¿Tan complicado resulta?
El Merrimac de la guerra
de Cuba
Decía Baltasar Gracián que lo bueno, si breve, es dos veces bueno, mientras el lema de la RAE es Limpia, fija y da esplendor. Y si bien es cada vez más preocupante el empobrecimiento del lenguaje de la calle, tanto por reducir al mínimo el vocabulario y los tiempos verbales como por el papanatismo de utilizar modismos innecesarios procedentes de otros idiomas, principalmente del inglés, no menos chirriante resulta el fenómeno opuesto de imitar a fray Gerundio de Campazas, la genial sátira de Francisco de Isla en la que se critica la verborrea desaforada del barroco tardío que dejaba en mantillas a los excesos del culteranismo tan denostado por Quevedo.
Las razones de esta plaga de gerundismo que nos asola son varias. Por un lado la absurda y neoinquisitorial corrección política -en realidad debería decirse politizada-, empeñada en erradicar todo cuanto le suene mal sin importarle las reglas propias del español, que no son las mismas que las del inglés, ni la obviedad de que cada eufemismo que se inventan acaba convirtiéndose tarde o temprano en un nuevo término a censurar, con lo cual no se acaba nunca.
Y por otro, la manía de ciertos sectores -políticos, periodísticos, profesionales y en general los pedantes sin fronteras- por utilizar jergas innecesariamente complicadas en lugar de los términos normales que entiende todo el mundo, como el rebuscado lesiones incompatibles con la vida para referirse a una herida mortal, o el descacharrante presunto ahorcado cuando aparece un cadáver colgando sin presunción alguna por el cuello, haya sido o no por voluntad propia.
Aunque sin llegar a tanto, no menos llamativo es el retorcimiento semántico con el que tropecé en el artículo publicado en El Confidencial el 4 de mayo de 2024 con el título El almirante Cervera, un oráculo de todo lo malo que ocurriría en España tras el siglo XIX, perteneciente a una serie en la que su autor relata anécdotas históricas que resultarían interesantes y hasta divertidas si estuvieran escritas con mayor rigor, ya que en ocasiones el desenfado de su redacción las lastra inexorablemente.
En esta ocasión el artículo está razonablemente bien, lo que no le libra de la siguiente perla al relatar como un buque de guerra norteamericano rescató a un marino español que se encontraba herido e incapacitado a bordo de un barco a la deriva:
Había observado el marino norteamericano que, en cubierta, un oficial herido y sin mecánica motriz en las piernas, con un torniquete de fortuna, se estaba liando un buen cigarro de picadura en flagrante desafío a la tormenta de metralla que estaba cayendo.
Sin mecánica motriz en las piernas, ahí es nada; seguro que el bueno de fray Gerundio habría palidecido de envidia ante semejante exageración, cuando se podían haber empleado frases mucho más sencillas como imposibilitado de andar, sin poder ponerse a salvo, abandonado a su suerte o simplemente inválido... aunque claro está sin tamaña carga retórica.
Y todavía más
Si bien lo anterior no puede ser calificado de gazapo sino de exageración, sí se coló uno en el artículo aunque no en el texto sino en una de las ilustraciones, lo que mueve a pensar que el responsable quizás no fuera el redactor sino el encargado de la parte gráfica. En el artículo se explica que para bloquear la entrada al puerto de Santiago de Cuba, en el que se habían refugiado los barcos españoles, los norteamericanos intentaron hundir un cañonero de nombre Merrimac, aunque según la Wikipedia en realidad no lo consiguieron ya que antes de llegar a su destino fue víctima de la artillería española. Pero éste es un detalle secundario, aunque sí es necesario añadir que había sido botado en 1894 -era pues moderno- y adquirido por la Armada norteamericana meses antes de que estallara la guerra.
Y ahora va el gazapo. Quien ilustró el artículo con una fotografía de este navío no cayó en la cuenta de que en la Armada de los Estados Unidos existieron dos buques de nombres similares, pero no idénticos: el Merrimac hundido en Santiago de Cuba y el Merrimack -terminado en k-, una fragata de vapor botada en 1854 que tuvo un marcado protagonismo en la Guerra de Secesión norteamericana ya que, aprovechando su casco, los confederados construyeron el que se considera el primer buque acorazado de la historia -rebautizado como Virginia- junto con el Monitor, su rival yanqui, contra el cual combatió en la batalla de Hampton Roads, siendo destruido por su propia tripulación en 1862 para evitar que cayera en manos de sus enemigos.
¿Adivinan ustedes cuál de los dos es el que aparece? Pues el Merrimack de la Guerra de Secesión, es decir, el que no era. Y si nos fijamos en la ilustración, un grabado y no una fotografía, no hace falta ser un experto en ingeniería naval para comprobar que se trataba no de un cañonero sino de un buque mixto de vela y vapor, habituales a mediados del siglo XIX pero desaparecidos a finales de la centuria al haber quedado obsoletos. Ilustración, por cierto, tomada también de la Wikipedia pero de otro artículo.
Y es que las prisas nunca son buenas...
Publicado el 4-5-2024