Investigador científico, y después ¿qué?



Comparto con don José María Abarca su pesar por el tráfico fallecimiento de su antiguo compañero Jesús Rollán, y comparto también con él la mayor parte de sus reflexiones vertidas en la carta que, con el título “Campeón olímpico, y después, ¿qué?” fue publicada en esta sección el pasado día 14 de marzo. Al igual que el señor Abarca considero que la formación de los deportistas de élite debería incluir una preparación académica y laboral capaz de permitirles ganarse dignamente la vida una vez que su carrera deportiva hubiera terminado, pero en lo que discrepo es en su pretensión de que, en pago a sus “servicios al país”, hayan de ser merecedores de privilegios del estilo (cito textualmente) de “puestos de funcionarios a personas que han entregado su juventud al deporte español”.

Para empezar, son millones los españoles que, sin tener la suerte de los deportistas de élite, se ven mediados los treinta (edad de retiro de éstos) sin la menor estabilidad laboral, o convertidos con suerte en mileuristas, así como hipotecados de forma literal para gran parte de su vida, a los cuales nadie regala nada ya que, si quieren optar a un puesto de funcionario, han de presentarse a unas oposiciones generalmente muy duras. En cuanto a la preparación, el sacrificio y los “servicios al país”, aunque podría poner bastantes ejemplos fuera del deporte de élite, me voy a limitar a uno solo que se está dando ahora mismo en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, sin ir más lejos: Personas de treinta y tantos o cerca de cuarenta años que, tras cursar estudios universitarios, dedicar varios años de su juventud a la realización de una tesis doctoral (y pueden creerme que es algo tan sacrificado como el deporte de élite) y ampliar estudios en centros de investigación en el extranjero, se encuentran a su vuelta tan sólo con un rosario de becas mal pagadas y contratos temporales como los famosos Ramón y Cajal, tras lo cual corren el peligro cierto, pese a su sólida formación científica, de verse literalmente en la calle, ya que nadie les regala un puesto de funcionario.

No es cuestión de hacer juicios de valor ni comparaciones odiosas, pero tampoco de reclamar privilegios capaces de crear agravios comparativos tan sangrantes como el que nos ocupa.


Enviada el 15-3-2006 a EL PAIS