Cada vez peor
Portada
de la Antología del disparate
Allá por los años sesenta del pasado siglo, en una época en la que la educación no estaba al alcance de muchos pero la cultura todavía se valoraba, el catedrático de instituto Luis Díez Jiménez tuvo la humorada de recopilar en su Antología del disparate las barbaridades que leía en los exámenes de sus alumnos. El libro cosechó un enorme éxito, fue reeditado en varias ocasiones y contó asimismo con algunas continuaciones, lo que da idea de la abundancia del material disponible.
Luis Díez Jiménez falleció en 2007, lo que le libró de verse desbordado por la epidemia de incultura que azota nuestro país precisamente cuando la escolarización ha alcanzado, al menos sobre el papel, el mayor nivel de nuestra historia... lo cual, bien pensado, fue beneficioso para él al evitarle el bochorno de descubrir como la sociedad española es cada vez no sólo más inculta sino, todavía peor, también más necia, entendiendo como tal -copio del DRAE- a quien, falto de inteligencia o razón, se mantiene además terco y porfiado en su ignorancia; e incluso, añado yo, llega a enorgullecerse de ella.
Porque, a diferencia de la época del profesor Díez Jiménez, la incultura no es ya una cuestión de fuerza mayor -¿cuántos españoles tuvieron la oportunidad de estudiar hasta finales del siglo XX?-, sino de un desinterés total y absoluto que, lejos de estar confinado a la etapa escolar -ir al colegio nunca ha sido un placer para la mayoría de los chavales-, se ha extendido como una mancha de aceite a los adultos.
No es esto algo para tomárselo a broma, sobre todo si consideramos el brutal deterioro que ha experimentado la enseñanza en España. Las innumerables reformas y contrarreformas educativas lo único que han hecho ha sido bajar cada vez más el listón de exigencia, de modo que los conocimientos adquiridos por los estudiantes no sólo en la enseñanza primaria, sino también en la secundaria, son preocupantemente bajos. Todo ello agravado por la auténtica epidemia de niños y adolescentes consentidos y malcriados por unos padres que, confundiendo las churras con las merinas, parecen no haber entendido, o no querer entender, que la disciplina y la autoridad no sólo no están reñidas con un talante tolerante y abierto, sino que resultan de todo punto imprescindibles para proveer a una personalidad en formación de un marco sólido en el que poder apoyarse para madurar.
Recuerdo, incluso, como unos necios llegaron a denunciar por incitación al maltrato infantil, o alguna otra majadería por el estilo, a la conocida frase Quien bien te quiere te hará llorar tomándola en sentido literal, cuando no hace falta ser demasiado inteligente para constatar que es una metáfora alusiva a la conveniencia de no consentirles todo, lo cual acarreará, sobre todo en los más pequeños, una frustración inofensiva pero extremadamente útil para que se puedan ir acostumbrando poco a poco a que la vida real dista mucho de ser el lecho de rosas del confortable hogar paterno.
Claro está que si muchos adultos hechos y derechos actúan irresponsablemente, convencidos al parecer de que tienen todos los derechos y ninguna obligación a la hora de vivir en sociedad y comportarse cívicamente, ¿qué se les puede pedir a unos desnortados chavales que no conocen otra cosa que este ambiente hedonista en el que el menor sacrificio es considerado tabú y la única meta deseable es la de conseguir cualquier cosa que se les antoje de forma inmediata sin la menor responsabilidad y sin el menor esfuerzo?
Por si fuera poco a los políticos, en parte empachados por un aberrante y falso concepto de progresismo y equidad, en parte imbuidos en un populismo soez que les rinde resultados inmediatos aunque inevitablemente efímeros, lo único que les interesa es tener contentos a sus potenciales votantes aun sacrificando algo tan vital como es el futuro del país a medio e incluso a corto plazo, lo que les lleva a proporcior a las futuras generaciones una formación tan endeble que difícilmente serán capaces de asumir las riendas de la sociedad cuando las anteriores a ellas desaparezcan. Véase, a modo de ejemplo, el irracional traslado de los exámenes de septiembre a junio perpetrado por la Comunidad de Madrid y no sé si también por otras autonomías; a nadie con dos dedos de frente se le puede ocurrir que alguien que ha suspendido sistemáticamente a lo largo de todo el curso vaya a enderezar una asignatura -o más- en apenas dos semanas; pero, claro está, así se evita que las familias de los estudiantes mediocres vean frustradas sus vacaciones veraniegas por culpa de los suspensos de sus hijos, de los cuales por supuesto siempre echarán la culpa a los profesores en lugar de hacerlo a sus retoños. Esto sin contar, claro está, con el adoctrinamiento al que los someten de forma tan descarada como impune algunos partidos nacionalistas cuyo empeño -y, por qué no reconocerlo, también su éxito- habría hecho palidecer de envidia al mismísimo Franco.
Y como a pesar del mínimo nivel de exigencia actual, o precisamente a causa de ello, los alumnos son cada vez más vagos y cuesta más trabajo regalarles un aprobado, hasta los repetidores más pertinaces -y, se supone, más zotes-, conseguirán que se les acabe entregando el título de enseñanza secundaria obligatoria por puro aburrimiento, con la feble excusa de que así se evita que los pobrecitoss se vean discriminados en el mercado laboral el día de mañana... cuando en realidad los únicos discriminados son los buenos estudiantes que sí se lo han ganado por méritos propios y ven que a cambio lo único que reciben es un título totalmente devaluado -lo que tiene todo el mundo es como si no lo tuviera nadie, puro papel mojado- que no les servirá absolutamente para nada.
Pero da igual; to er mundo e güeno, basta con que sigamos igualando a la baja y desperdiciando unos talentos que otros más espabilados aprovecharán aunque sea allende nuestras fronteras; aquí, con tener camareros, futbolistas y protagonistas de la telebasura nos sobra.
Todavía resulta más preocupante que esta mediocrización se haya extendido hasta la enseñanza superior, de modo que el nivel de conocimientos de los universitarios actuales también está preocupantemente por debajo del de hace décadas incluso en las antaño exigentes escuelas de ingeniería. Claro está que para eso se han inventado los másteres -innecesario barbarismo pudiéndose decir cursos de especialización-, a módicos precios al alcance tan sólo de los más adinerados... porque, desengañémonos, la democratización de la enseñanza tiene sus límites y a la hora de la verdad los cachorros de los ricos no van a verse obligados a compartir sus bien avituallados pesebres con los hijos de cualquiera; faltaría más.
Mientras tanto la gente es feliz con el pan y circo que se les ofrece a modo mitad de pienso, mitad de adormidera, haciendo bueno el conocido dicho de que deberíamos imitar los hábitos alimenticios de las moscas ya que tantísimos millones de estos insectos no pueden estar equivocados. Y, mucho me temo, si alguien decidiera coger el testigo de don Luis Díez Jiménez ahora, a buen seguro que tendría material de sobra para llenar más volúmenes que los de la Enciclopedia Espasa.
Publicado el 16-6-2019