El lío de la hora oficial





Distribución de las horas oficiales europeas



Como es sabido, la esfera terrestre está dividida en veinticuatro husos horarios de quince grados de anchura, a cada uno de los cuales le corresponde, de forma correlativa y en sentido creciente de oeste a este, una de las veinticuatro horas en las que se divide el día. Aunque la Tierra, evidentemente, no rota a saltos sino de forma continua, este sistema mostró ser mucho más efectivo que el antiguo basado en las horas solares, o locales, según el cual cada población usaba la hora que le correspondía conforme a su propio meridiano.

La anchura de los husos horarios, que tienen forma de gajos de naranja, varía con la latitud, siendo máxima en el ecuador -unos 1.670 kilómetros- para ir disminuyendo cuanto más nos acercamos a los polos. El territorio peninsular español está comprendido entre los 36º de Tarifa por el sur y los 43,5º del cabo de Estaca de Bares por el norte, lo que da un latitud media de aproximadamente 40º. A esta distancia del ecuador la anchura del huso horario se ha reducido a unos 1.280 kilómetros, por lo cual un desplazamiento de cien kilómetros en dirección este-oeste supone una diferencia de casi cinco minutos en la hora solar, variando ligeramente según la región en la que nos encontremos. Para el resto de Europa las cifras son similares e incluso menores, si la zona considerada está más al norte que nuestro país.

Teniendo en cuenta estas cifras, la conclusión evidente es que, de haber seguido manteniéndose el sistema tradicional de las horas locales en cada población, los resultados no hubieran sido demasiado prácticos incluso sin salir de España, pese a que paradójicamente el método de los husos horarios no comenzó a implantarse sino hasta una fecha tan tardía como finales del siglo XIX... aunque, a decir verdad, con anterioridad a esta época y, sobre todo, a la implantación del ferrocarril como principal medio de transporte, los viajes eran tan lentos que, en la práctica, estas diferencias no importaban demasiado.

Sin embargo, las cosas no fueron tan sencillas como pueden parecernos ahora. El primer problema surgió a la hora de elegir el meridiano cero, es decir, el origen del sistema horario; puesto que la Tierra es esférica y rota sobre su eje, en principio hubiera valido cualquiera... pero era necesario que todas las naciones se pusieran de acuerdo. Tradicionalmente los países habían tomado como meridiano cero propio el correspondiente a su capital, y a efectos náuticos se había venido tomando como tal al que quedaba definido por la punta más occidental de la isla canaria del Hierro por tratarse del territorio europeo situado más al oeste, lo que evitaba a los marinos el engorro de tener que manejar coordenadas geográficas -dentro de Europa, claro- con longitudes negativas.

Finalmente sería la Inglaterra victoriana, con su habitual prepotencia, quien lograra imponer, en el seno de una conferencia internacional celebrada en 1884 en Washington, al meridiano de Greenwich, es decir, el de Londres, como meridiano cero a partir del cual se diseñaría todo el sistema de los husos horarios, el mismo que sigue vigente hoy en día. A partir de este meridiano se marcaron los otros veintitrés a intervalos de quince grados, asignándole a cada uno de ellos la hora correspondiente. Puesto que a estos veinticuatro meridianos de referencia se les asignó por defecto el valor intermedio de sus respectivos husos horarios, las “fronteras” entre dos husos contiguos, que serían las que determinaran el cambio de una hora a la vecina, serían obviamente los meridianos intermedios entre los dos de referencia. Dicho con otras palabras, el huso horario del meridiano de Greenwich, o de cualquier otro, quedó definido en el intervalo comprendido entre el correspondiente a media hora antes (7,5 grados al este) y el de media hora después (7,5 grados al oeste).

Paralelamente se definió también el meridiano 180, es decir, el opuesto al de Greenwich, como la línea internacional de cambio de fecha, aprovechando que éste atravesaba en su práctica totalidad, de polo a polo, tan sólo tierras deshabitadas en Siberia junto con un puñado de pequeñas islas del Pacífico, con lo cual se evitaba el engorro de dejar a un país partido por la mitad, cada uno con una fecha del calendario distinta.

