Manipulaciones alimentarias
El preocupante cariz que está tomando el tema de las vacas locas, con la gran alarma social que ha generado y los imprevisibles trastornos económicos que está creando, no debería hacernos desviar la mirada de otras problemáticas que afectan también al ámbito de la alimentación y que han quedado totalmente eclipsadas por la ya famosa encefalopatía espongiforme vacuna.
¿Acaso nadie se acuerda ya de las hormonas y el clembuterol con el que se atiborraba a las terneras? ¿De los antibióticos que se suministraban a los pollos? ¿De que en un país que padeció el gravísimo problema del aceite de colza adulterado seguimos sin saber el origen de las grasas y aceites que se añaden a los alimentos preparados, salvo una vaga alusión a su procedencia animal o vegetal? ¿De que la lista de aditivos añadidos al alimento preparado más sencillo es tan larga y mareante como, probablemente, innecesaria en su mayor parte desde un punto de vista estrictamente nutricional y de conservación de los alimentos? ¿De que en muchos preparados cárnicos como salchichas, patés o embutidos añaden todo tipo de subproductos como vísceras, sesos u ojos sin que en la composición figure nada más que carne? ¿De que se utilizan con total despreocupación numerosos aditivos sospechosos, de ser alergénicos, si no incluso cancerígenos? ¿De que se venden preparados lácteos fabricados a base de leche desnatada en polvo, agua y aceite de procedencia no láctea a precios muy superiores al de la leche de verdad? ¿De que nos venden como zumos bebidas realizadas a base de rehidratar zumos previamente deshidratados? Y la lista sería eterna.
A mí lo que me aterra, en definitiva, no es sólo el tema de las vacas locas, por muy preocupante que pueda ser, sino que no sabemos lo que comemos y están jugando impunemente con nuestra salud sin que las autoridades pertinentes muevan un solo dedo por intentar evitarlo.
Enviada el 10-1-2001 a EL PAIS