Desde 2016 existe en Cataluña un “santuario animal” (sic), en el que se “protege” a los animales domésticos de la perfidia humana, el cual está gestionado por dos veganas antiespecistas abolicionistas, transfeministas interseccionales, ecologistas anti-capitalistas y algunos ismos más, detalles que ya nos pone sobre aviso de lo que se cuece por allí, que no es precisamente un estofado de carne.

Hasta aquí, aunque pasado de rosca, en nada se diferencia el susodicho “santuario” de otras extravagancias similares de los autodenominados animalistas, poco o nada enterados de la realidad de la ganadería; pero a finales de agosto de 2019 estas dos señoras rizaron el rizo del despropósito, y mira que no lo tenían nada fácil dado el nivel de anoxia cerebral que pulula por doquier, denunciado en los medios de comunicación la “esclavitud de los huevos” a la que según ellas están sometidas sus legítimas dueñas, las gallinas, que no sólo se ven despojadas de ellos sino que además son “violadas” por los gallos, razón por la que las separaron de sus machistas compañeros y destruyeron los huevos como forma simbólica de “devolvérselos”, aunque su proclamado objetivo final no era otro que el de conseguir que las gallinas dejaran de poner, algo por lo que yo sé difícil de conseguir puesto que estas aves tienen la mala costumbre de ponerlos medie o no la intervención - consentida o no- de un gallo, con la única diferencia de que éstos no quedarán fecundados.

Como es natural la rechifla fue inmediata y, más en serio, no faltaron los comentarios de avicultores que de forma muy razonada, y a mi modo de ver estéril, intentaron explicarles lo absurdo de sus planteamientos. Pero como ante la estupidez no hay razonamiento que valga, prefiero correr un tupido velo remitiéndoles eso sí a la página web del invento, porque la delirante declaración de principios no tiene desperdicio.

Es una lástima, eso sí, que no la hubieran llegado a conocer los Hermanos Marx, porque habrían podido sacar de allí un excelente guión para una de sus películas.