Claro está que entonces surgió un segundo problema: como era de suponer, ni la geografía física ni las fronteras se ceñían a la estricta división de los husos horarios, por lo que era frecuente que algunas porciones más o menos grandes de países quedaran incluidas en el correspondiente a una hora más o menos. Evidentemente los países grandes como Estados Unidos, Canadá o Rusia no tuvieron más remedio que dividir sus respectivos territorios en varias franjas horarias, pero esto no ocurría en Europa, por lo que resultaba una complicación evidente que, por ejemplo, Galicia quedara fuera del huso que englobaba al resto de la España peninsular.

La solución adoptada fue sencilla, aunque en ocasiones chapucera: siempre que se estimó necesario, se corrieron los límites que separaban un huso horario del vecino haciéndoles dar un rodeo, en ocasiones considerable, hasta ajustarlos a lo deseado. Como se puede apreciar en el mapa, en el que por sencillez he recogido tan sólo la parte que representa a Europa, el galimatías fue notable, y sólo hay que ver los sesgos que describen las líneas rojas, correspondientes a los límites reales de cambio de hora, comparándolas con los límites teóricos, que serían las líneas discontinuas de color negro intermedias entre el meridiano de Greenwich y los sucesivos intervalos de quince grados -las líneas verticales azules- que marcan el centro de los husos horarios, para llegar a la conclusión de que realmente se le echó mucha imaginación al tema.

Estudiemos con detenimiento el mapa. Como es fácil de comprobar, prácticamente toda Europa occidental, junto con parte de Rusia, queda comprendida en tres husos horarios: el de Greenwich, al que podemos denominar el europeo occidental, el siguiente -en dirección este- o europeo central, y el siguiente a este último, o europeo oriental. El intervalo total abarca cuarenta y cinco grados o, si se prefiere, tres horas. El límite occidental de éste es el Atlántico, quedando fuera del mismo tan sólo las islas de Islandia, Azores, Madeira y Canarias, además lógicamente de Groenlandia, junto con la mitad de Irlanda y el extremo oeste de la Península Ibérica formado por Galicia y Portugal. Por el este el límite viene a coincidir de forma aproximada con el meridiano de Moscú, dejando fuera del que hemos denominado huso horario europeo oriental la mayor parte de Rusia, junto con una pequeña porción del territorio más oriental de Ucrania y aproximadamente un tercio del de Turquía.

En resumen, para incluir a la totalidad de Europa en estos tres husos horarios tan sólo fue preciso, en un principio, hacer pequeñas rectificaciones en el caso de Irlanda, la Península Ibérica y los archipiélagos de Madeira y Canarias, y no tan pequeñas en Islandia -a la que se le desplazó una hora para darle la europea occidental- y en las Azores, a las que asimismo se les desplazó un huso horario para dejarlas en el posterior al europeo occidental -o el portugués continental- en lugar de los dos que geográficamente les hubieran correspondido. Por el otro extremo, es decir, por el este, la solución se presentó más compleja, sobre todo teniendo en cuenta las drásticas modificaciones fronterizas que tuvieron lugar en varias ocasiones durante el poco más de un siglo transcurrido entre la conferencia de Washington de 1884 y la desintegración de la Unión Soviética en 1991, aunque hasta esta última fecha todos los territorios pertenecientes al antiguo imperio ruso y a la posterior URSS mantuvieron, por lo general, la hora oficial de Moscú, ajustada al huso horario lindante por el este con el europeo oriental.

Claro está que, si bien la inclusión de toda Europa en el intervalo determinado por los tres husos no planteó demasiados problemas, no ocurrió lo mismo con la subdivisión interna entre ellos, mucho más compleja. Estudiémoslos uno por uno fijándonos en el mapa, en el cual cada color corresponde a la hora oficial -no necesariamente a su huso horario real- de cada país: amarillo para el europeo occidental, verde para el europeo central, caqui para el europeo oriental y amarillo para el ruso occidental.

La divisoria entre los husos occidental y central, de haberse aplicado de forma estricta, hubiera partido la “nariz” de la península escandinava en territorio noruego, para dejar posteriormente a su izquierda el Benelux y prácticamente toda Francia, junto con la Renania alemana. Por último, tras cortar a Suiza, hubiera coincidido de forma bastante aproximada con la frontera franco-italiana. En resumen, los países pertenecientes al huso horario occidental serían, además del ya citado añadido de Islandia y las pequeñas correcciones atlánticas, Gran Bretaña, Irlanda, España, Portugal, Francia -excepto Córcega-, Holanda Bélgica y Luxemburgo, concediendo lógicamente que las porciones cortadas a Noruega, Alemania y Suiza pasaran al huso central y Córcega al occidental.

