Mentecatos sin fronteras





El monumento a Cervantes en San Francisco atacado por vándalos... y mentecatos
Fotografía tomada de El Confidencial



Hay veces, y la historia está repleta de ejemplos, en las que una pequeña chispa puede provocar una explosión incontrolada e insospechada. Y, por lo general, completamente irracional.

Esto fue lo que ocurrió el pasado 25 de mayo de 2020 -no ha pasado ni siquiera un mes cuando escribo este artículo- a raíz de que un brutal policía matara a un manifestante de raza negra en la ciudad norteamericana de Minneápolis, algo que por desgracia no es nuevo dado que en este país todavía son muchos -incluidos policías- los que continúan alentando la mentalidad fronteriza de cuando sus antepasados colonizaron el Oeste a costa, claro está, de los nativos, y en el que el espíritu de la esclavitud, mucho más tétrico que el del racismo, sigue soterrado pero todavía vivo.

La reacción, como era de esperar, no tardó en llegar en forma de manifestaciones, por lo general pacíficas, protestando por ambas cosas, el racismo y la brutalidad policial, avaladas por unas cifras demoledoras que indican que los norteamericanos de raza negra, más de siglo y medio después de la abolición de la esclavitud, continúan estando marginados en comparación con sus compatriotas blancos.

Echo en falta, no obstante, un análisis comparando a los negros no con los blancos, sino con otras minorías étnicas tales como los descendientes de los indígenas nativos, los orientales o los hispanos, porque sólo así se podría determinar si esta discriminación de facto se debe exclusivamente al supremacismo blanco -anglosajón y protestante, puntualizo- o si, por las razones que fuesen y conste que no pretendo hacer juicio alguno de valor, los negros cuentan también con algún hándicap específico que les pueda frenar frente a estas otras minorías. En cualquier caso, es un tema que dejo para los especialistas porque yo carezco de datos para opinar al respecto.

En lo que sí quiero hacer hincapié no es en estas protestas lógicas y justificadas, puesto que llueve sobre mojado, sino en la forma en la que algunos se han aprovechado para pescar en aguas revueltas, sospecho que con móviles ideológicos y políticos más que evidentes, no sólo en los Estados Unidos sino sorprendentemente también en Europa, donde en plena pandemia no han faltado las manifestaciones en protesta por la condenable muerte de este hombre -a ella se sumaría en días posteriores alguna más- pese a que aquí la situación es completamente distinta y, aunque existe el racismo -tema sobre el que se podría hablar largo y tendido, puesto que cuenta con más aristas de las que muchos creen-, nada tiene que ver por muchos motivos con lo que sucede allende el Atlántico.

Lo cual, teniendo en cuenta la indiferencia total del norteamericano medio -y también de sus políticos- hacia todo cuanto ocurre en Europa, sorprende sobremanera este gesto de solidaridad no recíproca, a no ser que, como perro viejo que soy, sospeche que detrás de estas manifestaciones, al igual que otras muchas de variada índole presuntamente humanitarias, anden los tradicionales tocapelotas -pido disculpas por el término- cuyo único empeño es del de incordiar sea cual sea el presunto motivo, por supuesto sin ofrecer alternativa alguna a aquello que les molesta. Pero esto también da para otro artículo.

Así pues, en esta ocasión me voy a centrar los efectos colaterales más surrealistas y absurdos de los disturbios norteamericanos, que pese a su irracionalidad -realmente dejan perplejo- no dejan de ser una triste constatación del conocido dicho que si los tontos volaran no se vería el sol... agravado además, de ahí el título, por la facilidad de su contagio, que en poco tiene que envidiar a la del coronavirus.



Veamos pues. Hará un par de semanas una cadena de televisión por internet decidió retirar de su catálogo la celebérrima película Lo que el viento se llevó, clásico entre los clásicos, argumentando que en ella se “glorificaba a la esclavitud” y que “perpetuaba los estereotipos más dolorosos para las personas de color”. Así, sin anestesia.

Al parecer a los promotores de tan delirante campaña -la cadena se vio presionada, lo que no la exime en absoluto, por diferentes individuos autocalificados de antirracistas- no parecieron comprender que se trata de una narración histórica basada en la Guerra de Secesión norteamericana, una de cuyas principales causas fue precisamente la intención de abolir la esclavitud en la totalidad del país, algo que los estados sudistas rechazaron. No hace falta ser demasiado perspicaz para poder considerarla precisamente lo contrario, un alegato antiesclavitud, ya que los esclavistas son los derrotados, pero seguramente esto era demasiado para sus neuronas.

