Infantilandia
A poco que sigan así
las cosas, programas como Barrio Sésamo tan sólo estarán
al alcance
de los más sesudos pensadores. Ilustración tomada
de la
Wikipedia
De un tiempo a esta parte existe un tema que me preocupa cada vez más, la infantilización generalizada de buena parte de la sociedad, principalmente aunque no de forma exclusiva de las nuevas generaciones adultas en todo excepto a la hora de razonar y enfrentarse a la vida de forma adulta. Y no soy el único que piensa así, puesto que he encontrado numerosas opiniones afines incluso en personas altamente reconocidas por su agudeza mental. Y no sólo en España, sino también en otros muchos países desarrollados.
Será quizás por haber crecido en un entorno social próspero -lo cual en sí mismo no debería ser malo-, quizás por haber recibido una educación relajada según la errónea, pero ampliamente extendida identificación de la disciplina con el autoritarismo, será por la desaparición de los valores sociales por los que hasta ahora nos habíamos regido, sin ser sustituidos por otros nuevos, será por las consecuencias dañinas, cada vez más denunciadas por los expertos, de nuevos hábitos como la conexión compulsiva a las redes sociales... el caso es que las nuevas generaciones son, de forma cada vez más mayoritaria, menos disciplinadas, menos resistentes a la frustración, menos proclives a realizar un esfuerzo cuyo potenciales beneficios no sean inmediatos, menos educadas, menos cultas... en resumen, más infantilizadas. Porque si anteriormente la mayoría de edad venía a coincidir con el final de la adolescencia y la entrada en el mundo adulto, los comportamientos inmaduros pueden ahora alargarse durante la veintena, la treintena e incluso, en el peor de los casos, hasta la cuarentena.
Y no son reniegos de viejo; pese a mi prudencia conteniéndome mucho hasta poner a prueba mi dignidad, estoy harto de ver comportamientos sociales maleducados e incívicos e incluso en más de una ocasión he sido víctima de su altanería, su grosería y su zafiedad. Cierto es que no pretendo generalizar tildando de patanes a la totalidad de los pertenecientes a las generaciones más jóvenes, así como también lo he sufrido con gente de mi edad o casi; pero la proporción es bastante mayor en los primeros y por desgracia todo parece indicar que va a más.
Bastará con preguntar a cualquier profesional de la enseñanza para descubrir que los adolescentes actuales se comportan en los institutos como si carecieran de los mínimos rudimentos de educación, pero todavía peor resultan ser sus padres, ya razonablemente adultos, cuando van a protestar al centro defendiendo de manera irracional a sus cachorros al tiempo que cuestionan tanto la labor docente de los profesores como cualquier intento de imponerles las más mínimas normas de comportamiento. Fuera de las aulas la situación no es mejor, basta con ver cosas tales como los botellones, las pintadas -que no grafitis-, el vandalismo, la ausencia de urbanidad en los recintos públicos...
Evidentemente el origen de la culpa no es suyo, sino de quienes les han maleducado y malcriado pese a disponer de un bagaje cultural -en el sentido social del término- muy superior al de la generación de mis padres, crecidos en la dura España de la posguerra, podían arrastrar muchas carencias, pero eran infinitamente más sensatos y tenían unas ideas mucho más claras. En consecuencia, el tópico del niño consentido y malcriado tan explotado en la literatura y el cine -por ejemplo ambas versiones de Capitanes intrépidos, de Rudyard Kipling-, aunque entonces este privilegio estaba reservado exclusivamente a los ricos, mientras ahora por desgracia se ha democratizado.
La pregunta es por qué ha fallado la sociedad en su conjunto a la hora de educar a sus nuevos miembros, máxime cuando en los países desarrollados el nivel de vida y el acceso a una educación universal están ahora más extendidos que nunca en la totalidad de la historia... a no ser que apliquemos el viejo y conocido proverbio El hambre aguza el ingenio o bien su inmediato corolario La saciedad lo embota.
Son muchos los ejemplos que podría poner al respecto, pero he elegido uno como muestra no sólo del grado de inmadurez de las generaciones más jóvenes, sino también de lo extendido que está este mal ya que el protagonista es un joven chino de veinte años al que sin duda las barbaridades de la Revolución cultural o las penurias del post maoísmo le deben sonar a música celestial. Y todavía peor, han tardado bastante menos tiempo que los europeos -la prosperidad china es mucho más reciente- en homologarse con los nuestros.
Según el artículo 5.000 euros de rescate por mi mascota de peluche robada en Barcelona, publicado en la edición digital del diario El Mundo con fecha 15 de julio de 2024. Resulta que el muchacho a sus 20 años, edad a la que los de mi generación íbamos a la mili, aparte de tener dinero de sobra como para venir de vacaciones a España -yo a su edad lo más lejos que había ido era a Palma de Mallorca-, viajaba con un peluche a modo de mascota, con el que dormía todas las noches y al que celebraba todos su cumpleaños (sic) con una gran fiesta. Les juro que si a su edad a mí me hubieran pillado con algo semejante se me habría caído la cara de vergüenza.
Pero no quedó ahí la cosa. Estando en Barcelona al parecer lo perdió o se lo robaron, vete a saber, y aunque también a mí me fastidia perder cosas aunque sean relativamente irrelevantes, lo que se sale de toda lógica aunque lo del peluchito a una edad en la que ya te afeitas tampoco es moco de pavo, es que el interfecto asumió la pérdida como una gran tragedia y, como el monigote no aparecía, colgó carteles por distintos puntos de la ciudad ofreciendo una recompensa ¡de 5.000 euros! a quien se lo devolviera. Y paro aquí porque si digo lo que pienso del niñato violaría todos los límites de la educación.
Al final el muñeco acabó apareciendo y, aunque la recompensa se redujo a sólo 500 euros, el chinito se quedó tan contento y quien lo encontró, un empleado del metro, todavía más. Como decía mi padre, tenía que haber vivido en el Año del hambre -en realidad fue entre 1939 y 1942-, o su equivalente chino, para ver si se le quitaba la tontería.
Por si fuera poco, el autor del titular del artículo se cubrió de gloria con este subtitular: El drama de un turista chino. Drama les daba yo a los dos mandándoles a Ucrania, a Palestina o a una de las pateras en las que se juegan la vida los inmigrantes africanos, a ver si aprendían de una vez lo que es un drama de verdad.
Publicado el 16-7-2024