Los pictogramas esotéricos
Según el diccionario de la Real Academia la semiótica, también llamada semiología, es el estudio de los signos en la vida social. Puesto que este término es bastante genérico se ha inventado el de la señalética -por ahora no está admitido por la RAE-, más específico, referido a lo que podríamos definir como el estudio y diseño de los cada vez más numerosos pictogramas con los que nos tropezamos todos los días y casi por doquier, desde los logotipos corporativos e institucionales, a los omnipresentes dibujitos que nos indican -o al menos lo pretenden- lo que debemos o no debemos hacer.
Un ejemplo clásico de este fenómeno serían las señales de tráfico, un código internacional -o casi- que indica al conductor, mediante imágenes gráficas esquemáticas, la información necesaria para el manejo de su vehículo. Y otro serían dibujos tan tradicionales como una calavera como señal de peligro, una H blanca sobre fondo azul indicando la cercanía de un hospital, un cuchillo y un tenedor como símbolo de un restaurante o un cigarro tachado recordando la prohibición de fumar.
Hasta aquí no hay nada de particular, dado que estos pictogramas eran fáciles de identificar para cualquiera y no inducían a error... al menos en nuestra cultura occidental, ya que en una ocasión me comentaron que los pictogramas existentes en el metro de Tokio resultaban ser completamente indescifrables para un europeo, debido a que los símbolos de las culturas orientales podían ser, y de hecho eran, muy diferentes de los nuestros.
Esto me hizo reflexionar sobre la conveniencia de que esos indicadores gráficos fueran no sólo fáciles de interpretar sino asimismo universales, so pena de acabar perdiendo su efectividad e, incluso, de convertirse en algo chusco. Como de momento no tenía planes de viajar a Extremo Oriente para mí no dejó de ser una anécdota curiosa, pero...
El problema surgió cuando años más tarde, y sin necesidad de moverme, salvo en vacaciones, de nuestra sufrida piel de toro, vi como comenzábamos a ser invadidos por todo tipo de pictogramas que parecían haber surgido de la imaginación más delirante, hasta el punto de que en ocasiones costaba trabajo descifrar lo que querían decir... y no creo que fuera culpa mía, ni de nadie, ya que es el autor del invento el que tiene que procurar que el mensaje llegue clarito a sus destinatarios y sin posibilidad de error. Pero como en estos tiempos que corren la originalidad -entre comillas- del diseño parece querer primar sobre la simplicidad de transmisión de la información, nos vemos condenados a padecer todo tipo de extravagancias que lo único que consiguen es desorientarnos y confundirnos incluso en algo tan prosaico -y necesario- como son los rótulos señalizadores de los servicios públicos, sobre todo en casos de urgencias repentinas.
De toda la vida estos lugares se habían indicado, bien con los términos CABALLEROS y SEÑORAS u otros equivalentes, bien mediante unos muñequitos en los cuales no era difícil identificar a un varón -con pantalones- y a una mujer -con falda-, sin que ni las feministas ni los defensores de la igualdad a ultranza se soliviantaran aparentemente por ello. Tiempo después se añadiría un tercero para indicar que ese servicio era también accesible para personas en sillas de ruedas y, aunque era un poco más complejo que los anteriores, tampoco resultaba difícil ver en él un muñequito sentado con unas ruedas debajo. Y todos felices.
Pero como con tan prosaicos dibujitos los diseñadores no podían lucirse demasiado, ni tampoco les resultaría fácil hinchar sus minutas, llegó un momento en el que comenzaron a inventarse variantes cada vez más peregrinas y, huelga decirlo, más complicadas de entender, cosa que al parecer no les importaba en demasía. Y si a ello se sumaban además unos sanitarios de diseño -surrealista, se entiende-, todo podría ser que acabaras en el sitio equivocado, tal como le solía ocurrir al humorista inglés Benny Hill, o que incluso te pasara lo que al del chiste que confundió la tuba de la orquesta con un sanitario de oro al estilo de los que dicen que usan los jeques árabes.
Y para que no crean que estoy exagerando, he recopilado algunos ejemplos de lo dicho, que ya se sabe que una imagen vale más que mil palabras. Pasen y vean.
I. Sintra. Jardines del Palacio da Pena
Comienzo la selección con esta hermosa muestra que encontré en la ciudad portuguesa de Sintra, para que no se diga que nuestros vecinos lusos no aportan también su granito de arena a esta antología del disparate iconográfico. Fijémonos en los monigotes de la fotografía, dignos merecedores de figurar en un museo de arte -con comillas- contemporáneo, tal es su grado de abstracción por no decir de incontinencia mental: el varón está representado, se supone, por un triángulo equilátero con el vértice hacia abajo, rematado por un círculo en la parte superior a modo de cabeza; la señora por un triángulo invertido respecto al anterior y otro circulito similar, y por último el dedicado a los inválidos, todavía más esotérico, reproduce algo así como un queso al que se le ha cortado la cuarta parte, acompañado por un triángulo rectángulo y el omnipresente circulito rematando la faena.
Analicemos con detenimiento los dibujitos. En el círculo blanco resulta relativamente fácil identificar la cabeza, pero en lo que respecta a lo demás me gustaría saber por qué razón un triángulo boca abajo es masculino y uno boca arriba femenino y no, pongo por caso, a la inversa... a no ser que se esté indicando que los hombres seamos anchos de hombros y estrechos de cintura -ojalá gastara yo alguna talla menos de pantalón- y las mujeres, por el contrario, de hombros estrechos y caderas anchas... lo que también se podría interpretar, ya puestos, como una insinuación a la tendencia a engordar de las féminas, sobre todo a partir de cierta edad, o a una presunta carencia de atributos pectorales. Aunque en cualquier caso hay que echarle bastante imaginación, ya que yo no conozco a ninguna persona, ni de uno ni del otro sexo, cuyo cuerpo adopte una forma siquiera aproximadamente triangular, ya sea con la parte estrecha para arriba o para abajo. Y desde luego, a más de una persona le podría desorientar tan antinatural geometría.