Tampoco pareció importarles que la película se rodara en 1939, hace más de 80 años, época en la que la esclavitud no existía en los Estados Unidos pero los negros seguían estando discriminados no sólo social sino también legalmente, ya que no fue hasta la década de 1960 cuando fueron abolidas todas las leyes discriminatorias. Ciertamente resulta vergonzoso -para ellos, no para mí que nada tengo que ver en ello- que la actriz Hattie McDaniel, que encarnaba a la criada de Scarlett O’Hara, fuera discriminada en la entrega de los Oscar por ser negra... pero si a estas alturas, e incluso entonces, alguien se toma en serio lo que se narra en la película, por lo demás perfectamente ambientada en la época en que se desarrolla, a no ser que tenga menos de diez o doce años debería ser enviado urgentemente al psiquiatra.

Eso sin contar con que, según estos criterios censores que dejan pequeña a la censura franquista e incluso al infame Código Hays, un expurgue de la literatura, la pintura, la escultura o el cine al gusto de estos neocensores dejaría la cultura mundial reducida a mínimos, y eso si lograba salvarse algo del furor inquisitorial. Vamos, que ni la Ilíada se libraría ya que en esencia no deja de ser un conjunto de perrerías de todo tipo entre griegos y troyanos.

Y claro está, como todo se pega menos la hermosura, también les dio por las estatuas y especial por las de Colón, con el peregrino argumento de que fue un genocida... lo cual demuestra que estos cabestros, además de no tener ni pajolera idea de historia, tienen un cerebro de chorlito o bien padecen de un grave fanatismo... o todo a la vez.

Colón, ciertamente, no fue una hermanita de la caridad y actuó movido por la ambición y por el afán de poder y riquezas... como la inmensa mayoría de los grandes personajes históricos. De hecho no fue ni mejor ni peor que otros muchos, pero lo que ya resulta delirante es responsabilizarle de todos los desmanes que durante los últimos siglos se han perpetrado en el continente americano contra indios y negros. Vamos, es como si a Nobel se le tildara de genocida por haber inventado la dinamita, a Pasteur se le culpara de la guerra bacteriológica o a Maquiavelo de los desmanes de los políticos, que no son pocos.

Por cierto que esta colonofobia tuvo precedentes en algunos países hispanoamericanos pródigos en políticos demagogos que, en lugar de intentar mejorar el nivel de vida de sus conciudadanos, algo sin duda bastante más difícil, optaron por emprenderla con las inofensivas estatuas de los conquistadores, Cortés y Pizarro principalmente. Y aunque aquí existe una relación causa-efecto más directa, habría que preguntarles si hubieran preferido continuar bajo el brutal régimen de los aztecas o bajo el inviable imperio inca, ambos ya decadentes a la llegada de los españoles como demuestra la facilidad con que se derrumbaron. Eso sin contar con que la mayoría de estos políticos tienen poco o nada de sangre indígena, por lo cual a quienes están es a sus antepasados directos.

Volviendo a los Estados Unidos, existen motivos sobrados para sospechar que haya algo -o mucho- de antihispanismo por medio, ya que no contentos con cargarse las estatuas de Colón los muy energúmenos la emprendieron también con las de fray Junípero Serra, a quien nadie en su sano juicio se atrevería a tildar de racista o de colonialista y, en el colmo del surrealismo, hasta con las de Cervantes... ya me dirán ustedes si estos energúmenos no están de la olla. Por cierto, en las fotografías publicadas por los periódicos no se ve a muchos negros, yo diría que más bien a ninguno, quizá porque éstos sí tenían problemas reales por los que preocuparse.

Tampoco se libraron de la estatuofobia, algunos personajes autóctonos empezando por los monumentos a los militares confederados, a Theodore Roosevelt -que fue un mal bicho, pero por otros motivos- e incluso una del mismísimo George Washington, reputado esclavista como la práctica totalidad de los padres de la nación norteamericana.

Ya puestos, y si lo que pretenden es limpiar su conciencia del pecado original de sus antepasados, que no fue poco, les recomendaría que dejaran de dar palos de ciego y fueran al grano empezando por suprimir la fiesta de Acción de Gracias, puesto que conmemora la llegada de los primeros colonos ingleses -puritanos, para más señas- a Norteamérica, lo que supuso el inicio de un colonialismo mucho más brutal y genocida que el de los españoles.

