Tontos del c...





Al menos ellos sólo actuaban en una película


Hoy mismo he leído en los periódicos dos noticias de esas que te hacen pensar que mucha gente, más de la que pudiera creerse, es tonta de aquella parte del cuerpo donde la espalda pierde su honesto nombre; porque realmente hay que ser muy tonto para meter la pata de unas maneras tan idiotas.

Es en homenaje suyo por lo que desde hace 30 años se otorgan en los Estados Unidos los Premios Darwin, destinados a galardonar a quienes sus contumaces meteduras de pata les acarrean la muerte o la esterilidad, en reconocimiento al beneficio que supone para la humanidad -conforme a una cínica interpretación de la Teoría de la Evolución- que éstos quiten de la circulación de forma voluntaria a sus poco recomendables genes.

Claro está que yo no pretendo llegar a tanto, ni muchísimo menos, conformándome con ejemplos más bien tirando a chuscos sin que haya corrido peligro en ningún momento la integridad física de sus responsables... aunque quizá no tanto su sentido del ridículo ni sus respectivos bolsillos. Además, a este nivel son tantos, que de llegar todos ellos a los extremos exigidos por los convocantes de los Premios Darwin quizá nos encontráramos con una preocupante crisis demográfica. En cualquier caso bien empleado les está, y si el descalabro les sirve para escarmentar y espabilarse, bienvenido sea.

Vayamos con la primera metedura de pata, que tuvo lugar en el estado norteamericano de Texas. A la protagonista, una joven a la que habían contratado en una pizzería, le faltó el tiempo para colgar en Twitter que al día siguiente “comenzaba en ese trabajo de mierda” (sic). Con lo que no contaba la muy ingenua, era con que sus nuevos jefes también podrían entrar en esta red social y leer su poco prudente comentario... y lo leyeron. En consecuencia, y haciendo buena la conocida frase bíblica de quien a hierro mata a hierro muere, su futuro jefe le mandó un mensaje a su cuenta diciéndole: “No... no vas a empezar en ese trabajo de mierda. Acabo de despedirte”. Sin comentarios.

El segundo ejemplo es nacional, y demuestra una vez más que la picaresca suele llevarse bastante mal con la falta de un mínimo de sentido común. El titular reza así: “Despedido por celebrar “con saltos” el triunfo de España en la Eurocopa en plena baja por depresión”, y hace alusión a la sentencia dictada en segunda instancia por el Tribunal Superior de Justicia de una autonomía española. Los hechos se remontan a julio de 2012, cuando a un trabajador que estaba de baja laboral por depresión desde hacía ya más de un año, se le vio primero en una feria gastronómica donde aparentemente se lo estaba pasando bastante bien, y posteriormente celebrando el triunfo de la selección española en la final de la eurocopa como un entusiasmado forofo más. Y para rematar, días después se fue tranquilamente a la playa. Aunque algunos de los argumentos de los jueces no dejan de ser en mi opinión un tanto rebuscados, posiblemente de forma deliberada para amarrar las sutilezas legales, lo cierto es que la sentencia no puede ser más de sentido común, ya que a alguien que padezca una depresión de las de verdad no le suelen quedar demasiadas ganas de juerga. Pero con independencia de ello, tan sólo a quien asó la manteca se le puede ocurrir intentar conciliar una presunta depresión con comportamientos en público tan llamativamente contradictorios.

Y no es un caso único, ni siquiera el más escandaloso: basta con rastrear por internet para encontrarnos con gente dada de baja por problemas lumbares que es pillada levantando pesas o triscando por los montes con una bicicleta de montaña, o bien accidentados que tras alegar incapacidad para trabajar se dedicaban a practicar el surf... y conste que lo que estoy resaltando aquí no es la comisión de un fraude, algo por desgracia mucho más extendido y a causa de lo cual acaban pagando justos por pecadores, sino la explosiva combinación de caradura y falta de dos dedos de frente. ¿O no?

Claro está que ejemplos como éstos los tenemos a montones. Recuerdo que una vez leí en el periódico una noticia de la que no sabes si reírte a carcajadas o lamentar amargamente la estupidez de la gente. Ocurrió que al protagonista de la historia, pícaro de pro -o al menos intentaba serlo-, se le ocurrió hacer fotocopias en color del billete que entonces tenía más valor, el de 5.000 pesetas concretamente. Cogió su fajo de billetes fules, eligió un bar convenientemente lleno de clientes, pidió una consumición, pagó con el billete fotocopiado y se lo admitieron, dándole las vueltas. El hombre se puso tan contento con su éxito que inmediatamente después pidió una segunda consumición y volvió a pagar ¡con otro billete fotocopiado! Huelga decir que su carrera de falsificador acabó en aquel mismo instante.

Termino relatando una anécdota de la que fui testigo durante mi estancia en la mili. Tenía un compañero, cabo como yo, que se las había apañado para gozar de un trato de favor por parte de los mandos, lo que le permitió ser el único de nuestro reemplazo seleccionado para hacer el curso de cabo primero, así como para disfrutar de permisos especiales en base a unos presuntos problemas familiares dignos, casi, de una novela de Dickens. Y desde luego, labia no le faltaba. Pero como dice el refrán, la avaricia rompe el saco. Ocurrió que un fin de semana le pusieron guardia, lo que le chafaba sus planes de irse a la sierra con la novia, y ni corto ni perezoso llegó el viernes, todo lloroso, diciendo que había sido víctima de un atropello mortal. Ante la magnitud de la desgracia le dieron de inmediato permiso para que se fuera, lo cual hizo éste más contento que unas castañuelas... sin caer en la cuenta de que el oficial de guardia, deseoso de cumplir con lo que él pensaba que era su obligación, decidió ir en persona a su casa para dar sus condolencias a la familia, con lo cual no tardó en descubrirse el pastel al encontrarse el sorprendido militar con unos padres, no menos sorprendidos, que le dijeron que su hijo y la felizmente resucitada novia estaban disfrutando de la naturaleza en la sierra.

Huelga decir que nada más volver al cuartel el lunes por la mañana le mandaron de cabeza al calabozo. Pero no piensen que estaba no ya arrepentido, sino ni tan siquiera pesaroso por haber metido la pata de una manera tan clamorosa y poco espabilada; cuando fui a visitarle -mantenía con él cierta relación de amistad cuartelera- al calabozo y le pregunté cómo se le había podido ocurrir tamaña jaimitada, él se limitó a quitar importancia a su hazaña sin mostrar el más mínimo propósito de enmienda. Y aún tuvo suerte, ya que poco después llegó la fiesta de la patrona y fue indultado bastante antes de que concluyera su castigo, aunque sí se dejó bastantes plumas por el camino al ser expulsado fulminantemente del curso de cabo primero y serle retirados los privilegios de que gozaba en cuestión de permisos, ya que de paso también se descubrió que la rocambolesca situación familiar que había estado utilizando como excusa, con una grave enfermedad de su madre incluida, era más falsa que un duro de chocolate. Huelga decir que a partir del momento en el que recobré la libertad y con ella la ansiada condición de civil le perdí por completo el rastro y hoy, más de treinta años después, no tengo ni la menor idea de lo que habrá podido ser de su vida.


Publicado el 10-2-2015
Actualizado el 16-2-2015