Derechos y deberes de los ciclistas



Harto estoy, desde hace algún tiempo, de oír y leer opiniones acerca de los derechos de los ciclistas sin que vayan contrapesados con las subsiguientes obligaciones de los mismos; opiniones que muestran a estas personas como víctimas inocentes de una presunta persecución de conductores insolidarios, así como meros estorbos para las normas de tráfico, opinión ésta, huelga decirlo, parcial y por lo tanto sesgada.

Es un hecho evidente que toda generalización suele ser injusta, y más todavía si se trata de un problema tan complejo como para que pueda ser reducido a un simple dualismo blanco-negro sin los menores matices intermedios; porque resulta difícil de creer que todos los conductores sean unos ogros que odian a muerte a los ciclistas, o que todos éstos sean sin excepción unos caballeros de la carretera. La realidad es mucho más compleja ya que, como bien dice el refrán, en todas partes cuecen habas. Por todo ello, no tenemos más remedio que asumir unas reglas de conducta de obligado cumplimiento para todos, el Código de Circulación en este caso. Este Código, como cualquier otro texto legal, siempre será mejorable, por lo que la petición de su mejora siempre resultará totalmente legítima; lo que ya no lo es, el es incitar a su incumplimiento siempre que éste nos moleste. El Código de la Circulación, por ello, es de obligado cumplimiento para todos, conductores, motoristas, ciclistas y peatones, y si los conductores tienen la obligación y la responsabilidad de no poner en peligro a los ciclistas, éstos deben procurar asimismo entorpecer el tráfico lo menos posible, circunstancia ésta que no siempre se produce.

Defendía recientemente un lector, en esta misma sección, la conveniencia de que un grupo de ciclistas discurriera en grupo y no en fila por una carretera secundaria. ¿Imaginan ustedes lo que podría entorpecer dicho pelotón, digno por su tamaño de una vuelta ciclista, en una carretera estrecha sinuosa y en la que resultara difícil adelantar a un simple coche? Si hay carreteras que temporal o permanentemente están cerradas a cierto tipo de vehículos (camiones, maquinaria agrícola), ¿por qué los ciclistas pueden discurrir a su antojo, incluso en grupos muy numerosos, por cualquier carretera que les apetezca, a pesar de los trastornos que pueden crear y del peligro que para ellos supone ir por allí? Además, según ese razonamiento los peatones también tendrían derecho a pasearse tranquilamente y en grupo por las carreteras que se les antojase, aunque con ello entorpecieran el tráfico.

Pero aún hay más. Los ciclistas, generalmente, van de paseo por la carretera, mientras que los conductores pueden perfectamente hacerlo por necesidad y no por ocio precisamente. Y si tanto protestan por ser, según ellos, avasallados en la carretera, ¿por qué callan que en las calles de las ciudades, donde no son ya los más débiles, acostumbran también a hacer caso omiso de las normas de tráfico? Hace unos días estuve a punto de ser atropellado por un ciclista que corría a gran velocidad por el interior de una acera, y estoy harto de ver comportamientos tales como éste, como saltarse semáforos en rojo o como circular en dirección prohibida.

Un último punto quisiera añadir a mi carta. Si, tal como propone el citado lector, sería precisa una campaña informativa para los conductores, ¿por qué no se hace extensiva ésta a los ciclistas? ¿Por qué callan éstos que la desgraciada muerte de Antonio Martín se produjo porque éste circulaba en paralelo mientras su compañero, que sí lo hacía correctamente, resultó ileso? ¿Quiénes son realmente los más imprudentes, los conductores o los propios ciclistas? Merecería la pena meditar sobre este asunto.


Enviada el 27-3-1994 a EL PAIS