En cuanto a la otra divisoria, la que separa los husos central y oriental, comienza coincidiendo casi con la frontera entre Suecia y Finlandia, cortando el extremo norte de Noruega. Tras cruzar el Báltico corta las regiones occidentales de Letonia y Lituania -Estonia queda en su totalidad en el huso oriental, y el enclave ruso de Kaliningrado en el central- y de nuevo se ajusta de forma aproximada a otra frontera, en este caso la que separa a Polonia de Bielorrusia y Ucrania. Separa posteriormente a Transilvania del resto de Rumanía y vuelve a coincidir de nuevo con una frontera, la de Bulgaria con los estados surgidos de la descomposición de Yugoslavia. Por último, parte en dos a Grecia separando la parte occidental del país de la oriental de Tracia, al igual que lo hace con el Ática, Creta y las islas del Egeo.

De nuevo era preciso hacer algunos ajustes en los países que quedaban cortados por esta divisoria, por lo que la lógica indicaba que en el huso central deberían quedar integrados Noruega, Suecia, Dinamarca, Alemania, Polonia, la República Checa, Eslovaquia, Austria, Suiza, Hungría, Italia, todos los antiguos integrantes de la extinta Yugoslavia, Albania y Malta.

Por último, ¿qué ocurre con los países pertenecientes al huso oriental? Aparte de los ya existentes con anterioridad a la desintegración de la URSS, Finlandia al norte y Rumanía, Bulgaria, Grecia y Turquía al sur, que ya pertenecían a éste, todos los nuevos estados que surgieron a consecuencia de la misma, Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania y Moldavia, cambiaron del antiguo horario ruso occidental al europeo oriental, retrasándolo en una hora. La única excepción fue la de la propia Rusia, que no sólo mantuvo el suyo -en lo que a la Rusia europea respecta- sino que, en 2011, lo adelantó haciéndolo coincidir con el de la región de los Urales, por lo que la diferencia actual entre Rusia y sus vecinos occidentales es de dos horas. Curiosamente el pequeño enclave ruso de Kaliningrado, situado en el Báltico entre Polonia y Lituania, fue el único que mantuvo su hora oficial anterior, por lo que ésta tiene un retraso de dos horas con la de Moscú, una de adelanto respecto a sus vecinos orientales de Lituania y Bielorrusia -¡pese a estar más al oeste!- y nada menos que dos de adelanto frente a sus también vecinos polacos. Cosas de la política...




Mapamundi de Stefano Maggiolo


El resultado de todos estos fregados queda reflejado en el mapamundi diseñado por el matemático italiano Stefano Maggiolo, en el cual se pueden apreciar el desfase existentes en cada país entre la hora oficial y la solar; conforme a la escala de colores empleada, el blanco indicaría una concordancia entre ambos valores, mientras el verde corresponde a un retraso de la hora oficial frente a la solar -o un adelanto de la solar sobre la oficial- y el rojo justo a la situación contraria, con un color tanto más intenso cuanto mayor sea la diferencia entre ellas. Como puede comprobarse para buena parte de las regiones del planeta la chapuza es notoria y, aunque España no es de los casos más extremos a nivel mundial, sí presenta una de las mayores discrepancias a nivel europeo.




Ampliación de la zona correspondiente a Europa del mapamundi de Stefano Maggiolo


En lo que respecta a Europa, podría pensarse que, pese a todo, el reparto expuesto anteriormente resultaría razonablemente aceptable. Sin embargo, basta con observar el mapa de nuestro continente para descubrir dos notables excepciones, las de Francia y España, junto con las de los tres países del Benelux; pese a pertenecer todos ellos al huso occidental, tienen su hora oficial ajustada al centroeuropeo, es decir, con una hora de adelanto respecto a la que les correspondería por la geografía.

En el caso de Francia y el Benelux ignoro los motivos que justifican su permanencia en el huso horario “equivocado”, aunque supongo que debieron deberse a que, por la razón que fuera, se estimó más conveniente utilizar la hora central europea que la más excéntrica -para ellos- inglesa. En cualquier caso sus territorios se encuentran cercanos al límite y, salvo Francia, se trata de países pequeños. Hagamos algunas cuentas: La hora local de París adelanta en 9 minutos a la de Greenwich, Estrasburgo lo hace en media hora y Brest, la ciudad francesa más occidental, se retrasa 18 minutos, apenas un poco más que Madrid, al tiempo que en los países del Benelux las diferencias son similares o menores que las de las regiones orientales de Francia. Puede entenderse, pues, que estos países optaran por la hora oficial centroeuropea en vez de la occidental, dado que se encuentran medio huso horario más cerca de ella que España.

