La frivolidad al poder
Una imagen vale
más que mil palabras: antes y después de que Kim Kardashian
pasara por el vestido
Kim Kardashian es una socialité e influencer, que dirían los exquisitos -en castizo una reina del petardeo- que, tras habérselo montado francamente bien sin dar palo al agua en su vida, lleva tiempo emulando a la Venus de de Willendorf para alegría de muchos de sus seguidores, que sorprendentemente los tiene y al parecer no pocos, aunque en lo que a mí respecta he de reconocer que mis criterios estéticos siguen cánones menos paleolíticos y bastante más clásicos.
Y como su modus operandi no es otro que el de dar la nota un día sí y otro también con sus felices ocurrencias de rica heredera ociosa, no es de extrañar que nos sorprenda una y otra vez con extravagancias tan inanes como estruendosas, ya que en ello consiste su trabajo.
Eso sí, me temo que le resultará difícil superarse tras su presentación en un acto público embutida literalmente en el famoso traje que llevó puesto Marilyn Monroe cuando en 1962, poco antes de morir, le felicitó por su cumpleaños al presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy. Y, aunque Marilyn no era en modo alguno un palo de escoba, ni de lejos alcanzaba la exuberante rotundidad de su emuladora, por lo que para poder enfundarse en él ésta tuvo que pasar por la penitencia de adelgazar siete kilos en tan sólo tres semanas... lo cual, según todos los indicios, no resultó suficiente.
Como cabe suponer la buena señora montó su numerito tal como tenía previsto, pero pese a que sólo lo tuvo puesto durante unos minutos, mientras se exhibía urbi et orbe en la alfombra roja, evitando hacer nada que pudiera dañarlo, o al menos eso dijo, días después se supo que lo reventó literalmente desgarrando la tela, al tiempo que en las fotografías publicadas también se aprecia la pérdida de parte de los cristales tallados que lo adornaban.
Yo, lo reconozco, cuando me enteré me lo tomé a guasa, pero da la casualidad de que se trataba de un vestido histórico -al menos para los mitómanos y/o los norteamericanos, a falta de algo mejor- de sesenta años de antigüedad, lo que hacía prever su posible fragilidad. Y no era barato, puesto que en una subasta celebrada en 2016 alcanzó un precio de casi cinco millones de dólares. Como para ponérselo... y menos aún no siendo suyo y ni siquiera remotamente de su talla.
Desconozco las razones por las que la propietaria del vestido, una compañía de entretenimiento con sede en Florida, accedió a prestárselo a la susodicha, ya que los daños parecen ser irreversibles; desconozco también quien asumirá las consecuencias del desaguisado, aunque por solvencia económica supongo que no quedará. Y al fin y al cabo, la buena señora pudo satisfacer su frívolo y caro caprichito. Pero el daño está hecho y demuestra lo perjudiciales que pueden ser llegar a ser estas personas cuyo ego estratosférico no se detiene ante nada ni tampoco nadie se atreve al parecer a ponerles freno.
Que aprendan para otra vez.
Publicado el 16-6-2022