El mito de Procusto





Expeditivo el muchacho


Cuenta la leyenda que Procusto era un bandido ático que, tras ofrecer hospitalidad a los caminantes, los sometía a una cruel tortura: disponía de dos lechos de hierro de tamaño diferente y, según fuera la estatura de su huésped, le acostaba en aquél que no correspondía con su talla, de forma que a éste el lecho le quedara inevitablemente grande o pequeño. En el primer caso le estiraba los miembros hasta descoyuntárselos y en el segundo cortaba lo que sobraba de éstos, buscando siempre que el tamaño de la desventurada víctima se ajustase con precisión al de su instrumento de tortura. Sería el héroe ateniense Teseo quien acabara finalmente con su perfidia, y asimismo con su vida, sometiéndole a su propio tormento.

Hay quien dice que ya los antiguos griegos inventaron prácticamente todo lo imaginable por la mente humana, y desde luego el mito de Procusto no puede ser más actual si consideramos la actitud de diversos colectivos, empeñados todos ellos en ajustar forzosamente a la sociedad a sus propios parámetros sin parar mientes en que, al igual que ocurría con el lecho de Procusto, ésta no tiene por qué ajustarse a sus deseos... pero da igual, en vez de actuar con lógica adaptándose ellos a la sociedad, o bien buscando cambiar a ésta, acostumbran a obrar, o por lo menos lo intentan, justo a la inversa, sin que por desgracia aparezca un providencial Teseo que pueda librarnos de tamaño dogal.

Estoy pensando en primer lugar, en los políticos por supuesto, un colectivo que parece vivir permanentemente en su propia realidad virtual, por supuesto idílica desde su propio punto de vista; y si ya de por sí es preocupante que anden flotando por ahí sin intentar siquiera poner los pies en el suelo, todavía lo es más que pretendan convencernos a los demás de que su edulcorada “realidad” es la verdadera, un poco al estilo de como obraban los jerarcas de 1984 reescribiendo continuamente la historia.

Y no, no exagero, por desgracia es así. Sólo hay que echar un vistazo a las continuas declaraciones de los políticos -de cualquier ideología, matizo- y compararlas con la realidad que conocemos para descubrir que ambas se suelen parecer como un huevo a una castaña... con el agravante de que yo no he visto jamás a nadie capaz de mentir con tanta desfachatez -incluso cuando son pillados in fraganti- como los citados políticos, capaces de intentar convencerte de que la Tierra es plana o de que tus propios recuerdos son falsos.

Claro está que dentro del gremio los hay malos y peores. Veamos el caso, por ejemplo, de los políticos nacionalistas, catalanes o vascos principalmente -aunque cada vez cuentan con más émulos repartidos por toda la piel de toro-, a la hora de inventarse una falsa identidad nacional que no resiste ni el más mínimo análisis histórico, algo que les trae completamente sin cuidado ya que, por desgracia, su torticero mensaje suele tener calado en sus respectivos territorios. Leer los dislates de un iluminado como Sabino Arana mueve realmente a la hilaridad, o movería de no darse la circunstancia de que siguen siendo los pilares básicos del nacionalismo vasco. Más sutiles los nacionalistas catalanes, han sido no obstante incapaces de sonrojarse siquiera ante la aberración que supone prohibir las corridas de toros alegando tortura y malos tratos a estos animales, al tiempo que protegen y blindan las salvajadas que a estos mismos morlacos les hacen en numerosos pueblos de la provincia de Tarragona... y ejemplos como éste podría poner bastantes, por desgracia demasiados, aunque todos ellos quedarían resumidos en su tenaz pretensión de convertir a sus respectivos territorios, felizmente plurales por mucho que les pese, en lagos nacionalistas donde impere el pensamiento único; el suyo, por supuesto.

No obstante, y aunque sean aventajados practicantes, los nacionalistas no tienen la exclusiva del procustismo, ya que por desgracia no faltan en este sufrido país otros émulos del bandido griego. Veamos el caso de la controvertida Ley de la Memoria Histórica, anunciada como un intento de cicatrizar de forma definitiva las heridas abiertas por la Guerra Civil -un empeño loable en el que cualquier persona decente tendrá que estar forzosamente de acuerdo- pero convertida en la práctica en un revanchismo absurdo, tardío y completamente fuera de lugar más de setenta años después de ocurridos los hechos... aunque, ya puestos, podríamos seguir removiendo acontecimientos históricos como las guerras carlistas, el sombrío reinado de Fernando VII, los desmanes -que en realidad no fueron tantos- de la Inquisición o, de perdidos al río, el genocidio cometido por los romanos durante la conquista de la península ibérica.

