Tolerancia, ¿a qué?



Aunque no cabe duda de que uno de los pilares del verdadero progresismo es la tolerancia, habría que matizar no obstante un par de cuestiones que, no por evidentes, están siendo ignoradas al parecer por ciertas opiniones presuntamente encuadradas en el progresismo. Así, una de las facetas fundamentales de la tolerancia es, sin duda, el respeto a las idiosincrasias ajenas, pero aquí nos encontramos con un límite que no se puede franquear en ningún caso: Los derechos humanos, los cuales por propia definición están por encima de cualquier tipo de disparidad cultural sin excepción posible. Precisamente éste es el caso de ciertos extremismos religiosos tales como, por poner un ejemplo reciente, el de los musulmanes que obligan a las mujeres, e incluso a las niñas, a cubrir su cabeza con un velo. Son muchas las cosas que se han dicho, discutibles algunas, desafortunadas el resto, en defensa de esta práctica presuntamente cultural, y lo más sorprendente del caso es que, en ocasiones, hayan defendido el velo aquellos mismos que manifiestan su rechazo al machismo y a la discriminación de la mujer... En nuestra sociedad, ya que al parecer no les preocupa que este problema se dé en otras sociedades como la musulmana no ya en sus países, sino incluso en el nuestro propio; con el agravante, además, de que no estamos hablando de mujeres adultas sino de niñas, en las que cabe sospechar que pueda haber bastante más de imposición que de verdadera voluntad propia.

Yendo aún más lejos, conviene no olvidar tampoco que para que la tolerancia sea realmente efectiva es preciso que resulte mutua; dicho con otras palabras no se tiene por qué tolerar a un intolerante, y la historia está repleta de ejemplos suficientemente ilustrativos de cómo la tolerancia en un único sentido suele acabar acarreando consecuencias desagradables. Y se da la circunstancia de que, mientras los emigrantes musulmanes exigen que aceptemos que sus mujeres lleven velo en España, en muchos de sus países, ninguno de los cuales es precisamente una democracia, las europeas se ven obligadas a cubrirse la cabeza en contra de su voluntad.

Se mire como se mire, tal como declaraba recientemente la ministra de Educación las reglas de la hospitalidad no sólo afectan a los anfitriones sino también a los visitantes, los cuales tienen la obligación moral de respetar las reglas sociales de sus países de acogida, así como la legal de respetar los derechos humanos de su colectivo. Por esta razón, resulta doblemente discutible la afirmación vertida por el Congreso de Inmigración en Cataluña, recogida por este diario el lunes 18 de febrero, según la cual “El concepto de integración ha de referirse esencialmente a un proceso de adaptación mutua entre las personas inmigradas y las autóctonas, y no a un proceso de asimilación”... Teniendo en cuenta que en España nos ha costado siglos librarnos del oscurantismo, y que todavía no ha conseguido ser erradicada la discriminación femenina, no veo por qué tenemos que tolerar este tipo de comportamientos reprobables en nuestro propio país. Porque, respondo a los redactores del comunicado, si bien la Constitución Española por ellos invocada protege la libertad religiosa, prohíbe también cualquier tipo de discriminación a las mujeres y a la infancia. Y desde luego, lo primero no justifica en absoluto lo segundo.


Enviada el 18-2-2002 a EL PAIS