Humor de pizarra





Fotografía del libro Celtiberia Show, de Luis Carandell,
publicada en laantiguabiblos.blogspot.com



Desde hace algún tiempo he venido recopilando los comentarios humorísticos, por lo general agudos, que veía escritos casi siempre, aunque no en todos los casos, en las modestas pizarras en las que los establecimientos de hostelería acostumbran a anunciar sus productos, trocándolas en ocasiones en pequeñas y efímeras muestras del humor hispano. En un principio los recogí por separado en la sección hermana La madre del cordero, pero acabé pensando que, dada su afinidad, resultaría más acertado agruparlos en un único artículo albergado aquí, dado que se trata de humor ajeno y mi única contribución a él ha sido la de recopilarlo.

Aunque en sentido estricto el orden resultaba indiferente, he optado por organizarlos cronológicamente según las fechas en las que escribí los artículos originales, mientras que de aquí en adelante, cuando me encuentre con una nueva contribución, los iré incluyendo a continuación. Veamos, pues, hasta donde llega el ingenio vertido en estos humildes soportes.




Una sonrisa gratuita



Con la que está cayendo, y con los que nos están cayendo -léase fauna política, empresarial, bancaria y similares-, este detalle con el que me encontré, en mayo de 2013, en una terraza situada en las inmediaciones de la catedral sevillana me hizo esbozar una sonrisa que deseo compartir con ustedes. Escrita en una de las pizarras que los establecimientos hosteleros suelen utilizar para informar de sus menús y especialidades, me llamó la atención tanto por su mensaje optimista como por el detalle, muy andaluz, del precio: cero euros.




Cuestión de estadística



En abril de 2015 tomé esta fotografía en la terraza de un bar de Cartagena y, como se puede comprobar leyendo el texto escrito en la pizarra, la lógica del argumento no puede ser más contundente, sobre todo para aquellos que, como yo, identifican al ejercicio físico con un castigo divino.

Evidentemente habrá quien diga que tal comparación no es adecuada, y supongo que razones no le faltarán para justificarlo apelando a unos hábitos de vida presuntamente saludables; pero lo cierto es que, como demuestra la práctica, con unas estadísticas suficientemente cocinadas se puede justificar prácticamente lo que se quiera, tanto lo uno como justo lo contrario. Ya lo dijo Winston Churchill, que de esto entendía bastante, cuando afirmó que no confiaba en ninguna estadística que él mismo no hubiera manipulado; mientras Mark Twain, que tampoco era manco, fue todavía más explícito al afirmar que había tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas.

Y si no se lo creen, echen un vistazo a las justificaciones que dan todos los partidos políticos tras unas elecciones en las que, aparentemente, ninguno de ellos ha perdido: quien no ha conseguido más escaños, ha aumentado más sus votos, ha perdido menos votos, ha mejorado más su porcentaje, ha reducido distancias con su principal competidor, ha... en resumen, aparentemente hay premios de consolación para todos al estilo de esos concursos infantiles en los que se les entrega una medallita de plástico a todos los niños para que ninguno se quede frustrado.

Así pues, y dado que las estadísticas son capaces de decirte justo aquello que deseas oír, prefiero dar por buenos los argumentos reflejados en la pizarra, dado que siempre me resultará infinitamente más agradable tomarme unas cañitas con sus correspondientes aperitivos, que realizar prácticas masoquistas en un gimnasio.

¿O no?




Chateando, que es gerundio



A veces, como dice el refrán, los árboles acaban impidiéndonos ver el bosque, y esto es lo que ocurre, entre otras muchas cosas, con la estúpida manía de incorporar barbarismos gratuitos e innecesarios a nuestro idioma, normalmente copiados del inglés porque eso, al parecer, mola mucho. Conste que no estoy criticando las lógicas -e inevitables- influencias entre los distintos idiomas que, muy al contrario de llamar outlets a los saldos, low cost a los precios baratos o loser a un fracasado, siempre los han enriquecido haciéndoles evolucionar, algo evidente teniendo en cuenta que, aunque el español procede del latín, evidentemente no hablamos el mismo idioma que Cicerón.

Por otro lado, está el tema también hartamente denunciado del autismo social que están provocando las dichosas redes sociales, a cuya intervención en ellas se le ha bautizado con el chirriante barbarismo de chatear, tomado directamente del inglés pese a que sería perfectamente traducible por charlar; sin tener en cuenta además -y aquí tanto me da el término inglés como el español- que en esos dichosos chats en realidad no se charla, sino que se escribe, y que por supuesto no hay en ellos nada parecido a una verdadera conversación.

