To sit or not to sit





¿Será el Manneken Pis un símbolo machista?
Fotografía tomada de la Wikipedia



Antes de nada discúlpenme por haber puesto un título en inglés; nadie mayor defensor que yo del idioma español, pero en esta ocasión no he podido evitar la tentación de parafrasear “ser o no ser”, la conocida frase de Hamlet, cambiando el “to be” original por un “to sit”, de modo que para quienes no entiendan inglés explicaré que significa algo así como “sentarse o no sentarse”; con permiso, claro está, del bueno deWilliam Shakesperare.

Viene a relación este artículo, una vez más, con la epidemia de majadería que sacude a esta decadente sociedad occidental, que feliz ella de no tener que enfrentarse a problemas reales -y no porque éstos no existan-, se dedica a quemar pólvora en salvas en majaderías de calibre familiar, cobijadas eso sí, bajo el manto del buen rolllito con el que se camuflan los neoinquisidores que para nuestra desgracia pululan por doquier cual si de una plaga bíblica se tratara mientras asistimos impotentes al ocaso de la civilización, al menos tal como se entendía hasta ahora.

Y aunque a estas alturas resulta difícil sorprenderme con una estupidez nueva, ya que a mis años estoy más que curado de espantos, no dejó por menos que sorprenderme la sesuda disquisición aparecida en un periódico digital, cuyo nombre omitiré piadosamente por vergüenza ajena, acerca de si era más apropiado que los hombres orináramos sentados en vez de hacerlo de pie.

Les confieso que me picó la curiosidad. Y aunque había una parte, digamos sensata, en la que dos urólogas -más de uno y más de una lamentarán que se tratara de mujeres- tranquilizaban al personal recordando, innecesariamente desde mi punto de vista, que los hombres teníamos una innegable ventaja fisiológica frente al sexo femenino, al tiempo que dejaban claro que cualquiera de las dos opciones era igualmente válida siempre que no existieran problemas médicos, no tardó en asomar las orejas la parte menos o nada sensata, buscando crear una polémica artificial donde evidentemente no debería haberla salvo en algo tan obvio como que muchas mujeres están hartas de que sus maridos o sus hijos salpiquen la tabla de la taza del wáter al orinar porque no se molestan en levantarla y ni tan siquiera en limpiarla; pero éste es un problema de educación -de mala educación- y de hábitos poco higiénicos, como también lo es no tirar de la cadena al terminar o no lavarse las manos. Y desde mi punto de vista aquí termina la polémica, ya que el problema no estriba en como orinemos los varones, sino en que seamos limpios y respetuosos con los demás al utilizar el cuarto de baño.

Pero al parecer no todo el mundo ¿piensa? así. Según el artículo, en Alemania se ha desatado un agrio debate entre los piemeadistas y los sentadomeadistas -traduzco libremente los términos stehpinkler y sitzpinkler- en el que se mezclan, cómo no, cuestiones presuntamente higiénicas -como si lo uno estuviera reñido con lo otro- con otras descarada y sesgadamente ideológicas. Y como todo se pega menos la hermosura, el movimiento antipiemeadista se ha extendido a otros países de talante pitiminí como Suecia, Japón o Taiwan, donde al parecer debe de haber también mucha gente ociosa. Incluso algunos gurús sociales como ciertos futbolistas famosos -que no célebres- se han subido al carro manifestando públicamente que ellos orinaban sentados y no de pie, no fueran a pensar mal de ellos sus seguidores.

La cosa sería para tomárselo a risa de no ser porque aprovechando la coyuntura se han infiltrado los aspirantes a censores tal como suelen hacer a poco que se les deje, metiendo por medio la ridícula falacia de que orinar sentado es una manera de luchar contra el machismo. De hecho, según una experta consultada por el periódico, orinar de pie “en cierta medida, para algunas personas, podría ser el último bastión de la masculinidad”. Sin comentarios, y si tras leer esto no han podido evitar soltar una carcajada no se preocupen, a mí me ocurrió exactamente lo mismo.

No contenta con esta perla, la experta añadía que “estos hombre podrían interpretar culturalmente el hecho de no tener que sentarse o agacharse como un componente de superioridad”, aunque a mí personalmente lo que he valorado siempre es que se trataba de una patente comodidad, sobre todo cuando te ves obligado a hacerlo en servicios públicos de cuya higiene no te fías demasiado, aparte claro está de las colas que te ahorras en comparación con los servicios femeninos. Eso sin contar con que parecen olvidar que nosotros también tenemos que sentarnos obligatoriamente para hacer aguas mayores, ya que en esto no existe diferencia alguna entre ambos sexos por mucho que les pueda fastidiar a las ¿feministas? radicales.

Por ello, toda esta disquisición se me antoja una vacua discusión sobre el sexo de los ángeles, sobre los cuales, por cierto, no se ha especulado si tendrán también otras necesidades fisiológicas más prosaicas y, en caso afirmativo, en qué postura las resolverán. Sesuda discusión que merecería aclararse.

Prosigue afirmando la experta que “desde el punto de vista de la lucha feminista y por la igualdad de género, sí cree que sentarse podría ser un gesto bueno, que se podría enseñar desde el colegio para fomentar la igualdad de género”. Conste que no quiero hacer sangre sobre la necedad de confundir sexo con género, y si no comparen a una silla -género femenino- con un sillón perteneciente al género masculino.

Lo que no puedo evitar es reproducir la jugosa conclusión del artículo: “¿Un consejo? Intentarlo sin prejuicios. Pruébalo, porque igual descubres que es más cómodo, y sobre todo más higiénico. En un lado del debate tenemos la higiene, la salud pública y unos baños más agradables. También la aportación solidaria a la causa feminista”. De traca, sobre todo el último punto.

Me gustaría ver a la redactora -por la firma se trata de una mujer, y por el tono del artículo presumiblemente de una ¿feminista?- intentando sentarse en alguno de los servicios públicos en los que yo me he visto obligado a entrar, y no exagero, literalmente de puntillas, eso sin contar cuando el regalito estaba en su totalidad dentro de la taza pero no por ello resultaba menos repugnante. Y no se crean que estas guarrerías son exclusivas de los varones, porque según me cuentan las señoras de la limpieza de mi trabajo, la mitad femenina de la plantilla no se queda a la zaga de nosotros, incluyendo propinas específicas de las que los varones estamos exentos por cuestiones meramente fisiológicas. Vamos, que la guarrería no entiende de sexo -que no de género- por mucho que lo puedan lamentar las ¿feministas?


Publicado el 10-7-2020