Veinticinco a cero
Visto lo visto, puede que sea
preferible jugar al inofensivo futbolín
Fotografía tomada de
la
Wikipedia
En contra de lo que pudiera pensarse, una de las más interesantes fuentes de información suelen ser las noticias aparentemente triviales que aparecen como relleno en los diferentes medios de comunicación, las cuales en muchas ocasiones resultan bastante más jugosas de lo que pudiera parecer a simple vista una vez que se las analiza en detalle.
Éste es el caso de la publicada hace unos días y que rezaba lo siguiente: Despiden a un entrenador de alevines por ganar 25-0. Se refería a un partido de fútbol que tuvo lugar en Valencia entre dos equipos cuyos integrantes tenían entre 10 y 11 años, cuyo aplastante resultado supuso la destitución fulminante de uno de los dos entrenadores.
Al leer el titular en un principio supuse, como pienso que les sucedería a la mayor parte de los lectores, que el entrenador defenestrado habría sido el del equipo que encajó tan rotunda derrota... pero no, sorprendentemente fue justo al contrario, ya que la cabeza que rodó fue la del mister del equipo ganador.
Los argumentos esgrimidos para justificar tan singular sentencia fueron que en ese club se inculcaban valores como el respeto al equipo contrario excluyendo cualquier tipo de humillación, y que a unos chavales tan jóvenes una derrota tan abultada podría acabar provocándoles un trauma.
Curiosamente ni los jugadores derrotados, ni ningún representante de su equipo, colista de su grupo, expresaron al parecer la menor protesta, lo cual parece bastante lógico dado que habían perdido la totalidad de los partidos de la temporada, ya finalizada, sin anotarse ni un solo punto, encajando 247 goles frente a tan sólo 24 a favor... lo cual, dado que el grupo contaba con dieciséis equipos, equivale a una media de más de ocho goles por partido que, aunque no sean los 25 de marras, inducen a creer que debían de estar bastante acostumbrados a las goleadas.
El entrenador expulsado, por su parte, argumentó que en ningún momento incitó a sus jugadores a seguir marcando goles y que incluso intentó refrenar el fervor de sus pupilos, pero que no tenía la culpa de que el equipo contrario fuera tan malo; en realidad este último adjetivo es mío, dado que él utilizó unos términos más técnicos a la par que diplomáticos. Concluye la noticia diciendo que esta decisión ha creado polémica entre quienes ven excesivo el castigo y quienes lo consideran un precedente para evitar que hechos como éste vuelvan a repetirse.
Vaya por delante que mi interés por el fútbol es absolutamente nulo, a la par que siempre me ha desagradado sobremanera toda aquella actividad, deportiva o no, que fomente una competitividad gratuita. Y por supuesto, estoy radicalmente en contra de la violencia en el fútbol, en general y con mayor motivo en el fútbol infantil, pareciéndome una salvajada intolerable que algunos padres se enzarcen a palos en los partidos de sus hijos o bien que fomenten en ellos una actitud agresiva frente a sus rivales.
Hecha esta salvedad, y dejando bien claro que me disgusta todo tipo de agresividad, incluso las más ritualizadas, me pregunto hasta qué punto no estaremos convirtiendo a nuestros retoños en unos niños blandengues y superprotegidos incapaces de soportar el menor percance, algo que no les va a servir precisamente de ayuda cuando alcancen la edad adulta y se tengan que enfrentar por ellos mismos a la dureza de la vida cotidiana.
Y no me estoy basando en mi análisis en el posible temor -infundado, a mi modo de ver- de que les pueda traumatizar una derrota de este calibre, sino en las continuas denuncias de los profesionales de la enseñanza acerca de la intolerancia al fracaso de muchos de sus alumnos, algo que a mí me parece infinitamente más grave que la dichosa derrota por 25-0... claro está que esto no suele ser noticia en los periódicos.
Además, ya puestos, si me lo permiten voy a ponerme yo como ejemplo. De crío era una nulidad absoluta jugando al fútbol o a cualquier otro deporte, lo que según los hiperprotectores criterios actuales debería haberme traumatizado... y no fue así. Simplemente, renuncié a seguir intentándolo y opté por dedicarme a otras cosas que se me daban bastante mejor.
Volviendo al fútbol, me pregunto qué sentirían los jugadores de la modesta selección maltesa tras encajar el histórico 12-1 que permitió a España clasificarse para la fase final de la Eurocopa de 1984. Cierto es que se trataba de dos selecciones nacionales -aunque la de Malta estaba integrada por aficionados- jugando un partido de clasificación en el que España necesitaba vencer al menos por once goles de diferencia para no quedar eliminada... pero lo cierto es que nadie se preocupó por la posible humillación del equipo rival, como tampoco se hizo en otras goleadas más recientes como el 9-0 a Albania en 1990, los 9-0 a Austria y a San Marino y el 8-0 a Chipre en 1999, el 10-0 a Haití en 2013 o el 8-0 a Liechtenstein en 2016, aunque el récord histórico está establecido en el 13-0 endosado a Bulgaria en 1933. Goleadas que palidecen con el 31-0 asestado por Australia a Samoa Americana en 2001 o el 46-0 de Vanuatu a Micronesia en 2015.
Aunque esto no es comparable en modo alguno a un partido entre chavales de once años, tampoco hay que exagerar las cosas. Mal está que se tomen a pecho a edades tan tempranas algo que en definitiva no tiene o no debería tener mayor trascendencia, pero tampoco pasa nada malo, creo yo, porque se lleven un inofensivo revolcón en su corta vida que les puede servir de experiencia para el futuro. De hecho el fracaso y la frustración, siempre y cuando queden dentro de unos límites razonables, actúan al modo de las vacunas ayudando a la maduración de la personalidad.
Pero ya se sabe, esta sociedad mojigata en la que vivimos cada vez se parece más al famoso programa televisivo de Los mundos de Yupi... y no sólo en los niños sino también, y esto es lo más preocupante, en el modo de comportarse de muchos adultos.
Publicado el 20-6-2017