Alcalá de Henares y el 11-M



El pasado viernes 11 de marzo, EL PAÍS dedicó una amplia cobertura, como era de esperar, a los atentados cometidos un año antes. La cobertura dada por el diario, incluyendo el cuadernillo especial, fue en conjunto excelente, pero para mi sorpresa no encontré por ningún lado referencia alguna a los monumentos conmemorativos que la víspera habían sido inaugurados en Alcalá y la vecina Torrejón, algo realmente sorprendente dado el protagonismo que, para su desgracia, tuvo la ciudad de Alcalá ese aciago día, al ser punto de partida de los trenes cargados con las bombas al igual que lugar de residencia de un numeroso puñado -alrededor de unas treinta- víctimas mortales, a las cuales hay que sumar también las de Torrejón. Eso sí, no faltó cobertura de los actos celebrados en otros lugares asimismo afectados, pero Alcalá, vuelvo a insistir, brilló literalmente por su ausencia pese a la trascendencia del acto.

Pero no queda ahí todo. Mi sorpresa se tradujo en estupefacción cuando, en el artículo de Julio Llamazares titulado “Regreso a los trenes de la muerte”, publicado en el cuadernillo especial “11-M. La herida abierta”, me encontré con esta poco afortunada frase dedicada a las poblaciones del Corredor del Henares:


“Estas ciudades, antiguos pueblos del río Henares hoy convertidos en dormitorios en los que viven sus pobres vidas gentes llegadas de todo el país y de todas las partes del mundo...”


He de confesar que me sentí aludido. Soy alcalaíno de nacimiento, y durante la práctica totalidad de mi vida he residido en esta ciudad, aunque actualmente me muevo a caballo entre Alcalá y Madrid. También soy doctor en Ciencias Químicas, y trabajo en un instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Y le puedo asegurar que jamás he considerado que mi vida fuera pobre, como tampoco considero que residir en Alcalá empobrezca obligatoriamente la vida a nadie... desde luego, no a las personas de mi entorno inmediato, sean éstas familiares, amigos o compañeros de trabajo, varios de los cuales son también conciudadanos míos.

Conozco de sobra mi ciudad -cuarenta y seis años dan bastante de sí- como para ser consciente de sus defectos -que los tiene, como todas- y también de sus cosas buenas, que tampoco le faltan, por lo cual estimo que el señor Llamazares, escritor al que dicho sea de paso admiro, ha incurrido en una frivolidad, supongo que involuntaria pero no por ello menos hiriente, al calificar como pobres las vidas de los habitantes del Corredor del Henares. Aunque no soy en modo alguno defensor de lo que se ha venido en llamar lenguaje políticamente correcto, que lo único a lo que conduce es a situaciones absurdas cuando no decididamente ridículas, sí pienso que es necesario evitar términos que pudieran ser interpretados como despectivos, máxime cuando además no están justificados. Alcalá es una ciudad que, con todos sus problemas y todas sus contradicciones, lucha por marchar adelante en busca de un futuro cada vez mejor, algo que a los alcalaínos nos ha costado muchos esfuerzos, pero que también nos ha rendido bastantes satisfacciones. Puede que no sea el mejor lugar del mundo, ni yo creo que lo sea, pero creo que tampoco está justificado que se nos trate a los alcalaínos, ni a nuestros vecinos, de esa manera.

P.D.: Hace un año yo era usuario habitual de la línea de Cercanías que enlaza Alcalá de Henares con Atocha, y el fatídico 11 de marzo de 2004 me dirigí, como hacía todas las mañanas, a la estación de Alcalá, por cierto muy cercana a mi domicilio. Por fortuna para mí, solía tomar el tren algo más tarde de la hora a la que colocaron las bombas, y eso me libró por poco de verme involucrado directamente en los atentados... aunque el impacto psicológico, sobre todo en algunos familiares cercanos, durante el breve período de incertidumbre que medió hasta que dificultosamente pude ponerme en contacto con ellos, fue bastante considerable.


Enviada el 15-3-2005 a EL PAIS