Pero en nuestro país la situación es diametralmente distinta. Para empezar estamos mucho más desplazados -una media hora- hacia el oeste en el huso horario occidental, e incluso Galicia, como ya quedó comentado, llega a sobrepasarlo. Además España es un país lo suficientemente grande como para que las diferencias horarias -horas locales, se entiende- entre sus distintas poblaciones sean asimismo notables.




Mapa de la Península Ibérica en el que se han resaltado (líneas discontinuas rojas) el meridiano 0º, o de Greenwich (derecha)
y el meridiano 7,5º Oeste (izquierda). El primero marca la línea media del huso horario y el segundo su límite occidental.
Ilustración original tomada de la Wikipedia


Si tomamos Gerona (2º 49’ Este) y Vigo (8º 43’ Oeste) como referencia, por ser las dos ciudades situadas respectivamente más al este y al oeste de la España peninsular, nos encontramos con que la hora solar de Gerona está 12 minutos adelantada con respecto a la del meridiano de Greenwich, es decir, algo menos de un cuarto del huso horario o de la mitad del semihuso horario oriental. Por su parte Vigo está retrasada 34 minutos -excede, pues, en cuatro minutos el límite occidental del huso-, lo que quiere decir que la diferencia horaria solar entre ambos extremos de la península es de 46 minutos, las tres cuartas partes del huso horario pero, a diferencia de Francia, que tiene una extensión similar, desplazadas hacia la sección occidental del mismo, en vez de hacia la oriental como ocurre con el país vecino.

Tomando como referencia el meridiano de Madrid (3º 41’ Oeste), que viene a coincidir grosso modo con la media peninsular, veremos que tiene un retraso de 14 minutos con respecto a Greenwich, lo que sitúa a la capital española en la mitad de semihuso occidental. De hecho, a oriente del meridiano de Greenwich, que atraviesa España de norte a sur pasando entre Huesca y Lérida para, tras cruzar sobre Castellón, pasar rozando el cabo de la Nao en el extremo oriental de la provincia de Alicante, tan sólo quedan toda Cataluña, parte de la provincia de Huesca junto con pequeñas porciones de las de Zaragoza y Teruel, y algo menos de la mitad de la de Castellón, además de las islas Baleares.

A la vista de lo comentado, parecería lógico pensar que España tuviera la misma hora que Gran Bretaña, Irlanda Portugal y Marruecos, nuestros vecinos septentrionales, occidental y meridional respectivamente, es decir, una menos que la Europa central desde Francia hasta Polonia, ambas incluidas. De ser así el desfase sería mínimo con el solar, concretamente el ya citado de doce minutos en Gerona -algo más en Menorca- y la poco más de media hora de las ciudades gallegas. Incluso las Canarias, cuyo grupo principal de islas, excepto Fuerteventura y Lanzarote, queda más allá del límite del huso horario europeo occidental, podrían quedar encuadradas sin demasiados problemas en esta hora oficial compartiéndola con la península, algo que como es sabido no ocurre actualmente.

Ésta no es una mera opinión mía: cualquiera que haya viajado a alguno de estos cuatro países -yo he estado en todos ellos- habrá podido constatar que allí la hora oficial se ajusta mucho mejor a la solar que en España, lo cual redunda en una mayor comodidad -el tema de los biorritmos no es ningún cuento- a la par que evita tener que forzar nuestros hábitos obligándonos a llevar unos horarios -como los de las comidas- sin parangón en todo nuestro entorno... aunque si los comparásemos con los de nuestros vecinos no en base a las respectivas horas oficiales, sino a las solares, estas diferencias se verían reducidas en gran parte. Blanco y en botella...

Llegamos ahora a la pregunta del millón. ¿Por qué razón, contra toda lógica, España no tiene la hora oficial que geográficamente le corresponde -la europea occidental- sino la europea central, lo que le conduce al absurdo de compartir hora con Polonia y tener que retrasar el reloj cuando viajamos a Gran Bretaña o Portugal?

