El agua del río Sorbe



Me dirijo de nuevo a usted obligado por las declaraciones de algunos políticos guadalajareños, recogidas en el ejemplar de fecha 18-5-90, referentes al conflicto existente actualmente entre la mancomunidad de aguas del Sorbe y el canal de Isabel II las cuales, a mi entender, resultar ser francamente desafortunadas no ya desde la perspectiva de los alcalaínos, sino incluso también de los propios habitantes de Guadalajara y del resto de los municipios que forman parte de la mancomunidad.

Así, ante las afirmaciones de José Luis Ros, Juan Pablo Herranz y Javier de Irízar en el sentido de que «la solución [al conflicto] está en que el agua a Alcalá de Henares sea abastecida por el Canal de Isabel II, de Madrid, y la del río Sorbe sea sólo para Guadalajara», no puedo sentir sino estupor. Podría insistir de nuevo en el hecho de que tan ribereña del Henares es Alcalá como Guadalajara, y que tanto derecho tienen pues ambas ciudades al agua de su río común; pero creo, sinceramente, que hora es ya de acabar con estos celos de vía estrecha que a nada bueno conducen sustituyéndolos por una colaboración estrecha y sincera entre las dos ciudades dado que, apoyándose mutuamente en vez de pelearse puerilmente, será la única manera de conseguir beneficios mutuos.

Por otro lado, me sorprende asimismo la ingenuidad de la que hacen gala estos señores a la hora de proponer su presunta solución al problema. ¿Acaso piensan que el Canal de Isabel II iba a aceptar hacerse cargo del suministro de agua de Alcalá dejando a Guadalajara toda el agua del Sorbe sin exigir ninguna compensación a cambio? ¿No sería más realista pensar que el organismo madrileño aceptaría esta transacción sólo a cambio de llevarse del Sorbe todo el caudal que ahora consume Alcalá rebañando de paso todo cuanto pudiera de más? Sinceramente, yo creo que de llevarse a cabo esta transacción saldrían perjudicadas tanto Alcalá como Guadalajara. Y si no, al tiempo.

Por tal motivo, insisto una vez más en la necesidad, casi en la urgencia, de que Alcalá y Guadalajara se olviden de una vez por todas de desconfianzas y recelos mutuos formando un frente común ante la verdadera amenaza, el Canal de Isabel II, que a ambas perjudicaría por igual de llevarse a cabo sus planes. Unidas las dos ciudades podría haber posibilidades de resistencia; separadas y, lo que es peor, enfrentadas, la derrota para ambas resultará prácticamente segura. Téngase en cuenta además la existencia de intereses políticos muy fuertes que, de no impedirse, acabarán triunfando sobre los intereses específicos de Alcalá y de Guadalajara; pero, o mucho me equivoco o estos últimos no deben preocuparles lo más mínimo ni al señor Leguina ni al señor Bono.


Publicada el 8-6-1990 en Nueva Alcarria