Por supuesto también tendrían que aplicar la damnatio memoriae a todos los próceres de la independencia norteamericana por las razones que acabo de comentar, y de paso quitar de en medio a otros malos bichos como el general Custer o Stephen Austin -su estatua de Texas mide nada menos que 23 metros-, ya que fue el culpable de que Estados Unidos robara a México la mitad de su territorio, lo que facilitó el exterminio de los pieles rojas a los que España había respetado durante siglos. Así pues, puestos a blanquear su historia trabajo no les faltará sin necesidad de preocuparse por los personajes extranjeros.

Como era de temer la majadería se extendió urbi et orbe, de modo que en Londres se vieron obligados a proteger la estatua de Churchill, un personaje que no me resulta nada simpático -perjudicó notablemente a España durante la Guerra Civil- pero al que los ingleses tienen motivos sobrados para estarle agradecido. Y también, ¡agárrate!, las de Nelson Mandela y Gandhi. Como diría Obélix, estos britanos están locos.

En España, donde contamos con una variedad autóctona fruto de la hibridación entre la extrema izquierda y los nacionalismos, tampoco nos vimos libres de atentados a las estatuas, de modo que la de Fray Junípero Serra de Palma de Mallorca fue vandalizada con pintadas tachándole de racista (!); y eso que el fraile franciscano era mallorquín, que si llega a ser de fuera de la isla...

Sin relación directa con esta oleada de estupidez, pero del mismo cariz y con motivaciones descaradamente políticas y por supuesto sectarias, hace un par de años el Ayuntamiento de Barcelona retiró la estatua del Marqués de Comillas acusándole de esclavista, lo que ciertamente fue a la par que un gran mecenas.

Casualmente el Marqués de Comillas no era catalán sino santanderino, a diferencia de muchos de los grandes terratenientes cubanos que sí lo eran... y por supuesto tan esclavistas como el marqués. Pero al parecer, ni los nacionalistas catalanes ni la seudoizquierda que controla el ayuntamiento de Barcelona parecen saberlo... o prefieren ignorarlo. Claro está que aquí no se puede hablar de vandalismo, sino de sectarismo puro y duro. Pero es lo que hay.


Addenda




Ilustración tomada de www.fnac.es


Más de lo mismo. Apenas habían pasado dos meses desde que escribí el artículo, cuando me encontré con la noticia de que el bisnieto de Agatha Christie había solicitado a sus editores franceses que cambiaran el título de la conocida novela Diez negritos por el políticamente correcto de Eran diez, argumentando que cuando se publicó en 1938 “el lenguaje era diferente”. De hecho, esto ya se hizo hace décadas en las ediciones inglesas, que cambiaron el original Ten Little Niggers por el aséptico And then there were none. Huelga decir que este señor da por supuesto que su bisabuela, de vivir ahora, estaría conforme con su decisión, lo cual me parece como poco cuestionable... pero como los muertos no acostumbran a levantarse de su tumba para protestar ancha es Castilla, y mientras tanto los herederos de la escritora seguirán cobrando sus jugosos derechos de autor.

Por cierto, conviene recordar que la escritora no se inventó el título movida por ningún presunto racismo, sino que se limitó a tomarlo de una popular canción infantil inglesa que tomó de base para la trama de la novela... pero al parecer esto parece importarles poco a los profetas de la corrección política.

No quedó la cosa ahí, puesto que la censura francesa no se limitó al título sino que también revisó todo el texto eliminando la palabra nègre siempre que aparecía -74 veces en total- incluso en el nombre de la isla en la que se desarrolla la historia, que de L’île du nègre pasó a ser L’île du soldat sin que, aparentemente, hayan protestado los militares. Aunque no tengo noticias de que en España se haya seguido hasta ahora por este camino, no pondría la mano en el fuego porque ya se sabe que todo se pega menos la hermosura, y la estupidez suele ser más contagiosa que la peste negra.




Ilustración tomada de www.lacasa.es


En lo que sí tuvimos una polémica nacional, todavía si cabe más majadera, fue por el nombre presuntamente racista de los populares e inofensivos Conguitos, unos cacahuetes recubiertos de chocolate que han hecho las delicias de los niños -y de los no tan niños- desde que salieron al mercado en 1963, hace casi sesenta años. Eso sí, como se puede apreciar en la ilustración, a los Conguitos clásicos, recubiertos con chocolate negro, se han sumado otras variedades de chocolate con leche y chocolate blanco, con lo cual, a falta de Conguitos amarillos y Conguitos cobrizos para cubrir la totalidad del espectro epitelial humano, han pasado a ser interraciales... y además sin estar adulterados con aceite de palma, a diferencia de más de una primera marca del mercado.

