Rizando el rizo antirracista



La chica es guapa, pero la verdad es que no se le parece mucho



Estoy harto de decirlo, pero lo voy a repetir una vez más. La corrección política no sólo es una majadería en sí misma aun prescindiendo de sus connotaciones censoras, sino que para más inri ni siquiera en consecuente con son propios postulados, por mucho que estén éstos pasados de rosca. Y, por supuesto, abarca a todos los ámbitos que, bajo el pretexto de una discriminación real o imaginaria, tienen la desgracia de caer bajo su punto de mira.

Uno de ellos es el de las mujeres, injustamente discriminadas -no hace falta militar en la corrección política para ser consciente de su realidad- durante siglos y aun hoy en día consideradas personas de segunda en multitud de rincones del planeta e incluso por muchos, por fortuna cada vez menos, en los propios países desarrollados. Por supuesto es de justicia luchar contra esa discriminación empeñada no sólo en marginar, sino también en desaprovechar, a la mitad de la población del planeta, pero una cosa es hacerla con sensatez y otra muy distinta con el postureo vacío e hipócrita de quienes han secuestrado el adjetivo progresista para aprovecharlo, mediante retorcimiento, en beneficio propio.

Así, nos encontramos con que la historia ha sido muy injusta con ellas, y si bien es legítimo y justo rescatar la memoria de todas aquéllas que fueron discriminadas en su día, cosa muy diferente es falsificarla de forma tan estrambótica como palmariamente falsa.

Véase, si no, la noticia con la que me encontré el otro día en la prensa. Un canal de televisión británico estaba preparando una miniserie sobre los últimos meses de la vida de Ana Bolena, la desdichada segunda esposa de Enrique VIII que, como es sabido o al menos lo era cuando estaban vigentes las antiguas leyes de educación, murió decapitada por el salvaje monarca inglés. Hasta aquí todo es normal, máxime teniendo en cuenta que el cine y la televisión británicos han mostrado siempre un amor y un respeto exquisito por su historia que ya quisiéramos tener aquí, y de hecho no es la primera vez que se recrea este episodio histórico.

Lo que ya no lo es tanto, es que los productores eligieran para el papel de Ana Bolena a una actriz negra, ya que mientras no se demuestre lo contrario esta reina era bastante blanca. Huelga decir que, con independencia de los méritos de esta actriz, se trata de una aberración histórica monumental, pero lo que ya resulta surrealista es la “justificación” dada por los productores para defender su tropelía: en palabras que copio textualmente de la noticia, tuvieron la desfachatez de decir que “esta miniserie desafía todas las convenciones de lo que pensamos sobre quién era Ana Bolena y arroja una luz feminista en su historia”.

Y se quedaron tan anchos. Para empezar, intentar aplicar el feminismo moderno a una época histórica de la que nos separan varios siglos es, por definición, absurdo. Pero mezclar encima las churras con las merinas metiendo con calzador -más bien con tuneladora- su particular mensaje antirracista es una majadería de tamaña magnitud que resulta difícil imaginar otra capaz de superarla en calibre.

Pero lo más sorprendente es que, tal como he comentado al principio, estos progretas ni siquiera son coherentes en sus aberraciones. Hace poco más de un año aplaudieron hasta con las orejas que una soprano de raza blanca se negó a actuar en una representación de Aida porque, al ser este personaje de origen etíope, las exigencias del guión imponían que se aplicara a la cara un maquillaje de color negro, tal como se ha venido haciendo tradicionalmente -las sopranos de raza negra no abundaban en la historia de la ópera- desde que se estrenara esta ópera en 1872, o como se hace con Otelo desde 1887. Pero no, la buena señora se empeñó en que era racista representar a un personaje negro, o de otra raza, con actores o actrices blancos con la cara convenientemente embadurnada.

Así pues, aplicando idéntico criterio, ¿no resulta igualmente racista otorgar el papel de un personaje blanco -e histórico además, para más inri- a una persona negra que, con independencia de su valía profesional, que no cuestiono, canta por soleares que no da el tipo? Porque, a diferencia de las óperas citadas, por si fuera poco ni siquiera se molestaron en maquillarla de blanca.

Si esto no es la decadencia de occidente, que venga Spengler y lo vea.


Publicado el 18-12-2020