Así pues, supone una bocanada de aire fresco encontrarnos con iniciativas como la de la fotografía que encontré en febrero de 2016, correspondiente a la pizarra que colgaron en un bar de Valladolid, donde como no podía ser de otra manera, dada la merecida fama que tiene la ciudad del Pisuerga de hablarse en ella un correcto español, decidieron llamar a las cosas por su nombre. Y yo, faltaría más, les aplaudo.




Wifimanía



La tecnología, huelga decirlo, ha permitido que nuestro nivel de vida se haya incrementado hasta niveles insospechados hasta hace no demasiado tiempo, de modo que lo que cualquiera de nosotros consideramos hoy como normal les habría parecido un lujo asiático -e incluso ni siquiera eso- a los más acomodados del planeta en tiempos aún no demasiado lejanos. Y dentro de los avances tecnológicos brilla con luz propia la informática, cuyo progreso ha sido espectacular por más que ahora nos parezca normal el uso cotidiano de cosas tales como internet, los ordenadores o la telefonía móvil, ninguna de las cuales existía, o existía de forma todavía embrionaria, cuando muchos de sus actuales beneficiarios teníamos ya uso de razón.

Pero la tecnología, como cualquier otra cosa, tiene su doble filo, de modo que un abuso o un mal uso de cualquiera de estos utensilios puede acabar acarreando más inconvenientes que beneficios, sobre todo cuando sus usuarios no saben ponerla coto convirtiéndola en una adicción. Esto es precisamente lo que ya está siendo denunciado por los expertos, la obnubilación, émula en ocasiones de un comportamiento zombi, en la que van sumidos, atentos tan sólo a la pantallita de su chisme, muchos usuarios de los teléfonos móviles que, pese a que a estas alturas tienen ya poco de teléfonos propiamente dichos, siguen contando con una notable capacidad para incordiar en los transportes públicos. Pero ésta es ya otra historia.

Volviendo a nuestro tema, y aunque es mucho lo que se podría hablar sobre éste, prefiero limitarme a reproducir el irónico mensaje que aparece en el azulejo que ilustra este comentario, que en su socarronería tiene más razón que un santo. Desconozco de donde procede ya que se trata de un fotografía que encontré en septiembre de 2016 en internet, pero supongo que estará tomada en un bar o un establecimiento similar. Y, aunque no se trate de una pizarra escrita, merece por derecho propio ser recogida aquí.

En cualquier caso, sobran los comentarios.




Sinceridad ante todo



En este país nuestro, cada vez más triste y enfurruñado y en el que tanto trabajo cuesta arrancar una sonrisa, resulta agradable descubrir de vez en cuando chispas de buen humor incluso en lugares tan modestos como las tradicionales pizarras en las que los dueños de los bares acostumbran a anunciar sus ofertas.

A las que ya tenía recogidas se sumó esta otra en octubre de 2017, la cual encontré colgada en la fachada de un bar de barrio de mi ciudad natal, Alcalá de Henares, aunque podría haber sido en cualquier otro lugar de España.

En cualquier caso de su lectura cabe suponer que, al igual que tantos y tantos pequeños empresarios españoles, al dueño de este bar le vendría bien disponer de una mayor clientela; pero lejos de lamentarse, o de echar la culpa -con bastante razón- a los políticos que nos (des)gobiernan, optó por ponerle al mal tiempo buena cara invitándonos con ingenio y simpatía a visitar su bar.




Y todos contentos



Mi colección de pizarras de bares se incrementó en mayo de 2018 con esta fotografía tomada en un bar de barrio de Madrid situado justo al lado de un supermercado. Como se puede comprobar sus dueños, con un humor socarrón pero también con un sentido de la oportunidad bastante notable, tuvieron en cuenta el hecho conocido de que a muchos varones les desagrada acompañar a sus cónyuges a la compra, una tarea que suelen desempeñar a regañadientes. Así pues, era probable que éstos no le hicieran ascos a esperarlas en el bar de al lado tomándose una cerveza mientras ellas bregaban con la compra cotidiana.

Pero como suele quedar bastante feo -además de decididamente machista- eso de “te espero en el bar mientras tú compras”, nada mejor que cambiar la estrategia presentando la momentánea separación como algo similar a lo que ya se hace con los niños pequeños para que se entretengan y no den la murga -menudean los establecimientos que cuentan con un pequeño parque infantil- e incluso con las mascotas, a las cuales hay que dejar aparcadas en la puerta de muchas tiendas.

Desconozco si la iniciativa tuvo éxito, más dados los tiempos neoinquisitoriales que corren. Para mí no se trata en modo alguno de un resabio machista -o micromachista, que ya es hilar fino-, sino tan sólo de un original y divertido reclamo publicitario que, lo reconozco, me hizo bastante gracia; pero pudiera ser que algún talibán o talibana -respetemos su insufrible lenguaje inclusivo- de la corrección política se rasgara las vestiduras exigiendo ¡cómo no! su inmediata censura, que ya se sabe que esta gente, además de visceral y autoritaria, suele tener menos sentido del humor que un mejillón. Espero, eso sí, que, de haber ocurrido así no les hicieran ni puñetero caso.