Bien, lo cierto es que en un principio fue así desde que España se adhirió al nuevo sistema de husos horarios mediante un Real Decreto de fecha 26 de julio de 1900 publicado en la Gaceta de Madrid dos días más tarde, el cual entró en vigor el 1 de enero de 1901. A partir de ese momento se reemplazaron las horas locales -aunque los horarios de ferrocarriles ya se regían por el meridiano del Observatorio de Madrid- por la correspondiente al huso horario de Greenwich, que era la que mejor se ajustaba a nuestra ubicación geográfica. Por su interés histórico, reproduzco los primeros párrafos de la presentación del Real Decreto:


El desarrollo continuo y feliz de las líneas férreas y de navegación, creando rápida facilidad en las comunicaciones y la casi supresión del tiempo en las efectuadas por corrientes eléctricas, de tal modo han reducido las distancias aproximando los momentos de ejecución de gran número de hechos, que han llegado a exigir una variación radical en el modo de contar el tiempo, unificando todo lo posible las diferencias originadas por las posiciones geográficas de los diversos puntos de la Tierra.

A la necesidad de sustituir las horas locales por otras correspondientes al meridiano del punto más importante de la región, atendieron preferentemente las empresas ferroviarias, haciendo desaparecer la diversidad de horas correspondientes a los diversos puntos de cada itinerario; y en muchas naciones, y por iniciativas que marcan progreso en la vida de los pueblos, llegó a sustituir la hora local y regional por otra que, al afectar a todo el territorio de cada, país, se llamó propiamente hora nacional.

Su imposición, alterando la verdad astronómica en cantidad variable, según los meridianos inicial y del punto de observación, fue aceptada con aplauso en todos los pueblos, y la dificultad creada por tener al lado de la hora natural la hora única consignada en las guías e itinerarios de los ferrocarriles de cada nación, fue superada en la conciencia pública por las ventajas que reporta la unidad y seguridad, regulando la marcha de los trenes y la salida y llegada de los mismos sin correcciones de tiempo para cada punto, y efectuando únicamente cambio de hora al paso de las fronteras, según los meridianos iniciales en cada una de las naciones.


Sigue una larga exposición sobre las razones que justificaban el cambio, haciendo hincapié en que España era, junto con Francia, Portugal, Rusia y Grecia, los únicos países europeos que todavía no se habían adherido al sistema de husos horarios. Minimizaba también los trastornos originados por el cambio, compensados sobradamente por los beneficios del nuevo sistema horario:


La implantación de este sistema en España aceptando el tiempo de la Europa occidental o del meridiano de Greenwich en sustitución de la hora de Madrid y de las horas locales de las diversas provincias de España, llevará a las poblaciones mas importantes de la península a avanzar o retrasar sus horas locales en cantidades diversas, dependientes de su posición a un lado u otro del meridiano de Madrid; pero siempre en cantidades que, para el mayor número de las provincias, no han de exceder de la diferencia actual, y para otras, como las provincias más occidentales de la península, no alcanzará tampoco un valor igual al que establece como diferencia entre diversos puntos de la propia Inglaterra.


Esta situación se mantuvo hasta el 16 de marzo de 1940 cuando España, sometida a la dictadura franquista, acababa de salir de la Guerra Civil y en Europa los nazis se enseñoreaban de buena parte de su territorio. Fue entonces cuando la hora oficial de nuestro país saltó del huso occidental europeo al central, tal como se mantiene hasta ahora, siendo éste el texto de la Orden de fecha 7 de marzo de ese año, publicada el día siguiente en el Boletín Oficial del Estado, donde el adelanto horario, que tendría lugar oficialmente nueve días más tarde, se justificaba de la siguiente manera:


Considerando la conveniencia de que el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos, y las ventajas de diversos órdenes que el adelanto temporal de la hora trae consigo, dispongo:

Artículo 1º. El sábado 16 de marzo, a las veintitrés horas, será adelantada la hora legal en sesenta minutos.

Artículo 2º. El servicio de ferrocarriles se ajustará en lo relacionado con el adelanto de la hora, a las reglas establecidas en la Real Orden de 5 de abril de 1918.

Artículo 3º. En la Administración de Justicia se tendrá presente lo dispuesto en la Real Orden de 11 de abril de 1918, para evitar que el tránsito de uno a otro horario pueda causar perturbaciones en dicho servicio.