Y es que ya estoy harto de que intenten reescribirme la historia al modo orweliano amén de que, después de varias décadas durante las cuales el franquismo nos estuvo vendiendo su versión sectaria del conflicto, maldito lo que me apetece que ahora pretendan cambiarla por otra no menos sectaria justo en sentido opuesto simplemente cambiando los roles respectivos de los buenos y los malos, cuando lo cierto es que se trató de un problema muy complejo difícilmente encuadrable -por no decir imposible- en un burdo esquema maniqueo. Pero claro está, si dices esto, o si recuerdas algo tan evidente como que la izquierda sigue negándose a asumir, siquiera simbólicamente, su responsabilidad por las tropelías cometidas por sus correligionarios, que las hubo y bastante gordas, antes de exigir a los contrarios que condenen los desmanes -por desgracia también ciertos- del franquismo, es seguro que alguno se te tirará al cuello de forma inmediata tildándote de fascista, lo cual dice evidentemente muy poco no ya de su talante en absoluto dialogante, sino también de su capacidad para asumir la realidad fuera de su distorsionada y a todas luces falsa visión de la misma.

Voy a poner un ejemplo más, para que no se me acuse de dar siempre todos los palos en el mismo sitio. Escribo este artículo en la tarde del día 29 de septiembre de 2010, cuando todavía no ha concluido la huelga general convocada por los sindicatos CCOO y UGT y respaldada por otros minoritarios como la CNT y diversos grupúsculos de extrema izquierda. No voy a hablar, ya que esto daría demasiado de sí y nos desviaría del tema, de la criticable -creo que en estos momentos hay ya suficiente unanimidad- política económica del gobierno del señor Rodríguez Zapatero, y tampoco lo voy a hacer sobre la dudosa oportunidad de la tardía iniciativa sindical. De hecho, ni tan siquiera voy a cuestionar en esta ocasión la manera de funcionar de los sindicatos españoles, incluyendo a los eufemísticamente llamados “piquetes informativos”, otro ejemplo patente de procustismo ya que todo el mundo sabe a ciencia cierta como las suelen gastar esos individuos.

No, lo que quiero resaltar es la manera tan descarada en la que pretenden hacernos comulgar con ruedas de molino hablando de “éxito” de la convocatoria cuando gran parte de este “éxito” se ha debido a una mezcla de coacciones, amenazas veladas y no tan veladas, actos vandálicos y un bloqueo bastante eficaz de los medios de transporte, y no a una protesta sincera de una parte mayoritaria de la ciudadanía. Pero claro está, si descontamos a todos aquellos que se han visto obligados a “secundar” la huelga por miedo o por la imposibilidad práctica de acudir a su trabajo, es decir, por una causa ajena a su voluntad, habría que ver en qué quedaba su triunfalista “éxito”. Lo irónico del caso es que todos lo sabemos y ellos, por supuesto, también lo saben y además saben que lo sabemos, ya que de no ser así no habrían tenido ninguna necesidad de comportarse como energúmenos -leo en los periódicos digitales que hubo al menos un centenar de detenidos, y no creo que fuera por colgar pancartas o pegar pegatinas-... pero eso es algo que les da exactamente igual, lo importante es jactarse de que han sido capaces de paralizar el país -en realidad tan sólo lo entorpecieron- aunque haya sido recurriendo no a la fuerza de la razón, sino a la razón de la fuerza. De nuevo el fantasma de Procusto se asoma sobre nuestras cabezas.

¿Y qué me dicen, a título casi de anécdota, de las tradicionales guerras de cifras en acontecimientos tales como las manifestaciones? No es ya que tanto los convocantes de las mismas como las autoridades víctimas de ellas exageren por arriba o por abajo en función de sus respectivos intereses, es que ambos suelen mentir descaradamente... y no es que me moleste en sí mismo, me limito a no creérmelo, pero lo que sí me fastidia, y mucho, es que intenten tomarme por imbécil.

Podría seguir con ejemplos tales como los medios de comunicación -la mayoría, por no decir todos, distorsionan la información a su antojo, aunque algunos lo hacen de manera más descarada que el resto-, las cadenas de televisión -la telebasura es procustismo en estado puro, menos mal que la sociedad real no es tal como la pintan allí-, las grandes empresas capaces de condicionar los hábitos de la gente en función de sus particulares intereses económicos, las religiones -o, por decirlo con mayor precisión, cierto modo de entender la religión- empeñadas en fanatizar a sus fieles... y así hasta el infinito, o casi.

Y sin embargo se mueve, cosa que suele incomodar bastante a todos los procustistas que pululan por ahí al tiempo que me sirve para aferrarme a la esperanza de que al fin aparezca Teseo y ponga un poco de orden en el patio, que falta hace.


Publicado el 29-9-2010