Volvamos al tercer pictograma, el más delirante de todos. Lo de la rueda queda relativamente claro por más que le falte un pedazo, aunque lo que no se entiende es que, en lugar de sentar al muñequito -o lo que fuera- encima de ella, se haya optado por sustituir lo que debiera ser el cuerpo del monigote por un triángulo que a lo más que me recuerda es a la vela de un barco. Lo siento, pero yo no tengo tanta imaginación.
En cualquier caso, y gracias a las internacionales siglas WC -por lo menos éstas tuvieron el detalle de mantenerlas-, pude averiguar que no indicaban, pongo por caso, la estafeta de correos, el cuartel de bomberos o el teorema de Euclides. Otra cosa fue discernir, una vez descartado el queso, ya que ese sí que no me cuadraba en absoluto ni tan siquiera aplicando criterios picassianos, si mi sitio correcto era el del triangulito para arriba o el del triangulito para abajo. Por fortuna, acerté.
II. Sevilla. Catedral
Veamos ahora esta otra hermosa muestra de la creatividad de sus diseñadores con la que tropecé nada menos que en la mismísima catedral de Sevilla; que aclarara a la gente o que la despistara es ya otra historia, sobre todo teniendo en cuenta que en esta ocasión, además, las familiares siglas orientativas brillaban por su ausencia.
Abstrayéndonos de que, según todos los indicios, pudiera ser presuntamente el cartel indicador de unos servicios públicos, incluyendo un espacio reservado para el cambio de pañales, les invito a ustedes a especular, así a bote pronto, sobre lo que les sugieren estos pintorescos pictogramas; a mí, en concreto la figura superior izquierda me recuerda poderosamente a un nadador a punto de saltar por un trampolín, y la inferior derecha a un señor plácidamente recostado en una mecedora. Aunque los dos restantes no sean quizá tan evidentes, echándole un poco de imaginación podríamos pensar en el diseño estilizado de un sifón y, para el restante, en alguien haciendo la maleta... aunque probablemente se pudieran prestar también a otras interpretaciones alternativas.
¿O no?
III. Madrid. Biblioteca pública
Como no hay dos sin tres, aquí tenemos otro ejemplo de la afición de los diseñadores por complicarnos la vida, en esta ocasión ubicada en una biblioteca pública madrileña. A mí los dos primeros monigotes me inducen a pensar en el diseño estilizado de unos enchufes, incluyendo en el caso del de la izquierda a un posible adaptador de clavijas, mientras el tercero se asemeja a esos garabatos que hacíamos de pequeños dibujando un seis y un cuatro para representar un hipotético retrato, con el añadido eso sí, a modo de tributo a la modernidad, de un llamativo aro a modo de piercing en lo que debería ser la nariz.
Es de esperar que, al menos, el texto en braille que aparece debajo de ellos sea más explícito y menos artístico, porque de no ser así no quiero ni imaginar la que podría llegar a liar involuntariamente un ciego despistado.
IV. Madrid. Centro de trabajo
Fijémonos ahora en los rótulos retro de las puertas de los servicios del edificio de un centro de trabajo -omitiré piadosamente su nombre- construido en la década de los años cincuenta del pasado siglo, ambos muy de su época como es fácil de apreciar, y en los que ya se observan los intentos de su creador por dejar su sello personal incluso en algo tan prosaico como lo que nos ocupa.
Si bien, y a diferencia de los anteriores, al menos en esta ocasión ninguno de los dos se presta a equívoco, lo cual es ya de agradecer, lo curioso del de caballeros -como se decía entonces- es que el muñequito en cuestión porta en uno de sus brazos un enigmático objeto, que le llega hasta la cintura, cuya silueta recuerda a la que mostraría el capote de un torero haciendo el paseíllo. Cierto es que la cabeza poligonal no se asemeja demasiado a la reglamentaria montera, pero no todo iba a ser perfecto. En cuanto a la señora, más convencional, responde claramente al modelo cinematográfico -americano, por supuesto- de moda entonces, incluyendo la falda de amplio vuelo y el talle de avispa. Obsérvese, por último, la peculiar conversión de brazos y piernas en algo parecido a unos palillos.
V. Castilla y León. Biblioteca pública
Volvemos a la modernidad con los rótulos minimalistas con los que topé en un lugar tan inesperado como fue la biblioteca pública de un pequeño pueblo castellano-leonés. Tal como se puede apreciar, si bien el pictograma masculino tiene poco que reseñar, no ocurre lo mismo con el femenino, donde la representación de lo que se supone pretende ser una falda asemeja más bien, si lo miramos con atención, a algo que sugiere unos rotundos michelines, de modo que el dibujito en cuestión no deja de recordar subliminalmente a las rotundas anatomías de las conocidas Venus paleolíticas. ¿Casualidad, o simple despiste del diseñador? Probablemente lo último, ya que por lo que yo sé en estos servicios públicos no hay ninguna limitación de peso.
VI. Comunidad Valenciana. Museo
En esta ocasión no se trataba de unos pequeños rótulos, sino de unos dibujos tamaño natural que ocupaban la totalidad de las respectivas puertas. Di con ellos durante la visita a un museo local en una población de la Comunidad Valenciana, y les aseguro que me costó cierto trabajo discernir cual de las dos puertas era la adecuada, algo poco conveniente si se da la incómoda circunstancia de que además llevas prisa.
Publicado el 6-9-2012
Actualizado el
13-12-2016