Artículo 4º. La aplicación a la industria y al trabajo del nuevo horario oficial no ha de dar lugar al menor aumento en la duración total de la jornada legal.

Artículo 5º. Oportunamente se señalará la fecha en que haya de restablecerse la hora normal.


Firma la orden, por delegación, el subsecretario Valentín Galarza.

Y eso es todo. Lo primero que llama la atención es la diferencia existente entre un Real Decreto, aprobado por el Consejo de Ministros y sancionado por la Jefatura del Estado, y una Orden Ministerial, de rango legislativo netamente inferior. Así, el Real Decreto de 1918 estaba firmado por el presidente del Consejo de Ministros Francisco Silvela y sancionado por la reina regente María Cristina; por el contrario, la Orden de 1940 ni siquiera lo fue por un ministro sino por Valentín Galarza Morante, subsecretario de la Presidencia de Gobierno. Este cargo dependía directamente de Franco, lo que induce a pensar que se trató de una iniciativa personal del dictador con el consiguiente plus de arbitrariedad.

Por si fuera poco, en contraste con el Real Decreto de 1918 en la Orden de 1940, redactada en el mejor estilo cuartelero, no se da ningún tipo de explicación razonada sobre la necesidad del cambio, y las únicas razones que se alegan para el adelanto son la “conveniencia de que marche de acuerdo con los de otros países europeos” y “las ventajas de diversos órdenes que el adelanto temporal de la hora trae consigo”, las cuales por cierto no se molesta en enumerar. En cuanto a “los otros países europeos” está meridianamente claro a cuales se refiere: la Alemania nazi y la Italia fascista, amigas del régimen franquista y en esos momentos triunfantes en la II Guerra Mundial.

Si a ello sumamos -aunque nada de eso se dice en la Orden- que el cambio horario suponía marcar distancias con Gran Bretaña, todo queda dicho. Así pues, según todos los indicios se trató única y exclusivamente de una iniciativa fruto de móviles políticos muy concretos, sin que en realidad hubiera nada que justificara sus inexistentes ventajas sino que, por el contrario, tan sólo creaba incomodidades e inconvenientes al provocar un enorme desfase entre la hora local de cualquier punto de España y la nueva hora oficial franquista.

Conviene añadir que los nazis impusieron la hora oficial alemana en todos los países que ocuparon, lo cual resalta todavía más las motivaciones reales de la iniciativa franquista. Al terminar el conflicto algunos países como Francia la mantuvieron, y en años posteriores algunos ensayos por implantarla realizados en Irlanda, Gran Bretaña y Portugal no pasaron de ser efímeros intentos rápidamente revocados.

Como anécdota, cabe reseñar que en las islas Canarias no se implantó el horario oficial correspondiente a una hora menos de la peninsular -la de Greenwich entonces- hasta 1922, debido a un olvido del Real Decreto de 1900; y aparentmente fueron olvidadas de nuevo en 1940, ya que no fue hasta 1946 cuando adelantaron a su vez su hora oficial haciéndola coincidir con la de Greenwich. Por esta razón, durante seis años la diferencia horaria entre el archipiélago y la península fue de dos horas en lugar de una.

En cualquier caso, para mí la conclusión es sencilla: no resulta nada lógico tener una hora oficial tan desfasada, y si a ello le sumamos el absurdo y molesto adelanto horario veraniego1 la situación resulta ser todavía peor. Teniendo en cuenta además, en lo que a los españoles nos atañe, que la primera iniciativa surgió de un dictador deseoso de compartirla con sus amigos nazis y fascistas, y que la segunda, pese a contar con pedigrí democrático, no está justificada científicamente en modo alguno, la conclusión es sencilla: ¿Por qué no dejan de una puñetera vez de obligarnos a ir a contrapelo del Sol?

Lo cierto es que no se trata en modo alguno de un caso único. Para que se vea hasta que punto las manipulaciones políticas suelen imponerse al sentido común y a los intereses generales de la sociedad, incluso en los casos más absurdos, basta con recordar lo que ocurrió con la reforma gregoriana del calendario, que tuvo lugar en 1582; pese a lo justificado de la misma, sólo fue aplicada de forma inmediata en los países católicos, ya que al haber sido promovida por un papa tanto los protestantes como los ortodoxos se tomaron su tiempo en aceptarla; hasta 1700 no se implantó en la Alemania protestante, en Inglaterra no se hizo hasta 1752 y en Rusia tuvo que esperar hasta la revolución de 1917, por no hablar ya de otras culturas: en Japón en 1873 y en Turquía en 1926. De ahí lo acertado del mordaz comentario de Voltaire cuando afirmaba que “Los necios prefieren estar en desacuerdo con el Sol antes de estar de acuerdo con el Papa”.

