Machismo taurino



En su columna del día 24 de abril Maruja Torres criticaba agriamente el anuncio televisivo del Cossío -una enciclopedia taurina- afirmando que el citado anuncio le producía especial repugnancia por hacer apología testicular -en realidad utilizaba un sinónimo bastante más sonoro- y que si ella fuera hombre habría puesto el grito en el cielo pidiendo su retirada a las autoridades competentes.

Yo soy hombre (o varón, por decirlo más fino) y estoy perfectamente balanceado de hormonas, a pesar de lo cual no tengo la menor intención de poner grito alguno en el cielo ya que no he sentido herida mi dignidad masculina ni por la taleguilla de marras ni por la invasión de señores cachas con el culo al aire que últimamente nos anuncian de todo, desde calzoncillos a suavizantes pasando por yogures... Lo que no implica que tales anuncios me gusten, que ciertamente no me gustan lo más mínimo.

Admito que el anuncio del Cossío pueda parecer vulgar y chabacano, pero por desgracia una buena parte de los anuncios que vemos todos los días resultan ser unos auténticos atentados contra el buen gusto independientemente de que recurran o no a referencias eróticas cuarteleras. El buen gusto es algo que no tiene nada que ver con el sexo, por lo que no veo la razón por la cual el anuncio del Cossío haya de resultar execrable y el del detergente que lava más blanco que el de la vecina, o el del disco de gregoriano mix, pongo por ejemplo, no.

Sin embargo, hay algo del artículo de Maruja Torres que me preocupa mucho más que sus por otro lado completamente respetables criterios estéticos: La petición explícita de que tal anuncio sea censurado (pues censura es la exigencia de su retirada), como censurados fueron también en su día anuncios tales como el del Seat Córdoba (¡por un inocente culo!) o el famoso de los membrillos, ciertamente desafortunado este último aunque no porque atentara contra la dignidad de nadie, sino por lo grueso de sus brochazos. Puesto que entre mis aficiones personales no figura la de inquisidor, me parece extremadamente peligroso que alguien pida que se censure cualquier cosa, por insignificante que ésta pueda parecer y por presuntamente justificada que pueda creerse la petición; se empieza prohibiendo un anuncio, se sigue con el chip antiviolencia y se puede terminar con cualquier cosa, y de eso tenemos por desgracia bastante experiencia en España.


Enviada el 27-4-1996 a EL PAIS