caverna de la cual proceden y a cuyos privilegios seculares no están dispuestos en modo alguno a renunciar, por mucho que se las den de lo contrario.


Publicado el 26-11-2012