Menudos especialistas





De haber llevado helio en lugar de hidrógeno, el Hindenburg no se habría incendiado



Muchas veces he criticado en esta misma sección la desidia de los periodistas al no molestarse en consultar a los especialistas aquellos temas que no conocen, algo lógico sobre todo teniendo en cuenta que es imposible saber de todo. Pero en ocasiones la información atribuida a estos especialistas es tan errónea que obliga a dudar de su capacitación, a no ser, todo es posible, que su respuesta resulte mal interpretada por su interlocutor.

No parece ser éste el caso que traigo a colación aquí, dado que todo induce a pensar que se trata de errores del propio especialista, todavía más graves de ser así que si hubieran sido cometidos por el periodista, dada la condición de experto en el tema con la que era presentado.

Vayamos al grano, concretamente al artículo publicado el 3 de febrero de 2023 en El Confidencial, cuyo título era Un globo ¿espía? del siglo XIX: así funciona el obsoleto aparato chino cazado por EEUU. El primer gazapo del especialista es éste:


Los satélites de órbita geoestacionaria suelen dedicarse al espionaje y permiten tomar fotografías, pero también analizar en profundidad el terreno, como puede ser el enterramiento de fosas comunes o la temperatura del suelo.


Como acertadamente recordaron varios lectores, los satélites situados en órbita geoestacionaria no son útiles para el espionaje por dos razones: primero, porque su gran altura -unos 36.000 kilómetros- se encuentra demasiado alejada para tomar fotografías con suficiente precisión, y segundo porque como el satélite se encuentra situado en una posición fija respecto a la superficie de la Tierra, aunque gracias a la distancia cubre un amplio territorio no resulta útil para hacer barridos puesto que, de cara a un observador situado en tierra no se mueve. Estas órbitas, que además son ecuatoriales por lo cual no cubren las zonas de altas latitudes de ambos hemisferios, se utilizan para colocar en ellas satélites de comunicaciones que actúan de repetidores de las emisiones. Para otros usos como los meteorológicos o el espionaje los satélites se colocan en órbitas mucho más bajas, entre varios centenares y unos mil kilómetros de altura, que permiten hacer barridos de la superficie terrestre -las ideales son las polares- en sucesivas revoluciones aprovechando la rotación de la Tierra. Y por supuesto, cuanto menor sea la altura mayor será la resolución.

No es éste el único gazapo del experto; veamos este otro que todavía es peor, ya que comete un error garrafal en un tema básico de química, al alcance de cualquiera con un mínimo de conocimientos, al referirse al uso de los globos aerostáticos en las dos guerras mundiales:


“En la I Guerra Mundial, se subían personas y se usaban para hacer observación del campo de batalla de forma fácil. Era la única forma de volar entonces, pero también un objetivo fácil”, recuerda [he suprimido el nombre del experto], que lo contrapone al hecho de que en la II Guerra Mundial se usaran para “dificultar bombardeos de población civil. Colocaban helio en los globos, así que si pasaba algún avión cerca se incendiaba de forma fácil, porque en esa época todavía muchos eran de madera. Eso dificultaba los vuelos en picado o en cota baja”, detalla.


Para empezar, y aunque no soy ni de lejos un experto en temas de aeronáutica militar, me extraña mucho la afirmación de que en la II Guerra Mundial muchos aviones fueran todavía de madera, pero le concederé el beneficio de la duda. En lo que sí soy tajante, porque de esto sí entiendo, es en la garrafal metedura de pata de decir que colocaban globos con helio para que, cuando pasara algún avión cerca de ellos, se incendiara de forma fácil, tras lo cual se queda tan tranquilo.

Porque, como cualquier estudiante de bachiller sabe o debería saber, el helio no sólo no arde sino que es un gas completamente inerte a diferencia del hidrógeno, que pese a tener un poder ascensional muy superior al del helio es extremadamente inflamable, lo que provocó accidentes tan graves como el del dirigible Hindenburg el 6 de mayo de 1937. Pero como aquí de lo que se trataba según se deduce era de crear una barrera antiaérea, la única manera de hacerlo habría sido llenar a los globos con hidrógeno para provocar su explosión y con ella la destrucción de los aviones que se les aproximaran, ya que de reventar un globo de helio por el choque de un avión lo único que se conseguiría sería afectarlo con la onda expansiva provocada por la presión interior del globo.

Pero es que en realidad tampoco era esa su utilidad, según se explica en una fuente de tan fácil consulta como la Wikipedia. En el artículo titulado Globos de barrera leemos que su misión en ambas guerras mundiales no era la de incendiar ni la de hacer estallar a los aviones atacantes, sino entorpecer sus maniobras con una red de cables metálicos que pendían de sus amarres a tierra, impidiendo que éstos se aproximaran a sus objetivos para bombardearlos a baja altura. También añade la Wikipedia que a la larga estas medidas defensivas resultaron poco efectivas por diversas razones, desde la modificación de las técnicas de ataque de los aviones hasta la dificultad de mantener bajo control a unos globos sometidos a fluctuaciones meteorológicas imprevisibles, llegando a causar trastornos considerables cuando eran arrastrados por vientos fuertes.

En resumen, tirón de orejas al experto y solidariamente al periodista que firma el artículo, puesto que al menos debería haberse dado cuenta de que la afirmación de que el helio arde habría supuesto un suspenso fulminante en mis tiempos de estudiante de bachillerato.


Publicado el 10-2-2023