Las ardillas desagradecidas
El famoso puente de las
ardillas de La Haya. Fotografía tomada de Google Maps
La noticia, por una vez y sin que sirva de precedente, no proviene de España, por más que pudiera haber surgido de la mente calenturienta de alguno de tantos alcaldes que, en la época de las vacas gordas, se dedicaron a llenar el territorio nacional de objetos inútiles, vacuos, en muchas ocasiones horrorosos y, por supuesto, enormemente caros, para regocijo de presuntos artistas, arquitectos e ingenieros que hicieron su agosto clavando a las ingenuas -o quizá no tan ingenuas- corporaciones municipales.
Pero como en nuestra economía siguen pintando bastos y ésta parece ser la única manera de que los políticos no sigan cometiendo desmanes a costa de las arcas públicas, en esta ocasión ha tenido que ocurrir en Holanda, cuna de la progresía y el buen rollito que están llevando a la tumba a Europa a poco que nos descuidemos. Pero ésta es ya otra historia.
Centrémonos en la noticia en cuestión. En La Haya, sede del gobierno holandés, tenían dos parques separados por una autovía. Como los munícipes locales estaban al parecer muy preocupados por la problemática de las pobrecitas ardillas, que no podían pasar de uno a otro lado sin jugarse literalmente el pellejo al intentar cruzar la autovía, decidieron construirles un puente para que los animalitos pudieran realizar el tránsito sin riesgo para su vida.
Loable iniciativa, ¿verdad? Loable y cara, ya que la broma costó nada menos que 144.000 euros al erario público estatal, puesto que los pillines de los concejales lograron endosarle la factura al gobierno para que no se pudiera decir que el noble pueblo holandés no se solidarizaba con las ardillas hayenses.
Lo chusco del caso es que, desde que fuera inaugurado en 2012, ha sido utilizado -por supuesto cuenta con una cámara automática- por la friolera de cinco ardillas, es decir, poco más de una al año. Claro está que los señores concejales también tuvieron una respuesta para ello: los animalitos necesitaban acostumbrarse, por lo que habría que esperar al menos cinco años para sacar conclusiones. Teniendo en cuenta que la esperanza de vida media de estos roedores oscila entre los tres y los cinco años, cabe suponer que la mayoría de ellas estén ya difuntas en el momento en el que, según los políticos hayenses, hubieran logrado acostumbrarse. Lo que no me queda claro es si sus hijas nacerán ya acostumbradas o si, por el contrario, tendrán que esperar también a morirse para conseguirlo.
Por si fuera poco, a modo de remate concluyeron cínicamente que el puente estaba allí para proteger a las ardillas de los atropellos, incluso si éstas persistían en no utilizarlo. Y no le reventó una vena facial a ninguno de ellos, lo que demuestra que la dureza epidérmica debe de ser una constante universal en el ámbito de la política europea.
Hagamos ahora un análisis alternativo. Puesto que las ardillas viven en los árboles y están acostumbradas a ellos, parecería más lógico, incluso sin ser un experto en temas ecológicos, construirles un puente de madera con un diseño lo suficientemente rústico como para que ellas lo pudieran identificar como un árbol. De hecho, quizá habría bastado con unos troncos horizontales cruzando la autovía sujetos a su vez a sendos postes verticales, ya que como es sabido las ardillas siempre se las han apañado bastante bien sin necesidad de pasarelas dotadas de todos los sistemas conocidos de seguridad.
Eso, además, habría costado cuatro perras y podría haber sido realizado por unos simples carpinteros; pero, claro está, no habría permitido colgarse la medalla ni a los munícipes interesados en presumir de ecologismo, ni por supuesto al autor del invento, cuya identidad ignoro, que por supuesto aprovechó para poner su firma y, de paso, su cuenta bancaria.
Porque el puente, tal como se puede apreciar en la fotografía, es de diseño y en nada desmerece, salvo en la escala, de sus hermanos mayores desperdigados por todo el orbe, incluyendo también a los españoles. Sí, esos tan vanguardistas que parecen haber salido de una película de ciencia ficción, orgullo de sus alcaldes aunque costaran un ojo de la cara y parte del otro -son conocidos los perpetrados por cierto pontífice, famoso entre otras cosas porque sus presupuestos iniciales, ya de por sí elevados, no suelen pasar de ser una realidad virtual frente a los disparatados precios finales- y aunque a la hora de la verdad su pavimento sea lo más parecido a una pista de patinaje. ¿Qué querían, que encima de prestigiosos y bonitos fueran además prácticos? ¡Por Dios, qué vulgaridad!
Por supuesto el puente ardillesco no está realizado en madera -cómo se iba a lucir si no su autor- sino en metal, un material cabe suponer que bastante más extraño para las ardillas, algo que o bien nadie pensó en su momento o, si lo hizo, fue para descartarlo. Al fin y al cabo, si estos roedores son incapaces de comprender la belleza del arte contemporáneo, el problema es suyo. Y es que, después de haberles hecho un puente tan bonito, hay que ser desagradecido para no apreciarlo.
Publicado el 4-3-2016