El servicio militar obligatorio



Cuando el señor Sánchez Ferlosio presenta la conscripción obligatoria como la mejor manera de evitar el divorcio entre el estamento militar y la sociedad civil, olvida sin duda que han cambiado mucho las cosas desde que, en el siglo V antes de Cristo, Lucio Quintio Cincinato abandonara su arado volviendo a empuñar de nuevo sus aperos de labranza tras vencer a los ecuos en su calidad de dictador romano; y olvida, también, que en los ejércitos nutridos por reclutamiento forzoso de la tropa todos o prácticamente todos los mandos, desde los generales hasta los sargentos, son profesionales en el sentido más completo del término.

Por otro lado, cualquiera que haya hecho el servicio militar sabe perfectamente que dentro de los cuarteles no existe más contacto entre tropa y mandos que el estrictamente necesario para el funcionamiento de la unidad militar, por lo que difícilmente podrían influir los soldados, por mucho que lo desearan, en las decisiones de sus superiores.

Podría seguir con ejemplos tales como la hipocresía de la Restauración alfonsina, que permitía eludir el servicio militar (y las estúpidas y crueles guerras coloniales de la época) a todo aquél con suficiente dinero o influencias para conseguirlo. Podría, también, hablar de la injusticia de la peculiar lotería conocida con el nombre de excedencia de cupo. Y podría, por último, recordarle al señor Sánchez Ferlosio que, mientras que un ejército tan profesionalizado como el británico siempre ha sido completamente fiel a la sociedad de la que forma parte, un ejército emanado teóricamente del pueblo tuvo bastante que ver en los pronunciamientos, golpes de estado y guerras civiles que jalonaron la historia española durante la práctica totalidad del siglo XIX así como de buena parte del XX.


Enviada el 16-11-1988 a EL PAÍS