Pero no hace falta remontarse tanto en el tiempo: ahora mismo, dentro de la crisis provocada por la secesión de Crimea y su anexión a Rusia, he leído que una de las primeras medidas adoptadas por sus nuevas autoridades ha sido la de cambiar la hora oficial de la península, que ha pasado de ser la ucraniana a la rusa. Basta con ver el plano para comprobar, prescindiendo de todo tipo de consideraciones políticas, lo forzado de la decisión... pero así están las cosas.




Estrambote


En septiembre de 2013 me sorprendió la noticia de que, en una de las escasísimas iniciativas útiles que suelen tener nuestros políticos, una subcomisión parlamentaria del Congreso había encargado a un grupo de expertos un estudio sobre la racionalización de horarios, cuyo cambio más llamativo sería la vuelta de la hora oficial de España a la correspondiente al meridiano de Greenwich. Conforme a las conclusiones del informe, el Congreso acordó proponer al Gobierno el retraso de una hora, aunque no de forma inmediata sino supeditándolo a “cuando la situación económica lo permita”, fórmula que suele ser de uso común entre los políticos cuando quieren aplazar algo hasta que las ranas críen pelo o, diciéndolo en plan elegante, ad calendas graecas. Y, aunque el ministro de Economía prometió que “su departamento lo estudiaría”, visto lo poco de fiar que son los miembros del actual Gobierno a la hora de prometer cualquier cosa, a saber en qué podrá quedar finalmente el asunto. De momento, seis meses después y en vísperas del próximo adelanto veraniego, todavía no han dicho ni mu... ni existen indicios de que lo vayan a decir en fechas próximas.

Por supuesto a los partidos de izquierda, o lo que sean a estas alturas, les faltó el tiempo para mostrar su desacuerdo -aunque no llegaron a atreverse a votar en contra, conformándose con la abstención- con argumentos tan peregrinos como los del PSOE, cuyo portavoz afirmó que “un cambio horario sería una medida muy llamativa, pero que no influiría en la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos en un momento en el que el Gobierno aprueba recortes sociales como los que afectan a la dependencia y toma medidas, como la reforma laboral, perniciosas para la conciliación”. Ahí es nada, como si la velocidad tuviera algo que ver con el tocino. Tampoco se quedó manca Izquierda Unida, que mareó a su vez la perdiz con parrafadas tales como que “las recomendaciones del Congreso van por un lado contrario a la realidad, ya que hoy los ciudadanos tienen unos horarios insoportables e incompatibles con la vida laboral”... y se quedaron tan anchos. Eso sí, se dio la irónica paradoja de que tanto los unos como los otros acabaron apoyando implícitamente, pese a su patente arbitrariedad, a la añosa imposición franquista... pintoresca manera, dicho sea de paso, de llevar a la práctica la tan cacareada memoria histórica.

Sin embargo, y a pesar de todo y en especial de nuestros políticos, algo se mueve o cuanto menos aparenta moverse, lo cual no deja de ser un avance significativo después de casi tres cuartos de siglo durante los cuales ni tan siquiera los más acérrimos defensores de la desmemoria histórica -eso y no otra cosa es en realidad cualquier empeño en borrar episodios de nuestro pasado, por muy desagradables que éstos pudieran resultar- llegaron a plantearse, posiblemente por ignorancia, que el adelanto horario de 1940 se debió únicamente a un capricho de Franco para halagar a sus colegas Hitler y Mussolini. Esperemos, eso sí, que no haya que esperar otros setenta y tantos años para que arreglen el estropicio. En cualquier caso, todavía más molesto me parece, máxime cuando es albarda sobre albarda, el dichoso adelanto veraniego, manía absurda que nos vemos obligados a padecer todos los años a nivel de toda la Unión Europea... pero ésta es, por desgracia, otra historia a la que no se le ve una fácil solución.




1 Mi opinión sobre el tema del horario de verano está expuesta en el artículo titulado El dichoso cambio de hora.


Publicado el 24-4-2011
Actualizado el 29-12-2020