Una verdad como un templo



En mis andanzas por los distintos rincones de España suelo encontrar de vez en cuando frases sin el menor desperdicio escritas en las pizarras colocadas a la puerta de los bares. Éste es el caso de la que descubrí en la localidad lucense de Chantada durante mis vacaciones en agosto de 2018; y pese a no ser la primera, fue tal la rotundidad de su mensaje que me llamó poderosamente la atención.

Porque en estos tiempos de buenismo mal digerido en los que nos bombardean por todos los lados con frases tan empalagosas como huecas, y en los que llamar a las cosas por su nombre no sólo está mal visto, sino que incluso muchas veces es objeto de censura, descubrir que alguien no se muerde la lengua y se atreve a decir públicamente lo que en el fondo muchos -o cuanto menos los que disfrutan de un nivel mínimo de inteligencia- piensan, supone una bocanada de aire fresco dentro del enrarecido ambiente por el que pululan como peces por el agua una multitud de aprendices de inquisidores empeñados en censurar todo cuanto su cortedad mental tilde de reprobable.

Y yo, que a estas alturas milito bien a mi pesar en el escepticismo más profundo, no tengo por menos que aplaudir su valentía. Qué se le va a hacer, la vida es así de dura y cruel por mucho que algunos se empeñen en cerrar los ojos.




Sinceridad femenina



Los hombres siempre nos hemos quejado, no sé si con razón o sin ella, de que es muy difícil entender a las mujeres, tal como canta el Duque de Mantua en Rigoletto: “La donna è mobile qual piuma al vento, muta d’accento e di pensiero”.

Ahora bien, no todo el mundo debe de pensar igual a juzgar por la pizarra que descubrí, durante la Semana Santa de 2019, colgada en la fachada de una tienda -en esta ocasión no se trataba de un bar- de la localidad gaditana de Chipiona, donde una mano aparentemente femenina a juzgar por ese “Las mujeres no somos complicadas” negaba rotundamente que lo fueran, dando argumentos fehacientes para explicar la forma en la que los varones podríamos entenderlas con facilidad... eso sí, tirando de cartera.

Lo que desconozco es si a las feministas de manual les haría gracia; a mí sí me la hizo, y mucha.




Se habla venezolano



A veces, por desgracia no demasiado a menudo, nos encontramos con pequeñas anécdotas que nos hacen esbozar una sonrisa, algo que con la que está cayendo es ciertamente de agradecer.

Encontré este cartel, en enero de 2022, en el escaparate de un bar de Alcalá de Henares cuyo dueño, cabe suponer, procedía de este país sudamericano. Cuando lo vi me recordó la divertida fotografía que reprodujo Luis Carandell en su descacharrante Celtiberia Show, en la cual aparecía la pizarra de un bar donde se indicaba que allí se hablaba idiomas por señas.

Aquí, aunque ocurre justamente lo contrario -al día de hoy tenemos la suerte de entendernos perfectamente con los hispanohablantes del continente americano gracias a nuestro idioma común-, la sensación que me inspiró fue la misma, llamándome la atención la ingeniosidad de su autor que incluyó la advertencia de que se trataba del venezolano oriental -desconocía la existencia de esta variante- junto con la apostilla de que se cocinaba sabroso.

Lo reconozco, me alegró el día.




Declaración de intenciones



Algo más de un año después, en febrero de 2023, cacé esta pizarra también en un bar de Alcalá de Henares. Su abigarrado texto era toda una declaración de intenciones del propietario de cara a incentivar la entrada de clientes, con varias máximas jocosas tales como “No hay bar que por bien no venga”, “La edad sólo es importante si eres un queso o un vino” -mi favorita-, “La mejor red social es una mesa rodeada de tu gente de toda la vida”, “Aquí cervezas más frías que el corazón de tu ex” o “Una tarta y buena compañía te alegrarán el día”. Imposible decir más en tan corto espacio.




La verdad por delante



En esta ocasión no se trata de una pizarra sino de un cartel, pero pertenece también a un establecimiento hostelero y, con independencia del soporte, el espíritu del mensaje encaja perfectamente con el resto. La fotografía la tomé en el verano, evidentemente, de 2023, y me llamó la atención su tono sutilmente irónico que denuncia algo de lo que pocas veces somos conscientes: lo que tienen que soportar estos profesionales cuando un cliente no se comporta de la manera adecuada, que no es poco.




Continuará...

Publicado el 5-2-2023
Actualizado el 28-8-2023