Como cabe suponer, los argumentos de los promotores de la campaña no pueden ser más peregrinos, aduciendo que:


“Tanto el propio término Conguitos como la ilustración caricaturesca de un hombre negro con grandes labios rojos convierten a este snack en un producto estigmatizador para la población negra.”


Corroborados por una afirmación tan peregrina como la que sigue:


“Creemos que ha llegado el momento plantearnos cómo de adherido está a nuestro ADN de forma inconsciente este racismo cultural contra el que todos debemos luchar.”


Lo que, para empezar, demuestra que al menos de genética -y sospecho que de todo lo demás- no tienen ni pajolera idea. Pero para perla cultivada la siguiente, que da buena muestra del talante democrático de estos individuos:


“Además de esa retirada, y como muestra pedagógica sobre este racismo inconsciente que todos podemos tener, sería importante una petición de disculpa pública hacia la población negra tantas veces estigmatizadas por esa marca en imágenes, envases o anuncios de televisión. Esta empresa además podría dedicar parte de los beneficios recaudados a organizaciones que luchen contra el racismo hacia la población negra.”


Con dos narices. Por el momento la empresa fabricante no les ha hecho ni maldito caso, pero no debemos confiarnos porque no hace mucho consiguieron cargarse la famosa y entrañable canción del Colacao cuyo estribillo reproduzco aquí por mis santas narices:


“Yo soy aquel negrito
del África tropical
que cultivando cantaba
la canción del Cola Cao.

Y como verán ustedes
les voy a relatar
las múltiples cualidades
de este producto sin par.”


Sustituida por esto:


“Hay cosas que nunca cambian
que siempre serán igual
con leche cada mañana
y con cacao natural.

No hay nada que mole tanto
y nada sabe mejor
prepáralo como quieras
como el tuyo no hay dos.”


Sin comentarios, prefiero que juzguen por ustedes mismos; aunque me preocupa pensar que a este paso cualquier día exigirán cambiarle el nombre al Mar Negro... y lo peor de todo es que lo mismo hasta les harían caso, ya que tanto la audacia de los estúpidos como la pusilanimidad de sus potenciales víctimas son tan infinitas como el universo, si no todavía más.


Nueva addenda




Otelo y Desdémona, obra de Antonio Muñoz Degrain



Como dijo Einstein, la estupidez humana es infinita. En octubre de 2021, poco más de un año después, los apóstoles del cerrilismo volvieron a las andadas también en Estados Unidos y, esto es lo más grave, en una universidad, concretamente en la de Michigan. En esta ocasión el delito consistió en la proyección en clase de la película Otelo protagonizada por Laurence Olivier en 1965. Y, dado que como cabe suponer el actor inglés actuó con la cara y las manos maquilladas en tonos ocuros, los irritados estudiantes denunciaron la presunta vejación de la comunidad afroamericana, discriminada y degradada, y bla, bla, bla.

Pese a la majadería manifiesta de censurar una película clásica rodada hace más de cincuenta años, los neoinquisidores exigieron la cabeza del profesor y, por sorprendente que parezca, se salieron con la suya consiguiendo que éste fue apartado del seminario que impartía, dedicado a las distintas versiones que a lo largo de los años se han realizado de la conocida obra de Shakespeare. De nada sirvió que éste entonara el mea culpa y pidiera disculpas acusándose de haber cometido un error intolerable; al contrario, esta innecesaria retractación -por no hablar de autohumillación- lo único que consiguió fue exacerbar todavía más a sus acusadores.

Lo más chusco del asunto es que Bright Sheng, que éste es el nombre del profesor, es un prestigioso compositor, director y pianista de origen chino que padeció los desmanes de la Revolución Cultural antes de emigrar a los Estados Unidos en 1982, por lo que no se puede hablar de un presunto etnocentrismo blanco o caucásico, por decirlo fino.

Y ahora la pregunta del millón. Ya puestos, ¿por qué estos majaderos no exigen la prohibición de la propia obra de Shakespeare? Al fin y al cabo, el dramaturgo inglés humilló a la raza -perdón, etnia- negra al poner a uno de sus miembros como el malo de la misma.


Publicado el 23-6-2020
Actualizado el 15-10-2021